Columna

El cedazo de Camilo

¿Qué les duele? La defensa pública de un tema y su postulación -por ejemplo en un ensayo periodístico- puede molestar a los adversarios del debate a secas, pero nunca será igual al que se produce al presentar una demanda ante los tribunales competentes para que establezcan, con una sentencia, la última palabra. Quien lo pide, hasta perdiendo gana; al menos ayuda a la comprensión social y a saber por dónde corre el aire sobre la rosa de los vientos.

Es el caso del litigio abierto por Rodolfo Leyva por el nombramiento del jesuita Javier Ávila para ocupar un cargo público, precisamente porque la ley establece una restricción. A mi juicio, el abogado a de ganar -jurídicamente- la causa y al efecto se establecería un precedente de interpretación constitucional por quien debe hacerla, el Poder Judicial Federal.

Pero causó algún dolor su demanda y y sus detractores recurrieron a argumentos sofísticos para denostarlo, llegando al extremo de tratarlo discriminatoriamente por las autoridades que están obligadas a respetarlo. El debate judicial no toca las historias personales de nadie, no se ahonda sobre trayectorias en la vida social y religiosa. Pero ya se empieza a sentir la necesidad de un debate informado y a fondo al respecto. El litigio, insisto, tiene como única miga si se violenta el derecho positivo y vigente y punto.

Es una incongruencia de quienes denostan al abogado, porque por un lado defienden la participación ciudadana y, por otra se levantan en su contra en el caso concreto, más grave cuando se ha dado la cara ante un juez para que dirima la controversia. Pareciera que los afectados se creen intocables y dueños de la verdad.

Dentro de ellos hay un sacerdote al que le da “flojera” abordar el tema de la “laicidad” cuando lo esencial es el debate sobre la vigencia de una ley que deriva de un precepto constitucional que caracteriza al Estado mexicano como una república laica, con todo lo que de historia hay al respecto. Cualquier faena, es fácil entenderlo, causa cansancio y, desde luego, deriva en el derecho al reposo. Es una condición humana, pues no hay ser que no padezca el letargo de sus propios esfuerzos.

Lo que resulta en gran dificultad es comprender el porqué esa fatiga no se tiene cuando por años y años se sirve de parapeto a un obispo -monseñor por cierto- divorciado de la doctrina de Jesús y que además fue impuesto por el inefable José Fernández Arteaga, el nefasto que sucedió (jamás lo sustituyó) al emérito Almeida y Merino. Hablo de una excrescencia del oscuro Prigione, de la claudicación del propio sacerdocio ante el poder estructural, monárquico, de quienes han desfigurado al evangelio de hace dos mil años, como lo ha expuesto el teólogo Hans Kung. Eso sí debiera dar motivo para convertirse en un ser cansino, no despreciar a quien solo ha planteado una demanda para interpretar una norma y convalidar o revocar un acto de la autoridad civil y corralista. Punto.

Aducir “flojera” admite una interpretación emparentada con la negligencia en torno ha conductas obligadas y entonces habría que cambiar de cedazo. Porque no estamos hablando ni de mosquitos y menos de cucarachas. Seres, por cierto, también respetables.

Colofon: No estamos en una disputa por saber la historia personal de nadie. Javier Ávila puede ser la reencarnación de San Francisco o de su mismísimo general Ignacio de Loyola. La contienda real es sencilla: ¿permite el Estado constitucional de derecho que ocupé el cargo en cuestión?, esa es la disputa. El pecado de Rodolfo Leyva, y lo digo con ironía, es tratar de dirimir la cuestión en un tribunal. Pero a lo que se ve se quiere llevar a otra esfera, que dicho sea de paso no se rehúye para dar, en la deliberación, a cada quien lo suyo (Uniquique suum). AMGV: A la mayor gloria de la verdad.