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AMLO y Estado de derecho

Llegando a la mitad de este año se advierte con toda nitidez que el país toma el rumbo de 2018 y su importante elección general de presidente de la república y de congreso general. No hay partido, ni político importante, ni sector empresarial que no esté avocado en ese relevante punto de agenda nacional. Los sectores más desprotegidos están más a distancia, aunque son el conjunto numéricamente superior en la ambición de configurar un bloque mayoritario. En ese contexto figuras destacadas que apoyan la campaña electoral que ya de manera abierta realiza Andrés Manuel López Obrador, estuvieron en esta ciudad de Chihuahua para celebrar un encuentro con empresarios y exponer el proyecto del tabasqueño, al que se le denomina “Proyecto de Nación”, aunque en sí el término deje mucho qué desear a estas alturas de la historia.

Centralmente la nota periodística estuvo marcada con la presencia y las intervenciones del capitalista Alfonso Romo. La prensa le asignó el papel protagónico en correspondencia a su importancia y se propaló un desayuno celebrado en un lujoso hotel y restaurante. Se dijo con énfasis que se había logrado el “lleno total”, en algo así como el oximoron que mejor describió al suceso. Pero en realidad el concepto total no viene al caso, salvo por el número de comensales, porque no estuvieron ni los dueños del pueblo, ni tampoco sus personeros. Si los invitaron hubo lógico desaire y quizá si no los convidaron fue una falta de pericia pues ahí habrían estado. Antes que todo tienen intereses y saben que es probable que se está cocinando la Presidencia.

Como suelen decir los divulgadores de estos eventos: hubo de dulce, de chile y de manteca y parte de la diáspora de todos los partidos pasó lista de presente, en algunos casos causando punzadas que van del cerebro hasta donde termina la médula espinal. Hablo sin dar nombres porque lo estimo innecesario, de no pocos políticos impresentables ante la ciudadanía chihuahuense. Buscaban, tengo para mí, que las aguas purificadoras los alcanzaran o el incienso que logra redenciones jamás imaginadas, los convirtiera en hombres de bien, porque básicamente se trató de machos. Pero esa no es la miga principal de esta entrega, voy hacia dos puntos que expuso el hombre de negocios que da voz a Andrés Manuel López Obrador en el ámbito del mundo empresarial.

En primer lugar brilló por su ausencia el tema de la fiscalidad del Estado mexicano de cara al futuro y sin cuya concepción nada tiene certidumbre, en especial si el propósito es hacer una redistribución de la riqueza. A resumidas cuentas y haciendo gala de un populismo de derecha, Romo vino a decir que con López Obrador no habrá nuevos impuestos. De los que hoy existen casi nada se dijo y conforme a la lógica es de suponerse, implícitamente, que se preservarán. Simple conjetura. Pero significa este pronunciamiento, pregunto: ¿que no se postula el necesario rediseño fiscal para grabar las grandes fortunas que unos cuantos amasan y que no llegará a nosotros, tributo alguna a la especulación financiera? Al parecer sí, lo que significa que los intocables de la economía han de despreocuparse y que sus negocios permanecerán tal cual. Al menos nada se dijo para concluir algo diferente. Proponer impuestos no da votos; es ley que norma el discurso de todo político a la caza de votos.

El segundo punto, y no tocaré más temas, tiene que ver con el Estado de derecho. De entre los convidados al desayuno se escuchó una interrogante sobre este particular y el papel que juega en el llamado “Proyecto de Nación” de López Obrador. A los enterados de esto o les sorprendió o les preocupó la respuesta. Prácticamente Romo postula como modelo en esta materia lo hecho por Álvaro Uribe durante su estadía en la presidencia de la república de Colombia, que ha vivido guerras sin fin y que es paradigmática en materia de cultivo, tráfico de drogas, armas, homicidios, guerrillas, muerte y desolación. Recuerden La Virgen de los sicarios, del escritor Fernando Vallejo. Pasaré de largo el conservadurismo de Uribe y sus vínculos con el legendario Pablo Escobar, para centrarme en la absurda respuesta, que habla bastante mal del capitalista regiomontano, que por lo demás, hasta el lector contumaz del político colombiano es modélico para el empresario nacional a la hora de ofrecer una reseña del Estado de derecho recomendable para México.

Desde luego no sugiero que se esperaba una respuesta sesuda, con profundidad en la filosofía del derecho ni cosas por el estilo. Esto suele provocar indigestión entre los comensales. No va por ahí mi crítica. Esta se sustenta en que el vocero empresarial está sugiriendo una tesis harto espinosa para el momento mexicano, cómoda a los grupos del privilegio económico interesados en su paz, pero no en la de todos los mexicanos. Implica negociación con el crimen para el mantenimiento de un stablishment en el que el negocio de la droga contribuye bastante al producto interno bruto y por tanto la vieja idea de que tratándose de un negocio jugoso este tipo de crimen lo más aconsejable es gobernarlo, nunca combatirlo. Y qué decir de un modelo uribista puesto de rodillas ante los intereses norteamericanos a los que se enajenó el interés regional en términos geopolíticos, militares y financieros. Y resulta además curioso cuando a López Obrador algunos lo tildan de chavista, con la inequívoca pretensión de generar miedo como motivo motorizante de la acción, y su amigo predilecto en el ámbito empresarial recomienda el camino que tomó Álvaro Uribe en la patria de Gabriel García Márquez.

En México hay una historia de la que no se puede prescindir en esta materia. Está la gran herencia del liberalismo mexicano con sus grandes exponentes durante la Reforma liberal del siglo XIX, legado del que no se puede, ni se debe renunciar; más si nos hacemos cargo de que retóricamente a López Obrador le encanta decir que admira a la Suprema Corte de Justicia de la época de Benito Juárez y que conoce, a lo que se sabe, por sus lecturas de la Historia Moderna de México de Daniel Cosío Villegas que tanto le encanta plagiar. Pero no paro aquí. Hay notables estudiosos mexicanos que han abordado la visión de futuro del país en un sustento de Estado de derecho, que en este caso brillaron por su ausencia. Romo, lo dejo claro, no tiene por qué saber de esto y es probable que lo sepa y advierto también que no son sus declaraciones, necesariamente, lo que piensa el candidato López Obrador. Lo que sí me queda claro es que el panegirista empresarial, que busca la cobija de la regeneración nacional, sí intelige lo que quiera, cómo lograrlo y siguiendo el lema de arrimarse al árbol que mejor sombra prodiga, expresó que a él le gusta la frondosa ceiba de Álvaro Uribe. Por algo será.

El tema del Estado de derecho es caro. Define de entrada la real vocación del compromiso democrático, porque cuando no es así se tiende a pensar que las instituciones se quieren mandar al abrasivo fuego del infierno. ¿Quieren Cuarta República? Hablen claro.