Así de sencillo: los diputados del PRI van a ir en contra de la iniciativa de Enrique Peña Nieto de otorgar rango constitucional al matrimonio igualitario. El diputado por Chihuahua, Alejandro Domínguez, declaró que no es necesario elevar a rango constitucional ese tema y señaló, además, que los 208 “representantes” votarán en contra de la iniciativa del pastor mayor que es el propio presidente de la república. Aduce que es un asunto de derechos que la Suprema Corte de Justicia de la Nación ya tiene resuelta.

Más allá de otras consideraciones, estamos en presencia de un evidente acto de oportunismo político porque en esencia de lo que se trata es de no confrontar con la Iglesia católica, y sobre todo con su jerarquía ultramontana. No ven en este tema rentabilidad electoral y eso sin duda es grave en el declive que trae el PRI y que se hizo palpable en las elecciones de mediados de este año en varias entidades del país.

Y hablamos de oportunismo porque realmente esa decisión, y no se diga quien la externó aquí, se pasa por el arco del triunfo los documentos básicos de su propio partido. En el papel, el viejo partido sostiene, en su Declaración de principios, el propósito de erradicar la discriminación, y dice, de los dientes para afuera, que hay que estar sujetos al imperio de la ley y el respeto de los derechos humanos. Aunque nadie les cree, en esta materia se pronuncian en favor de una ciudadanía plena, las acciones afirmativas en materia de diversidad sexual, pero en los hechos anteponen la mezquindad y el cretinismo que los ha caracterizado como el partido cínico de México.

Aparte de pronunciarse por políticas públicas y democráticas, léalo usted bien, se adhiere “fiel a los principios de la izquierda social demócrata”. Estamos en presencia de un partido esquizofrénico de doble o múltiple personalidad que en su Declaración de principios, Programa de acción y Estatutos sustenta una cosa y en la realidad hace otra. Avanzados en el papel, claudicantes en la práctica; partidarios de un laicismo de avanzada que es literatura, en los hechos flaquean ante el dogmatismo, el fanatismo y los tradicionalismos que se escudan en integrismos que sólo generan discordia y encono sociales, por una parte; y empoderamiento de todos aquellos que se colocan por encima y en contra de la Constitución.

La realidad es que el PRI por palabras jamás se ha detenido; tal es su ejercicio permanente de demagogia que ahora vemos en boca de un diputado, Alejandro Domínguez, que lo podrían afiliar al PAN en la sección Dihaca y entonaría muy bien. De esos en el PRI hay muchos.

Es la práctica de ir tras el voto pero sin molestar a los poderes fácticos y no se diga a las “buenas conciencias”.