Cuando uno profesa el escepticismo metódico y lee una obra como En la niebla de la guerra, de Andreas Schedler, no tiene menos que expresar sólo sé que nada sé, reconocer la propia ignorancia. Schedler es un austriaco nacido en 1964 que en estos tiempos trabaja en México para el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y cuenta en su haber con una vasta obra que se difunde en español, inglés y otros idiomas. Sin duda se trata de un libro fundamental que todos debiéramos leer a pesar de que no supera los mil ejemplares de su primera edición.

De este libro me fascinó que está hecho de muchas preguntas que nos mueven a la reflexión, pero que además nos convierten en encuestados, a lo largo de su lectura, aunque no aparezcamos en el resultado propiamente, pero sí mentalmente vamos contestando, percatándonos de nuestra condición, de nuestra situación, de los recuerdos. Obviamente que también está el análisis del autor, las respuestas sólidas y duras y las críticas puntuales. Son muchas las cosas que se pueden decir del libro; este espacio es limitado para agotarlas, pero vale la pena resaltar lo que su autor llama “la magia de las ejecuciones”, esos asesinatos sin rostro, las desapariciones, que él considera la parte contable de la violencia criminal, escalofriantes para una joven democracia.

El libro se caracteriza por el rigor científico, por su moderación que deja fuera toda estridencia en un tema que incita a la pasión como es la “narcoviolencia”, que para él es una denominación errónea porque lo que hay en nuestro país es una guerra civil de naturaleza económica, que cae en la categoría de las “guerras nuevas”, estableciendo –esto es altamente valioso– la correlación con los ciudadanos ordinarios y de carne y hueso que viven contiguos al conflicto sangriento que se agudizó a partir del gobierno panista de Felipe Calderón y se ha continuado en el del priísta Enrique Peña Nieto, que ha puesto el silencio como recurso para velar el grave conflicto que azuela a México.

El trabajo de Schedler tiene como punto de partida la Encuesta Nacional sobre Violencia Organizada (ENVO), un proyecto de investigación financiado por el CONACYT y el extinto IFE, realizada a principios de 2014 y que arrojó, por decirlo sintéticamente, el acercamiento, la percepción que la ciudadanía tiene de la guerra. El libro recoge en varios cuadros y con metodología estadística los resultados de la ENVO y leerlos sencillamente causa escalofrío.

Se inicia con esta obra una nueva forma de abordar un grave problema que se presta con dificultad al conocimiento, precisamente porque está en la niebla y además en la niebla de una guerra, concepto que tomó de Robert McNamara, referido al Vietnam de los años 60. Para el imperialista, esa niebla, y la complejidad, nublaban la capacidad de la mente humana para la comprensión, juicio, variables, igual y como sucede con la guerra en nuestro territorio. Guerra nueva y guerra económica, porque en ella se dirimen y disputan con las armas en la mano y gran capacidad de fuego grandes intereses económicos en los que no necesariamente están involucrados los intereses directos de la ciudadanía, que se muestra distante, ya que a diferencia de la guerra civil clásica, con polarización política e ideológica, aquella no vive del apoyo de la sociedad.

Para el autor, México está inmerso en “una democracia deficiente y decepcionante, pero democracia al fin y al cabo”, lo que mitiga la percepción de 95 mil personas asesinadas, que si hubieran sido resultado de una dictadura cobraría una dimensión mundial impresionante. Aquí se trata de una democracia en guerra civil.

El autor, siguiendo parámetros internacionales, considera que en un país hay guerra civil cuando mueren mil personas anualmente producto del conflicto y al menos un 10 por ciento de bajas en cada bando. El instrumento de medición está avalado comparativamente por la universidad sueca de Uppsala que reporta (voy a proporcionar simplemente tres números de caídos que corresponden a tres guerras de ganada resonancia mundial): en Afganistán, de 2003 a 2012, fueron 41 mil 854; Colombia, de 1989 a 2012, 14 mil 461; Rusia, de 1997 a 2004, con el conflicto en Chechenia, 17 mil 601. Para el caso mexicano, la cifra va arriba de los 100 mil y lo más lamentable es que vemos a la violencia como algo de la vida normal y con una pasividad espeluznante por bystanders en calidad de simples espectadores, que de acuerdo a la ENVO ven la tempestad y no se inmutan, más por la estrategia de Peña Nieto de reducirlo todo al silencio. Tenemos una guerra en casa, pero la inmensa mayoría no sabe nada de ella.

Schedler es puntual y lo cito: “Representan (estos homicidios y en general lo que está conexo a ellos) un fracaso terrible del Estado mexicano. Pero hay un fracaso aún mayor: la ausencia de justicia. La violencia criminal se ha expandido en un contexto de impunidad casi absoluta, organizada por el Estado y tolerada por la sociedad”, díganlo si no los dos años de escalofriantes cifras: 2010, con 15 mil 263 homicidios en el país, a los que se sumaron el año siguiente 16 mil 603. Los gobernadores de los estados más comprometidos con esto se conformaban con maquillar las cifras en sus regiones, como si no viviéramos en una república y todo lo que suceda en ella no nos afectara. Cifras sin referentes comparativos.

