Gabriel Sepúlveda y los magistrados duartistas que aún lo acompañan, no pierden el tiempo en su afán de continuar vinculados a sus cargos, producto de un golpe al Poder Judicial ya imborrable en la memoria de Chihuahua. El día de ayer, a través de un periódico de cuyo nombre no quiero acordarme, encartaron una especie de tabloide de doce páginas mediante el cual presentan al Tribunal Superior de Justicia como “punta de lanza”, aunque no se diga de qué. Y así, publicitariamente llegan a los compradores de papel, dando cuenta de cómo crece la infraestructura de la justicia –ahora nos damos cuenta de que hasta infraestructura tienen, porque edificio no hace justicia–. Cantan las glorias de la oralidad, presentan a la Ciudad Judicial como un espacio de “calidad mundial” (en tierra de ciegos, el tuerto es rey), y hasta el inútil programa de Soy legal sale a relucir, junto con las damas voluntarias entregando 300 mochilas por el regreso a clases. En fin, publicidad y más publicidad. ¿Y todo para qué? Para que la herencia negra del duartismo se perpetúe para la desgracia de Chihuahua.
Francisco redime a un mártir; el Diablo mata a El Exorcista, y Shylock ronda Chihuahua
El fin de semana terminó con tres noticias, de diverso origen, pero que tienen la virtud de sacarnos estrictamente del solar chihuahuense. Va la uno: el próximo 16 de octubre se dará la primera canonización de mártires de la Revolución francesa, acontecimiento del lejano siglo XVIII, para ser más precisos de 1789, cuando el pueblo de París inició un nuevo ciclo para la humanidad al tomar la prisión de La Bastilla. Ya antes Pío X, Juan Pablo II y Benedicto XVI habían aportado alrededor de 440 franceses que algo tuvieron que ver con el catolicismo galo; pero ahora el Papa argentino Francisco, al que no se le puede decir primero porque es el único, va a canonizar al hermano Salomón, nacido en Nicolás Leclerq, hermano de La Salle, que fue un cura refractario, que según las historias vaticanas sufrió martirio el 2 de septiembre de 1792 en París. Se supone que Salomón produjo una curación milagrosa cuando un venezolano a control remoto pidió su intercesión.
Uno se pregunta qué necesidad tiene el cristianismo y el catolicismo contemporáneos de este tipo de ceremonias canonizantes, como las habidas aquí producto de la Guerra cristera, si no es otra cosa que estar reviviendo heridas que ya el tiempo se ha ido encargando de cerrar y curar de manera natural y sin la intervención de absolutamente nadie, más cuando los mártires –pongamos por caso– del Santo Oficio permanecen en el más oscuro de los olvidos. Bien haría la Iglesia en reconocer a la Revolución francesa, pero eso no lo verán nuestros ojos.
Va la dos: en el mismo tenor del fanatismo y la superchería, se anunció la muerte de Gabriele Amorth, a saber, el sacerdote de Modena, Italia, que era el más famoso exorcista del mundo. Valga la expresión, pero a pesar de que él jamás le tuvo miedo a Satanás, de todas maneras bien que se lo llevó el Diablo.
Finalmente la tres, y ya aproximándonos a las inmediaciones del Club Campestre, se dio una muy acaramelada reunión que bien pudiera inspirar la puesta en escena del Mercader de Venecia, de William Shakespeare, en estas tierras desgraciadamente tan lejos de profesantes de las opciones cristianas en favor de los pobres, pero al menos no poseídas por el Diablo, menos ahora que Amorth ha muerto. Pero no olviden cómo Shylock acostumbra cobrar sus pagarés y pedir especiales cargas en libras de carne.
Muy apuraditos andan los esqueletos del duartismo. Quiero ver a un jurista del tribunas superior de justicia de Chihuahua haciendo honor a tal franquicia pública. Deseo observar la encarnación de un acto de moralidad que nos diga que se ha violentado el estado de derecho y se han fragmentado la cultura de la legalidad. Quiero escuchar la retractación a la oralidad de la hipocrecia y de la retórica por ser vana y pura politiquría. Anhelo ver arrancarse los trapos que los hacen ministros y jueces en un acto de solvencia jurídica intelectual y de elemental respeto a los Derechos Humanos. Quiero ver a las Constituciónes como espadas para ser blandidas por honorables juristas contra todo aquello que afrenta a la ética de la legalidad y que renuncia a la imposición y a la cobardía. Mientras el honor se cobije en estos harapos de mangas chatas; la infrestructura de la institución perdera la balanza y el antifaz caerá de los ojos para ver desmoronada la imnundicia de su fantasía, y amparará a las conciencias preclaras, la noblesa de los códigos y las razones estrictas de los reglamentos para dar luz a la mente de juristas humanos, sensibles y responsables del quehacer Superior de la Justicia.