Cuando Óscar Cantú me ayudó a continuar libre
El cierre definitivo del Norte de Juárez, el periódico que por lustros me hospedó como colaborador en sus páginas dominicales es, además de una pérdida para el periodismo estatal y la libertad de prensa, una demoledora noticia personal.
En mi libro La persistencia de la memoria, prensa y vida pública (Ediciones del AZAR, 2008), como prefacio escribí el texto A manera de explicación en la que reconozco la invitación sanadora de Óscar Cantú a publicar, sin cortapisas, en su rotativo. Sanadora porque su llamado ocurrió justo cuando convalecía de mi intervención quirúrgica a corazón abierto. No fui el único. Muchos chihuahuenses comprometidos han de lamentar hoy que no habrá más el ejercicio crítico a través de las páginas de Norte de Juárez frente a los regímenes autoritarios de nuestro estado, frente a la estulticia del poder. No hay razones –exceptuando las más cicateras– para no creer que Óscar Cantú, quizá en sus reflexiones más profundas y solitarias, haya caído en la cuenta de que en nuestra entidad no hay condiciones seguras para ejercer el periodismo honesto y valiente. El reciente asesinato de una de las suyas, indefectiblemente una de las nuestras, Miroslava Breach, así lo confirman, lamentablemente.
Recordando la generosa invitación de Cantú en un año crucial de mi vida, enseguida reproduzco íntegro el texto referido de mi libro:
“En septiembre de 2002, la vida me dio un aldabonazo. Me recordó de golpe que el corazón, dada su ubicación y sus potencias, es el centro de todo proyecto de cambio progresista. El corazón, en palabras de Samuel Becket, es una bomba que pertenece más bien al dominio de lo hidráulico. Yo, por mi parte, descubrí cuán necesarios son su percusión vigorosa y ritmo cadencioso para la existencia individual. Si parara, todos los placeres y desafíos que la vida ofrece, terminarían de tajo sin apelación posible. Así que sin más me vi obligado a hacer un alto en el camino.
Me refugié en el cariño de mis seres queridos y me retiré de la vida política durante los meses de convalecencia. El amor se me reveló como un sentimiento más intenso, me acerqué a los demás como nunca antes, mis convicciones se afirmaron y me prometí a mí mismo que no dejaría sin mi aliento personal las causas a las que me había afiliado desde hace décadas contra toda adversidad. Aprendí cuán imprescindible era como político de aspiraciones generosas no sólo exigir ser comprendido, sino comprender a los demás. Saldé cuentas con lecturas pendientes o preteridas, especialmente poéticas. Los grandes poetas me consolaron, me cuestionaron, me dieron fuerzas para empeñarme de nuevo. Las lágrimas de gusto y tristeza surgieron no pocas veces como lenitivo para la soledad y, ¿por qué no decirlo?, como recordatorio de que la vida pasa inexorable y sin que nos percatemos de su constante fluir.
En broma siempre dije que mis anhelos se cubrirían en varios siglos, pues si el socialismo humanista había sido mi meta y pasaba por gran desprestigio y por la deshonra soviética, justo era ser ambicioso y colocar en algún punto del tiempo el momento más deseado y querido. Recordando con Cesare Pavese que, a pesar del fracaso del socialismo real, la utopía de un mundo más igualitario, justo y democrático seguía vigente. Oí centenares de veces La marsellesa, el inolvidable himno del renacimiento de la humanidad y de la furia por la libertad, al que atribuí efectos sanadores casi mágicos. En el fondo, sin embargo, estaba descorazonado. La aldaba había pegado fuerte e irremisiblemente me hacía imaginar el fin. Confieso que no hice testamento.
A lo largo de mi modesta vida siempre he encontrado un tornavoz que amplifique mis expresiones y entregue a la audiencia mis ideas. Así, he transitado por las páginas de los principales periódicos de Chihuahua; me refiero tanto a la prensa industrial como a aquella aparentemente menos importante, de tiraje pequeño pero que cala profundo. Entré y salí de muchos periódicos; abandonando lugares, en ocasiones sin alternativa, y en otros momentos porque, a mi juicio, una empresa mejor me abría sus puertas. Siempre sin paga, lo que consigno como simple dato y no como reclamación, porque ese hecho me permitió eludir la trampa de la vanidad y de la realidad sesgada a cambio de una cuantas monedas.
Cuando atravesé por ese momento crítico en mi vida, me había retirado, hacía meses, de un diario capitalino que se negó a publicarme un texto en el que califiqué al 1998 de Chihuahua como el inicio de la restauración del viejo autoritarismo priísta, más que como un ejemplo de alternancia democrática. Durante un tiempo mi pluma permaneció inactiva.
Una noche recibí una llamada telefónica, justo a la hora en la cual los periódicos están en manos de la imprenta porque ya se ha confeccionado un buen tiraje. Era Óscar Cantú Murguía. Llamaba de Ciudad Juárez a mi casa y en mi búsqueda.
Vinieron los saludos de rigor. Los interrogatorios sencillos e indispensables para hurgar sobre mi restablecimiento y escuché palabras benevolentes y generosas con el solo propósito de abonar mi deseo de recuperar mi salud trastornada.
—¿Quieres escribir? –escuché con un oído que pronto se alebrestó.
—No sé si pueda. Tal vez.
—En el Norte de Juárez tienes todo el espacio que quieras. Tu libertad está primero. Ningún texto tuyo se dejará de publicar en mi periódico.
—Gracias.
—Tu corazón sanará, no tengo duda, con cada entrega que nos hagas. Chihuahua necesita tu voz.
—Gracias, Óscar. Acepto y escribiré todos los domingos.
Así empezó mi última fase como escritor político. Recuperé mi salud. Ignoro cuántos días más palpitará mi corazón, pero –Óscar tenía razón– lo hace mejor cuando la pluma, bueno, la computadora, estimula en mis venas el paso de la sangre en servicio de la verdad.
En recuerdo de ese año difícil, recojo en este libro lo que a mi juicio es buena contribución a la tarea periodística emprendida como un aliento de vida y como contribución a la utopía que es más verdad que la verdad. Una pequeña recopilación de la tarea que me permitió continuar libre; chocando con las cosas y los hombres; insertado en la realidad y presto a transformarla.
No reniego de otros medios que me hospedaron. Sin embargo, para mí esas páginas son las más queridas porque me permitieron vivir más años para dar voz a los reclamos de justicia de muchas causas que se habrían quedado mudas, de no ser porque una noche recibí una amigable invitación que me ayudó a decir: y sin embargo, continúa latiendo”.