Todo cambia, afirman antiquísimas y recientes filosofías, aunque no lo parece, cuando nos damos a la tarea de ver el acontecer de la cotidianidad política en México. Por ejemplo, el pasado sábado vi las instalaciones y edificios del gobierno del estado con mallas metálicas, cordones amarillos que marcan barreras, guaruras con corte de pelo militar y radio en mano.

También se dejó sentir la existencia de los reiterados dos mundos: el de las reuniones privadas con acuerdos secretos y discretos, y las concentraciones en el ágora donde se expende otro tipo de mercancía. La vida cotidiana y ordinaria se trastoca en aras de gobernantes que invaden el espacio público para que lo ocupe el poder, porque tiene que ser en los propios palacios donde dicen se alberga. Los extremos se tocaron el sábado en Chihuahua.

Como un transeúnte más a la hora del jolgorio, esa mañana sabatina llevé a mi nieta a su clase de pintura a Casa Chihuahua. Algo así como el esclavo que conduce de la mano a la niña, que no otra cosa fue el origen de la palabra “pedagogo” en la Grecia amada. Para mí, un placer la realización de esa tarea.

El pelo en la sopa es que a mi paso los guaruras de siempre se inmutaron, aunque escuché una voz lejana que se filtró por un radio que estos portaban, con estas escuetas palabras: “parece que no viene aquí”. Y en efecto, no iba a ese lugar porque nada tenía que hacer.

Mi nieta me preguntó qué pasaba, algo raro me notó y le explique con palabras sencillas. Su respuesta fue: “¿por qué no se reúnen mejor en la deportiva sur?”.

Una simple molestia que me recuerda que, en materia de política mexicana, “el estilo es el hombre”, como dijo ilustrado personaje.

Para fortuna de mi memoria un distante fotógrafo captó la imagen, me la obsequió y aquí la publico.