Hace unos días viajé a la Ciudad de México y en el aeropuerto de Chihuahua fui testigo de cómo Jaime Ramón Herrera Corral, principal cómplice y cerebro financiero de César Duarte, deambulaba despreocupado por las salas de espera. Muchos chihuahuenses son testigos de escenas similares: lo ven en restaurantes, en actitud piadosa en templos católicos, en tiendas donde se expenden artículos religiosos, en fin; como se dice coloquialmente: se mueve como Pedro por su casa. Por donde pasa el exsecretario de Hacienda es una estatua viviente de la impunidad, del aquí no pasa nada, de que se pueden desviar y gastar los bienes malhabidos burlándose de los ciudadanos, que pretender soportar la existencia de un banco con recursos públicos se puede ocultar con el dedo meñique de la mano izquierda.

Javier Corral lo protege, también el fiscal Peniche y todo el costosísimo aparato burocrático que está al frente de la llamada “Operación justicia para Chihuahua”. Tiene, el oscuro personaje referido, acuerdos de oportunidad que lo hacen inmune a la justicia real, efectiva, eficaz. Esos acuerdos están en lo oscuro, en la opacidad, los ciudadanos no sabemos que se pacta a sus espaldas.

Pero en la calle y en los espacios públicos por donde se mueve Herrera Corral se cobra una percepción de que se le ha otorgado un privilegio, que ese privilegio desmiente la autenticidad del combate a la corrupción, que existe –para decirlo sintéticamente– una justicia selectiva, que alcanza a unos y libera a otros. Las dos o tres varas de una justicia que en Chihuahua no tiene un lienzo que le tape los ojos, lo que facilita que vean a unos y hagan la vista gorda con otros.

Es el caso de la protección corralista al principal cómplice de Duarte en la orquestación de una justicia que a falta de reales investigaciones, se ha entregado en manos de la delación de un traidor. Olvidando la vieja máxima que para los traidores no hay piedad; y no me quiero ver profesando las ideas de un derecho penal hecho de antiguallas, clamo por un debido proceso legal para los corruptos y en especial para el paseante, a ojos vistas, Herrera Corral.

El combate a la corrupción, que se encuentra en los albores en la vida política mexicana, es difícil; la razón es que vivimos en un régimen de impunidad soportado en un déficit legal. Pero es verdad sabida que así como las escaleras se barren de arriba para abajo, se percibe caricaturesco que puros pececillos, renacuajos y charales hayan sido alcanzados por el aparato de justicia, y que figuras como César Duarte, Jaime Herrera Corral, González Tachiquin, Hernández, el traficante de la salud y las farmacias, Russek Valles, Trevizo Salazar, González Nicolás y particulares como Jaime Galván, para sólo señalar un pestilente ramillete, gocen de una inmerecida libertad, gasten los bienes que pertenecen a Chihuahua, y atorados en los juzgados y en la Fiscalía se encuentren los de abajo, los que obedecían órdenes, no los que realmente tomaban las decisiones punibles conforme al derecho. Eso es la detestable justicia selectiva a que me refiero.

Está fuera de mi visión, que se tolere a los que estaban en los niveles y mandos bajos. La ley es dura pero es la ley y lo mismo da que sean muchos millones o uno solo, todos empiezan por tener presunción de inocencia y al final padecen los efectos de una sentencia de reproche, cuando hay genuina justicia. Se exige que la justicia opere como debe ser en un Estado de Derecho, inexistente en Chihuahua, como se desprende, además, por la existencia de un Poder Judicial absolutamente servil que desmiente la división de poderes y una Fiscalía General que actúa por consigna y además desprecia el esfuerzo cívico de Unión Ciudadana.

Pero lo que es absolutamente inadmisible, es querer sacar raja para el domingo electoral aprehendiendo aquí y allá a personajes que de entrada carecían de facultades de decisión de tipo patrimonial.

Corral se quejó, quizás de los dientes para afuera, del abuso de la PGR en el escándalo Barreiro contra Anaya Cortés, y esa fábula habla de él aquí en Chihuahua. Pocos sufragios alcanzará por esa medida desesperada y que, más allá de razones válidas que puedan existir, no redituará nada a su partido en el ocaso electoral.

Suele representarse la justicia con una mantilla que le cubre los ojos, de tejido muy cerrado. En Chihuahua esa mantilla tiene más poros, hoyos y huecos que una red para pescar cachalotes.