Auditoría Superior: más política y menos palenque
El nombramiento de Auditor Superior del Estado de Chihuahua se convirtió en un burdo comercio de falta de oficio político, proyectos envilecidos de poder e ignorancia del derecho público. En esta entrega no incursionaré en el polémico veto interpuesto por el Ejecutivo estatal y la obstinación y resistencia que encontrará en el Congreso del Estado. Habrá quienes se ocupen de este tema, citen artículos, invoquen tesis jurisprudenciales y hasta echen su gato a retozar. Por lo que a mí respecta, pretendo reflexionar sobre este punto en su vertiente más significativa: la genuina rendición de cuentas, lo que nos permitirá afirmar la enorme distancia a la que se encuentra el PAN y su gobierno corralista de una reforma de fondo del ejercicio del poder y el Estado.
En cerca de 200 años de existencia de nuestra entidad federativa, el encargado de velar por la protección del patrimonio público que la sociedad pone en manos del gobierno, el contador mayor, para referirnos por su arcaica denominación, ha sido impuesto por el Ejecutivo del estado -llámese gobernador o intendente-, lo que significa que siempre ha habido una dependencia del que revisa con relación al revisado, del auditor con el auditado, del fiscalizador con el fiscalizado. Esta es una vieja herencia del patrimonialismo español que concibió al Estado como una especie de cortijo o hacienda privada del gobernante y, por tanto, la base de la discrecionalidad más aberrante que se puede uno imaginar y que ha prohijado la inveterada corrupción e impunidad. Es la historia del control político de la cuenta pública, carácter político que deviene de depositar en el Congreso la facultad revisora y que, aparte de ser un poder sojuzgado y dependiente, suele ser ignorante e indolente, además de profundamente asimétrico con el poderío y recursos personales del Ejecutivo. Esta es una historia tan vieja que por ello ya pocos se ocupan de ella.
El control de esta importante esfera del Estado se ha preservado en sus contornos políticos y sólo hasta épocas muy recientes se han puesto en juego diversas opciones para salir de un bache histórico que parece infranqueable si nos asomamos al deplorable espectáculo que tenemos en escena en este palenque en el que de un lado está el partido de los Corral y del otro el de la gallera María Eugenia Campos Galván, Miguel La Torre y César Jáuregui Moreno, con emplumados del mismo azul tornasol. Al sesgo político que la decisión exhibe, de un lado Corral, ambicionando tener un poder que todo lo permea, y la resistencia de sus correligionarios que desean acumular navajas por lo que el tiempo encoja, no nos queda de otra que caracterizarlo de reyerta al interior de la vieja casa azul, y sin duda a la incapacidad política de ambos contendientes para ponerse de acuerdo en un tema relativamente sencillo.
Desde 1998, año en que se operó la fallida iniciativa popular para crear un Tribunal Estatal de Cuentas, que Corral apoyó a posteriori en 2004, se ha venido preconizando la indispensable autonomía del órgano auditor. Por todos los confines del estado se ha escuchado la necesidad de que ya no haya más Sérbulos Lerma ni Jesuses Esparza; y sin embargo, cuando arriba al poder el gobernador parlamentario, lo primero que se ve es su apoyo a Armando Valenzuela -su tesorero de la primera campaña por la gubernatura- que además muy fresco declaró que ocupa el cargo con la venia y apoyo de un par de funcionarios corralistas como Arturo Fuentes Vélez y Guillermo Luján Peña, ambos de la Secretaría de Hacienda, que es la dependencia que con mayor rigor está sujeta a auditoría. Este hecho duro nos habla de manera más que clara de la nula voluntad de acercarse a la altura de los compromisos públicos y que la retórica vacía se queda en eso que se conoce como engaño. Del otro bando panista ni qué decir: Jáuregui Moreno y Campos Galván se han dedicado al mercadeo político de cuentas públicas, de tal manera que se puede apreciar que continúan en la misma faena, tan desaseada ahora que han llevado al cargo a un inelegible, que debe renunciar en mérito a su propia carrera, pues no carga sobre sus hombros el ser un ciudadano carente de honradez, aunque realmente su excusa de que no fue candidato -uno de los impedimentos no dirimentes que lo baldan-, lo exhibe como una especie más ingenua que un cabrito mamón.
Pero esa renuncia no ha de redundar en beneficio de ninguno de los contendientes que asistieron al palenque y que salieron enojados cuando las puertas se abrieron. Debe ser un suceso a tomar en cuenta para una rectificación esencial en una materia impostergable, como es el abrirle grandes avenidas a la rendición de cuentas en Chihuahua. Tenemos una reserva de profesionistas que pueden hacer un papel brillante, como para que los panistas no vean más allá de sus narices, sus intereses y sus amigos. No basta que Javier Corral diga que no quiere ser el primer panista del estado (declaración que trae el tufillo propio del folclor); lo que se quiere es que simplemente sea gobernador y no jefe de las instituciones estatales, porque eso sí abona a una auténtica división de poderes. Ha de haber una ruptura en esta materia y tiene que ver con la apertura de una auditoría superior a un territorio de autonomía auténtica, real, lejana de la retórica y con existencia cívica. Hechos no palabras.
Desde 1996 en que el extinto Gilberto Rincón Gallardo convocó a un coloquio sobre el control de las finanzas públicas al que asistieron personajes de primer nivel, tanto del país como del extranjero, ha quedado como una obviedad que la producción de instituciones fuertes está en el corazón de un nuevo sentido de la auditoría pública, como lo han dispuesto los planteamientos de la Organización Internacional de Entidades Fiscalizadoras (INTOSAI, por sus siglas en inglés), bajo las notas de la integralidad, la regularidad y desempeño que se traduce en economía, eficiencia y efectividad. Pero todo eso es vana palabrería si un grupúsculo partidario o el mismísimo partido en el poder o el Ejecutivo estatal desean tener en la Auditoría Superior del Estado a sus amigos o a sus afines, que en el caso que me ocupa ni siquiera han tenido la habilidad de ponerse de acuerdo montando un espectáculo de carpa. Aunque dicho sea de paso, este puede ser bueno a condición de que haya un buen Palillo en el tablado.