Rodrigo De la Rosa es, para decirlo con sorna, uno de los cachorros de la involución, en oposición directa a Miguel Alemán Valdés, el presidente que “institucionalizó la corrupción” y fue llamado así “cachorro de la revolución” por el líder obrero, Vicente Lombardo Toledano. La comparación está, sin embargo, sólo en la ridiculización del mote, porque Rodrigo De la Rosa, hijo de papi, no parece tener los tamaños para transformar el Congreso del Estado como Alemán Valdés lo hizo con el país (y sus negocios privados de paso) al inaugurar aquella etapa conocida como “el milagro mexicano”, una era de estabilidad política y económica a costa de sangre y fuego soterrado.
La medianía de Rodrigo De la Rosa es tal que su comportamiento atiende, cual cachorro, a los designios del líder de esa manada de lobos incrustados en el duartismo. Lo dice la ciencia (no los aburro citando las fuentes) y cualquier comparación es mera coincidencia: “La manada les proporciona a los miembros que la constituyen seguridad y alimento, puesto que los miembros de la manada cooperan entre sí para cazar y conseguir comida. La manada presenta una estructura bien organizada y sus componentes se relacionan entre sí, comunicándose y cooperando. La manada tiene un orden jerárquico perfecto. Hay un líder, un grupo intermedio y los inferiores jerárquicos (los cachorros y los adultos más débiles)”.
Y un dato de asombrosa concordancia con la realidad legislativa está contenida en los estudios arrojados sobre las manadas, en los que se afirma que los miembros de rango jerárquico inferior son los que tienen menos privilegios, que no se pueden reproducir, comen los últimos y deben tumbarse muchas veces al día para mostrar respeto y sumisión al jefe. Así es Rodriguito, pero si algún día se le quiere alebrestar al jefe, como el lobo de la manada, puede mostrar a un tiempo dominancia y sumisión, enseñando los dientes pero con la cola entre las patas.
Opinar que tirar a la basura más de un centenar de iniciativas fue un acierto de los legisladores que le precedieron y afirmar que “en algunas ocasiones se presentan iniciativas que son por demás ociosas, que no tiene caso darle ni tiempo para discutirlas o que nacen realmente muertas y a todas esas se les debería de dar carpetazo” es, por decir lo menos, una bobería, y es al mismo tiempo una actitud de complicidad, de sumisión al jefe. ¿Quién es Rodrigo De la Rosa para determinar qué iniciativa tiene trascendencia o no? Lo más seguro es que ni siquiera las haya leído, como tampoco las iniciativas que le pide el jefe aprobar en fast track, en clara referencia a las recientes modificaciones al Código de Procedimiento Civiles donde no sólo no hubo discusión, sino se ordenó convertir la torre legislativa en un búnker, acordonado por grupos especiales de la policía para no dejar entrar a los ciudadanos que se oponían a la nueva reglamentación en materia civil. Ciertamente, en el Congreso hay discusiones que en lo personal no aportan nada a la vida democrática de los chihuahuenses, pero aún así debe seguirse un procedimiento y votarse. Pero de ahí a tirarlas al bote de la basura y salir a decir a los medios que hay “cero rezago”, no sólo es una mentira y un oportunismo, sino un acto de corrupción que amerita sanciones.
Y salir a los medios a decir que este comportamiento es correcto, como lo señala el hijo del –ese sí berrinchudo– expresidente del PRI, Rodrigo De la Rosa (acuérdese usted que gracias a ese berrinche su vástago fue diputado y él, al dejar a cambio la dirigencia estatal pasó a ser un miembro más de la manada), es igualmente insano aún en los corrillos de la peor y más miserable política.
Por otro lado está el diputado-comparsa del Panal, Gustavo Martínez, que en lugar de marcar una línea –o lo simule enseñando los colmillos con la cola entre las patas, o enseñe el vientre en señal de sumisión– pide llamar a cuentas a los más débiles de esa cadena (im)productiva.
Lo que ocurre en el Congreso es de suma gravedad. Tal vez las que sí deberían irse a la basura serían las palabras de Rodrigo De la Rosa, pero aún así, como dijera Voltaire, tendría derecho a expresar sus opiniones… y luego ser llamado a cuentas él, la bancada que le pastorea en el Congreso los caprichos al cacique mayor y el resto de los diputados cómplices.