Una acotación al margen: en nuestra tierra Chihuahua, aparte del repunte de homicidios que estamos viendo en estas semanas, la cifra permanece al alza para efectos de catalogar nuestra condición en guerra civil: tan sólo en 2015 se registraron 1 mil 541 homicidios, el estado se encuentra en semáforo rojo para este 2016 porque existe ya una tasa de 63% de muertes violentas ligadas al crimen organizado y representa casi el doble de la media nacional, lo que nos permite conjeturar que estamos por encima de los mil muertos anuales que acreditan guerra civil conforme a la tesis del investigador del CIDE.

El libro nos recomienda no nos asustemos del manejo estadístico, porque sólo en apariencia es complejo para explicar lo que es la nueva guerra civil, hacer su diagnóstico, analizar a los perpetradores de la violencia, a sus víctimas, el papel del Estado y el de la sociedad civil, para llegar a un manojo de sencillas conclusiones, para las cuales, si no estamos preparados con suficiencia de ánimo, quedaremos abiertamente pasmados y nos colocaremos al borde del desaliento total.

La bibliografía –y esto es un vistazo a vuelo de pájaro– nos presenta 104 obras escritas principalmente en inglés y marginalmente en otros idiomas extranjeros, la mayor parte de ellos estudios académicos, a contrapelo de 84 textos en español, buena parte de ellos informes gubernamentales, artículos periodísticos y, desde luego, parte de lo mejor que se ha escrito por investigadores del país. En otras palabras, nos conocen mucho mejor afuera, en Estados Unidos y Europa, que nosotros mismos, lo que continúa advirtiéndonos de un colonialismo autoasumido en materia de ciencias sociales y obliga a reenfoques de la vida en los entes de educación e investigación superiores del país.

Vivimos –esa es la conclusión que nos da el austriaco– en medio de una ciudadanía parapléjica y no se detiene en su argumentación y nos dice que ya no es “tan optimista acerca de la fuerza civilizatoria de la sociedad civil”, ya que la mecánica de esta guerra civil ha paralizado la solidaridad de la sociedad mexicana. En ella, los perpetradores son los últimos eslabones de la cadena y no están los colaboradores civiles dentro de las organizaciones criminales, sus contactos sociales y la complicidad política, los proveedores de armas, los consumidores de productos y servicios ilícitos que financian la guerra, los agentes del Estado que se alimentan de la violencia, y desde luego, los “ciudadanos que aguantan que la política funcionen tan mal”. Al respecto hay un shock, y lo puso Ayotzinapa: ¡Fue el Estado!

Además se trata de una guerra opaca, con una solidaridad apagada y plagada de falacias muy graves: una víctima del crimen organizado es una hipótesis no confirmada; en la niebla no hay certezas; la mayoría de las víctimas que sí son criminales “no son combatientes sino civiles”; y la idea depredadora del Estado de derecho, que la violencia y las ejecuciones son una justicia informal, por lo que los expedientes nunca se procesan judicialmente y sólo en casos excepcionales hay sentencias certeras y eso no es, de ninguna manera, Estado democrático de derecho.

Es importante visualizar a través de este libro que los ciudadanos están más preocupados por la “inseguridad” que por la “violencia organizada”, por eso los resultados de los números o la creencia muy recurrente de que una víctima “encontró su destino porque andaba mal”; y si la víctima es un funcionario, sin duda la culpa se presupone. Se trata de una guerra que ha inmovilizado a la sociedad y sorprende que la encuesta pueda arrojar el dato de que los gobiernos no han sido ni buenos ni malos, que en el ámbito político ser de izquierda o de derecha no importa absolutamente nada.

Iniciará en breve un nuevo gobierno en Chihuahua, por tanto habrá la oportunidad de generar un relevo en los aparatos de procuración de justicia, de persecución del delito. Conversando con un ciudadano en la calle, me dijo que para ser fiscal general del estado de Chihuahua se necesita ser miembro del narcotráfico. Puede que tenga absoluta razón si el que llegue viene con la idea de gobernar el crimen más que combatirlo. No es fácil, más si como se advierte, el tirano Duarte se quiere retirar después de haber minado el territorio por una fallida transición de los mandos.

Necesita haber justicia, deben desaparecer los millones y millones de hojas de expedientes parsimoniosos, apolillados y opresivos que no van a ninguna parte. No valdrá de nada deslindar competencias, que esto es de aquí y esto otro de allá. En la niebla de la guerra se puede engañar a la sociedad con esto, pero de nada vale. Están llegando los tiempos en que la exigencia nacional de que esto termine se haga realidad con un nuevo gobierno nacional en 2018, desligado de los poderes fácticos y con claras banderas para un ciclo de recuperación del Estado de derecho porque ya no puede ser, ya es intolerable que se siga enseñoreando una de las moralejas que Schedler nos deja en su estupendo libro: “Si el Estado le impone la cadena perpetua, bien. Si sus compañeros le imponen la pena de muerte, bien también”. Esta es la ley de la selva que si no se detiene a tiempo, y ya es demasiado tarde, el país va a ser devorado, más si el señor Trump se instala en la Casa Blanca en enero de 2017.

Por encima de todo, la sociedad mexicana debe salir de la indolencia y la indiferencia. Craso error dejárselo todo a los hombres y mujeres del poder. Estamos hartos de proyectos de poder, excluyentes, partidocráticos y personalistas. ¿Lo entenderán?

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Schedler, Andreas. En la niebla de la guerra, los ciudadanos ante la violencia criminal organizada. Editorial CIDE. Colección Investigación e ideas. México, 2015, pp. 282.