La tarde del 10 de octubre anuncia un otoño y un invierno muy fríos en Chihuahua. Ningún sol, ni al amanecer, parece que lo remediará. Un puñado de mujeres y hombres libres nos dimos cita a las cinco de la tarde a las afueras del “Centro Uniendo Familias para Vivir Mejor”, ubicado en la colonia Rosario de la ciudad de Chihuahua, a la altura de la Calle 52 y la Privada de la calle que lleva por nombre el de un ex-gobernador muy lejano: Carlos Fuero.

El “rondín” se realizó a partir de ese lugar, que fuera tocado por lo siniestro. Fue el sexto para protestar contra una violencia y una guerra que golpea a todo el país y a la entidad y que lo califica para lo políticamente fallido. El pequeño contingente bajó por la Calle 52 hasta la 20 de noviembre para regresar, en círculo, al mismo punto de partida donde se colocó una ofrenda floral y se encendieron veladoras para abonar la enorme valía del derecho a la vida. Había caras ya marcadas con las cicatrices de una tragedia que sólo el cinismo puede considerar ajena, lágrimas contenidas y lágrimas que quemaban la cara de los dolientes de esta aciaga circunstancia.

Los integrantes del rondín, mujeres jóvenes estudiantes de la Normal, en gran parte, portaban una manta que reivindica el derecho ciudadano a asumir el propio destino, ante el fracaso de los gobernantes; leyendas contra la violencia y la impunidad. Dentro de las pancartas destacaba la idea expuesta hace muchos siglos por Heródoto, que subraya que en tiempos de paz los jóvenes entierran a sus viejos y en los de guerra los viejos a sus jóvenes. ¿Qué puede haber más triste?

Me dí a ver los rostros de quienes desde las puertas entre abiertas y las ventanas miraban la marcha y escuchaban la voz de Mercedes Sosa que, en escalofriantes estrofas, canta sobre el monstruo de la guerra y el papel de los traidores y, sobre todo, el llamado a no olvidar, a tener memoria porque la memoria es el sustento para el reclamo de los agravios que se acumulan permanentemente y en volumen que permiten interrogantes escépticas sobre el futuro de México.

Quienes nos vieron marchar ponían cara de duda y es natural; lo que me preocupa es que también esté presente el miedo, ese miedo que puede llevar a esconderse en lo doméstico y permitir que los delincuentes de fuera y dentro del gobierno sigan lastimando la vida humana, los derechos, la dignidad, lo que no tiene precio.

De todas maneras el rondín establece una pedagogía social que induce a la resistencia, que habla de soluciones posibles, que grita que sí se puede y que esto ya no puede continuar así. Si este estado y el gobierno no pueden, habrá que cambiarlo. La palabra es fácil el hecho es difícil, pero históricamente se ha podido y esta circunstancia no tiene porque ser excepción.

Al finalizar el evento se dijeron discursos sentidos y precisos. Entre lágrimas, la señora Manuela Rivera Arámbula –esposa de Noel Antonio García Rodríguez y padres ambos del limpio joven Carlos García, arteramente asesinado– reclamó a Javier Corral Jurado la largueza de sus palabras que victimizan y clavan estigmas a los inocentes, el reclamo a los adjetivos. Es un reclamo evidente a la ausencia de gobierno.

La señora Rivera Arámbula a la mitad de su discurso suspendió sus palabras, no pudo más. Todos nos conmovimos, hicimos conciencia de que algo grave, muy grave, se abate sobre nosotros y no hay ni gobierno ni estado que lo remedie.

A la hora que nos dispersamos alguien preguntó: ¿quién pintó de azul el centro de rehabilitación y selló las puertas? La respuesta fue: la pintura, las brochas y los pintores los puso la alcaldesa Galván; los sellos el fiscal de Javier Corral.

¿Será cierto lo que dice un filosofo de los colores que el azul es el color de la indolencia?

Todos nos llevamos en el corazón el amargo recuerdo de lo que no debe ser. Y que el centro del crimen en la Rosario no fue para vivir mejor.