Un viejo refrán sentencia que para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo. Las leyes –Olga Sánchez Cordero las conoce bien– te obligan a declarar el patrimonio propio y los conflictos de interés cuando eres parte del funcionariado público. Son, además, absolutamente claras. En cambio doña Olga holgadamente ocultó su penthouse en Houston y ahora, lejos de practicar la filosofía de AMLO, habla en su descargo de que tiene –eso sí, en copropiedad– cien años trabajando para acrecentar, peso a peso, su patrimonio. Pero no se trata de su historia económica, sino de como dijo el ranchero, “ver con cuánto entra, para luego constatar con cuánto sale”.

El hecho deja varias lecciones: la primera, que las cartillas morales sirven casi de nada, que hay una incoherencia en el comportamiento de la alta burocracia morenista y que a una crítica certera se le responde desde la cima del poder con arrogancia e intolerancia proverbiales. 

La así llamada encargada de la política interior –Olga la holgada– viene a exhibir una inocultable doble moral, en un aspecto tan sensible como es la agenda anticorrupción de la autollamada “transformación número cuatro”, desde luego en la caprichosa cuenta de los hacedores de historia. Esto, como se sabe, ya es una plaga de nombres, pues recordemos que aquí, por decreto, estamos en un “nuevo amanecer”.

Muchos brincos para nada, a menos que a la señora ya no la quieran o ella sufra mucho las desmañanadas y el remedio sea marcharse. 

Quién lo sabe.