El federalismo obliga a una convivencia –no siempre sin tensiones– entre un poder central y otro local, enmarcado en las entidades regionales. La Constitución establece las demarcaciones, y en el caso mexicano, de manera residual: lo que no es federal queda para los estados, cuando lo razonable sería lo contrario. Este es un tema cargado de historia y, entre nosotros, de centralismo y abuso en el que sobresalen los gobiernos presidenciales abusones, discrecionales y caprichosos de los que forman parte lo mismo Salinas que Fox, Calderón o Peña Nieto.

La meta por la que se apuesta es un nuevo federalismo –con equilibrios para impulsar el desarrollo solidario y completo del país– y con rendición de cuentas, sin ogro presidencial centralista y sin virreyes que toman a las entidades como sus feudos, al estilo de César Duarte, como el corrupto saqueador de las arcas públicas de Chihuahua, en contubernio con poderosos políticos despreciables como Peña Nieto, Videgaray, Beltrones, Gamboa Patrón, González Anaya y –aparentemente enfrente– gobernadores agachones de toda procedencia partidaria.

El PAN históricamente se ha asumido federalista y municipalista aunque en las oportunidades de gobierno que ha tenido –y ya son muchas– en los hechos ha sido incongruente. En esta coyuntura Javier Corral ha puesto el dedo en la llaga, subrayando además lo que es inadmisible: el trueque de te doy dinero a cambio de silencio y sofocar la lucha anticorrupción. Esa vieja práctica de truhanes hoy se topó con una inusitada respuesta, política y éticamente digna para abonar a una nueva práctica del federalismo que merecemos todos los mexicanos y que desde luego rebasa con mucho el tema de las corrompidas prácticas de la Secretaría de Hacienda que patrocina un colonialismo interno a través de la coordinación fiscal para carcomer prácticamente toda la vida nacional e internacional, en la parte que nos toca, por la presencia significativa que México tiene en el mundo.

En este tema se involucran las categorías de contenido y forma. No son sólo palabras. Dice un pensador: “No puedes evitar que la gente tenga razón por motivos equivocados”. En el caso que me ocupa, el contenido no tiene tacha: federalismo, anticorrupción y rendición de cuentas. Hasta las comas sobran. Pero en la forma hay reparo: los actores del dramatis personae han de jugar su rol obligado si son funcionarios con facultades expresas y limitadas para que el derecho norme a la política, al más puro estilo como lo han hecho los estadistas reales, especie en extinción. Que el que es funcionario lo sea y deje de actuar como dirigente partidario al servicio de las ambiciones de poder que sacuden hoy al país. Permítaseme un sueño: que la administración pública sea neutral, que no se realicen faenas que alimentan el espíritu de facción y que lo que sea de la representación pública se respete con escrúpulo y no se prodiguen favores al propio partido –con sobrado personalismo, como en el caso– y que éste, el partido, sea lo que es y desempeñe su papel. En este caso me refiero a un PAN que tiene poca autoridad para abordar el contenido del tema que desgloso.

En muchas ocasiones se desdeñan las formas, pero por algo están ahí.

Puntualizando.