Sólo le faltó decir: no me merecen, pero casi. Gustavo Madero fracasó en su intento de convertirse en presidente de la Cámara de Diputados; sus desavenencias con el queretano Ricardo Anaya son tales que la pugnacidad aflora en boca del político chihuahuense, tan pronto le rascan un poquito la piel. Su declaración es de antología y pienso que si la hubiese hecho durante el siglo XIX no habría trascendido más allá de los corrillos de los cenáculos políticos y posteriormente en el trabajo minucioso de algún historiador del tipo de Daniel Cosío Villegas. Pero las dijo en la época en que la información es instantánea y se propaga a la velocidad de la luz. No resisto la tentación de reproducir las partes medulares:

“Yo me voy –dijo– porque no me dieron la presidencia de la Cámara de Diputados; yo le aposté a la presidencia porque estaba convencido de que podía aprovechar y capitalizar mucho mi experiencia para apoyar a mi partido y a mi país”.

En boca de un chihuahuense, parcos en el hablar, aquí se observa una personalidad sobrada, autosuficiente, linajuda, arrogante; insisto, de no me merecen. No olvida el ahora diputado con licencia indefinida que en el pasado inmediato pesan los relevos generacionales, las reyertas internas de un partido exclusivamente con proyectos de poder, y ahí se detiene para olvidar las historias que tienen que ver con los asuntos más importantes de la república, con los que definen la suerte de las personas. Y ahí está el lastre que lo ancla y se llama Pacto por México y la apología de los moches. Quizá con la impedimenta de las discordias intrapartidarias sería un hombre que, caído en arenas movedizas, tendría una especie de salvación; pero las otras –pactos y moches– hunden con la fuerza de gravedad que describió Newton en sus leyes de física.

Pero ahí en el norte está su tierra generosa y –nos dice Madero–: “Pero cuando le cierran la puerta a uno, se abre otra”. Y esa viene a ser la puerta de Sebastián que está a las afueras de Chihuahua a donde regresará al seguro refugio el señor Madero Muñoz.

Chihuahua en calidad de plato de segunda mesa. ¡Qué lamentable!