El último día de febrero, ante los reclamos de sectores conservadores que exigían retornar a las actas de nacimiento tradicionales, el gobernador Javier Corral fue categórico: “Acataremos el Estado de derecho, y por supuesto que ni renunciamos, ni claudicamos en nuestras convicciones éticas, morales o religiosas. Pero un gobernador o un gobierno, no le puede imponer sus convicciones religiosas a nadie”. Cinco semanas después cedió: durante el inusual informe de “seis meses” ofrecido ayer en Palacio, Corral reculó y hasta arrancó aplausos del público asistente al afirmar que “voces muy apreciadas y asumo que con auténtica preocupación, han venido manifestando su inconformidad por este formato. Ante ello, he instruido al Secretario General de Gobierno para que mientras no se controvierta legislación alguna se vuelva al formato anterior y se reintroduzcan los conceptos ‘padre’ y ‘madre’ en el Formato Único de impresión y se atienda esta exigencia ciudadana”.
Así, en contraste con aquellas palabras en las que dijo: “nos estamos ciñendo a la ley y a los criterios jurisprudenciales de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Estamos comprometidos con el Estado de Derecho. Y por supuesto que la fórmula, con la cual ahora realizamos los matrimonios colectivos, se apegan a las tesis jurisprudenciales. Nosotros no podemos ir en contra ni del derecho, ni de la ley, ni de la jurisprudencia”, ahora, al doblegarse ante las presiones del obispo Constancio Miranda Weckmann y el ‘Padre Negris’, afirma que “Conozco de la Reforma Constitucional que se publicó el pasado 5 de Febrero de este año y que da facultad al Congreso de la Unión para legislar sobre la materia registral de manera general, dejando de lado las particularidades de los Estados”.
Este cambio de piel no pudo ser más oportuno: había que ganar popularidad, quitarse golpes, incrementar el bono democrático que se le estaba gastando hasta antes de las multiaprehensiones de excolaboradores del régimen duartista y la exigencia superlativa generada por el homicidio de la periodista Miroslava Breach.
En ese echarse para atrás, el gobernador del estado ejerce la más grande concesión de lo que va de su mandato a la ultraderecha chihuahuense, a la iglesia católica y a quienes, como Miranda y el cura Gustavo ‘Negris’ Sánchez Prieto, cabildean en nombre de la intolerancia. Porque, ¿cuándo se les ha visto a ellos luchar con la sociedad contra la corrupción o la impunidad?
En algún pasaje El Quijote le dice a Sancho, en un acomodo para estos tiempos: “con la Iglesia hemos topado”. Y así parece. El recular de la institución gubernamental así lo confirma. O como dijo el Sabina, no hay nostalgia peor que extrañar lo que nunca existió.
A mi si constancio, el «pagresito negris», al que recuerdo andar pidiendo limosna para su operación, cuando la iglesia es multimillonaria a costa de los limosnas de las y de los que nada tienen, nada saben y nada…. de nada; me puede excomulgar y será como como otra llamada a misa. Con la iglesia nos seguimos topando para nuestra desgracia. La iglesia es el antídoto para los ricos y el veneno para la mente de los pobres pecadores. La iglesia esta hecha de fragmentos acabados a retazos en el espectáculo que empeña el hechizo sin echizo y que exagera la nota culterana: «En el principio los hombres eran libres e iguales; si no hay causa para pensarlo no hay razón para creerlo». El hombre es naturaleza caida por obra y gracia de la hipocresía de su majestad la iglesia. Ante una lgesia petrificada: Gibrán Jalil Gibran, Buda y Jesús que no vino a construir iglesias; sino a convertir, del hombre, el corazón en templo y el alma en altar. ¡Puro espíritu, nada de salvajadas!
Y qué hay del detestable arte de criticar todo y a todos. Si recular es escuchar a la gran mayoría de la ciudadanía chihuahuense, pues ojalá y siga reculando.
Mejor dicho no podria haber sido.
No cabe la menor duda, la crítica donde uno menos piensa, se cuece a veces a fuego lento y otras a caldero hirviendo. Por eso me digo: no hagas crítica cuando el silencio es mejor. Hasta en el Santo Sepulcro se escucha hecha tierra, hecha fuego. Con la mente abierta y en plena libertad hay que vivir la crítica buena, retroalimentadora, sana y revolucionaria. No está por demás ser autocrítico. Es un acto de honestidad y de solvencia intelectual, ética y moral.