La Auditoría: el oso y El Oso
Dice la conseja popular que el prometer no empobrece. El éxito electoral de Javier Corral fue su ofrecimiento de ir en contra de la corrupción política. A la hora en que asumió la gubernatura estuvo presente una retórica que giró en torno a la idea de que el régimen de corrupción e impunidad estaba agotado y no faltó la frase efectista que una audiencia, en parte a modo y en parte espontánea, le aplaudió, a él y al contenido y sentido semántico de sus palabras. Con todo y eso lo que ha sucedido en el escándalo de la Auditoría Superior del Estado es lo que en el argot populachero se llama un oso, que si fuera un ridículo circunstancial no tendría importancia, pero se trata de algo verdaderamente grave y que nos permite dotarnos de un método inequívoco para dimensionar lo que está sucediendo.
No quiero ocultar que el tema de la corrupción es en mi agenda política uno al que mayor tiempo le he dedicado. En mi libro La afición a la maldad lo abordé en sus raíces políticas y culturales, pero no desligado de toda una praxis que tiene el mérito de haber realizado un ejercicio de democracia participativa al iniciar una propuesta de reforma legislativa apoyada y debidamente documentada por más de 20 000 hombres y mujeres en edad ciudadana. De todos los municipios del estado fluyeron firmas para exigir una reforma de fondo a través de una institución ciudadana, rigurosamente moderna, autónoma, aquilatadora de lo más avanzado en materia de auditoría, fiscalización y contabilidad gubernamental. Fue la propuesta para combatir la corrupción que inauguró Patricio Martínez García y concluyó en los 18 años de restauración priista que naufragó en el pantano de César Duarte. La iniciativa popular fue sofocada por politicastros del corte de Emilio Anchondo Paredes y Sergio Martínez Garza. Con estas palabras lo único que quiero subrayar es que nuestra lucha anticorrupción no inició ayer, hay toda una historia que la respalda, y desde luego recién llegados.
Durante el primer intento de Corral por alcanzar la gubernatura, su plataforma electoral recogió los lineamientos de la propuesta original anticorrupción. Me consta porque fui quien elaboró esa plataforma mientras en el PAN se larvaba la discordia y la disputa por intereses mezquinos que llega hasta nuestros días. Después de 2004 asumí la defensa del patrimonio público en todas las cuentas que se sometieron a revisión al Congreso local y pude observar que al PAN le interesaba el mercadeo de las mismas antes que la transparencia, la rendición de cuentas y el fincamiento de responsabilidades. Dicho coloquialmente: PRI y PAN permutaban favores y hasta hay una frase sintética: te doy Chihuahua si me das Juárez. De entonces data la creación de la Auditoría Superior del Estado que recogió y superó notables planteamientos contenidos en la añeja iniciativa popular. A su tiempo Reyes Baeza, con su Sérbulo Lerma, y César Duarte con su Jesús Esparza se encargaron de que todo ello quedara en simple literatura o mejor dicho en talco que cualquier vientecillo político dispersa.
Con toda esa historia viva, por ser reciente, llegamos a la coyuntura actual en la que, haciendo de la reforma del poder un tema más de la predilecta declamación, se quiere solventar con razones de partido el apoderamiento faccioso de la Auditoría Superior del Estado por un par de logias azules que quieren tener en sus manos ese instrumento para emplearlo en congruencia de las viejas prácticas que dan pábulo a la impunidad en esta materia. De un lado los diputados de la señorita Campos Galván, aliados de los diputados duartistas preconizando a un personaje que se quedará para la historia con el remoquete de Nachito. Del otro, los nuevos amos empeñados en un personaje cuyo alias es el Oso, que candoroso y muy folklórico declara que a él lo hace valer el apoyo del secretario de Hacienda, Arturo Fuentes Vélez y Guillermo Luján Peña, este último que fuera mi compañero, legajo en mano, a la hora de entregar la iniciativa popular señalada. En todo este escándalo y cuando digo escándalo digo corrupción, hay contumaz pugnacidad interpartidaria, absoluta ausencia de oficio para procesar una decisión, pero sobre todo un afán concentrador de poder en el gobernador que revoca no nada más el compromiso con la democracia y la división de poderes sino también, gobernar con la participación ciudadana. A las cosas por su nombre.
Cuando realicé el balance de la iniciativa popular y en particular en el capítulo que se adentró en el examen del fenómeno de la corrupción abordé el tema desde la perspectiva de la representación política y de entonces mi afirmación a la que no le cambiaría ni una coma. Si la democracia en México no entra al proceso de maduración, si no se consolida, esa representación como complemento básico está en riesgo de sucumbir ante los embates de los proyectos autoritarios que tienen precisamente en la corrupción un formidable recurso para ganar terreno en favor de los viejos mecanismos empleados por el poder para perpetuarse en él y soslayar u olvidar los grandes intereses de la sociedad.
Cuando todo eso falla llega la anomia y prevalecen los proyectos personalistas del poder como el que ya se perfila en Chihuahua. Un demócrata comprometido no se da el lujo de la permisividad de nombrar a quien lo va a auditar, transgrede el sentido de las instituciones y la transparencia y la cultura de la legalidad también. No bastan las palabras, por bien dichas que estén para ocultar una realidad que empieza a desplegarse y que terminará mal si no se corrige, y pienso que no se corregirá.
Las más de las veces que se examinan estos temas se tiende a hacer un estudio y a generar opiniones como si el Estado y el gobierno fueran una nebulosa galáctica en la que es difícil encontrar el nombre de una persona que debe responder. Nada más engañoso. A la lucha por una profunda rendición de cuentas se han de adosar los nombres y los apellidos, más cuando de corrupción se trata pues la misma no sucede en un éter que todo lo confunde. Hay acciones y responsabilidades concretas y si nos basamos en las apreciaciones de Freud -pienso en un par de obras señeras: El porvenir de una ilusión y El malestar en la cultura- encontraremos accionando a hombres y mujeres que carentes de autocontención y de rigor moral inician empresas que reiteran las viejas prácticas. Así veo a Corral en el suceso que comento y así a los diputados del PAN. Y en una escala más abajo, digamos bajuna porque ahí se autocolocó, el Oso Valenzuela, el que fuera tesorero de Corral, amigo de sus futuros auditados, compañero de partido y hasta sediento luchador por un cargo que no merece ya a estas alturas. Fue bochornoso ver a el Oso denunciando penalmente de usurpador a su contrincante, cuando en ese drama el único usurpador era él. Que no nos venga con argumentos de ningún tipo, simplemente cómo quisiera que practicara la autocontención y se dijera, a sí mismo: esto no lo hago. (Al llegar aquí en mi cerebro se mueve la frase: Jaime, cómo eres ingenuo).
Y es que en todo esto la moraleja radica en la otra parte del refrán: el dar es lo que aniquila.