7 de junio: lo que hemos desaprendido
No es lo mismo el 7 de junio que el 3 de mayo. No para los reporteros de a pie, no para los periodistas inscritos en la auténtica independencia del ejercicio de su profesión. No para quienes a diario sufren los embates del poder hacia su trabajo genuinamente crítico. No para quienes ofrecieron sus vidas a cambio de defender la materia prima de uno de los pilares de la democracia.
Para los dueños de los medios, a inicios de los 50, es que el presidente Miguel Alemán convirtió el 7 de junio en fecha de agape, de refrendo del cochupo institucional, del chayote repartido entre los redactores proclives al régimen que se creía inamovible; y fue Luis Echeverría el que instituyó, 25 años después, vía el Premio Nacional de Periodismo, algunos estímulos legítimos y justificados pero en un contexto de verdadera cooptación. Es hasta 2001, durante el foxismo, que se crea en torno a dicho premio el Consejo Ciudadano del Premio Nacional de Periodismo, una asociación civil integrada por instituciones educativas, fundaciones y agrupaciones civiles. “Es una iniciativa ciudadana que atiende la necesidad de reconocer el trabajo de los medios de comunicación como instancias de interés público y honrar, en particular, la labor de los periodistas, tan relevante en el ejercicio habitual del derecho ciudadano de ser informados de manera autónoma y totalmente desligada del ámbito gubernamental”, se indica entre sus principios fundacionales y que busca, finalmente, desligarse del oficialismo.
Por su parte, el 3 de mayo fue proclamado como el Día Mundial de la Libertad de Prensa en 1993 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en consonancia con una recomendación de la UNESCO emitida dos años atrás.
En el país, hoy, los trabajadores de los medios de comunicación coinciden en algo: “no hay nada qué celebrar”. Los recientes asesinatos de periodistas en varios estados de la república, las agresiones físicas, el acoso, son parte de los problemas que deben enfrentar quienes se dedican profesionalmente a esta actividad, la más peligrosa para ejercerse en México, según se ha repetido infinidad de ocasiones en múltiples informes, foros y tribunas.
Por supuesto que los crímenes han cobrado una relevancia inédita en el país, pero no hay que dejar de lado otros aspectos para obtener una radiografía completa del estado de crisis que guarda el periodismo en un contexto más global. A nivel general tenemos que también la autocensura, el manipuleo de la información, el trasiego de intereses entre los dueños de los medios y quienes se encuentran encumbrados en el poder político, económico y hasta religioso siguen formando parte de la pauta nacional. El chayote, igual que los contenidos y la aparición de la prensa digital, también se ha sofisticado y encontrado variables increíbles.
Sobre el futuro de la prensa tradicional hay mucho por discutir, pero ese es otro tema. Lo que ocupa ahora es que el 7 de junio nació para quedarse, con todo lo que hemos aprendido y desaprendido; y si bien se ha “ciudadanizado” el famoso premio nacional, dotado hoy de una escultura y un monto económico casi generoso, el hecho es que todavía los ciudadanos observamos cómo viejos vicios discurren en las relaciones de la prensa y el poder y otros nuevos surgen al amparo de las triquiñuelas de siempre.
En Chihuahua esa relación se ha transformado: de la adaptación que el corrupto César Duarte hizo del lopezportillista “no pago para que me peguen” por su “pago onerosamente para que me adulen”, se ha pasado al “te pego para que me pagues” de parte de algunos dueños de medios que quieren presionar para poder tener acceso al mermado erario chihuahuense, en un enfrentamiento inédito propiciado, contra toda lógica institucional, por el gobierno del nuevo amanecer, que se jacta de contar con un gobernador periodista y un jefe de Comunicación Social proveniente de la prensa.
Nadie en el poder, hasta ahora, ha honrado la memoria del chihuahuense Silvestre Terrazas, el gobernador periodista por antonomasia. Aún siendo descendiente de los Terrazas, como prensista y redactor se opuso al terracismo, lo mismo que al porfirismo, al huertismo, carrancismo y callismo. Y cuando fue gobernador interino, por tres ocasiones en medio del villismo, “tuvo especial celo en la administración de las finanzas”, según narra una de sus biografías.
Terrazas es, pues, una vara cuya medida ningún gobernante ha rebasado. Y este 7 de junio es bueno recordarlo.