De mucho tiempo acá he venido insistiendo en el nefasto arraigo que tiene el fraude a la ley en nuestra sociedad y especialmente en la política electoral. En pocas palabras, este fraude es colocarse en los confines estrictos de una aparente legalidad para transgredir la norma, en especial su sentido esencial. Para nadie es desconocido, entrando en materia, que las leyes electorales están plagadas de vedas de una serie de conductas, unas dirigidas a los partidos, otras a los candidatos, y las más delicadas a los medios y a los funcionarios públicos de todos los niveles. Casi con manzanitas sobre el escritorio se les dice lo que no deben hacer. Pero como luego se dice, encuentran el remedio, el trapito y también el úntale tantito, y se dejan ir con todo para obtener sus fines concretos, aparentando el más riguroso cumplimiento de la ley, pero en los hechos pisoteándola de manera completa.

La anterior explicación vale para señalar lo que está sucediendo con la adquisición de equipo, y sobre todo camiones de pasajeros, para inaugurarlos de un momento a otro, dando muestras de que cumplen con la aguda necesidad que hay al respecto y que los miles y miles de usuarios sientan que por fin se oyeron sus ruegos y así aflojen el voto en favor de los candidatos del PRI. Así pasa con los 60 vehículos modernos destinados a Ciudad Juárez y los 20 ó 30 que se aplicarán a las rutas alimentadoras en la ciudad de Chihuahua. Han pasado meses y meses sin que se atienda la necesidad y, ¡oh, sorpresa!, a diez días de las elecciones llegan las unidades relucientes pa’ que se sepa que los gobiernos priístas escuchan al pueblo. Ya nada más falta que el día de la elección los utilicen para mover, gratuitamente, a la clientela.

Fraude a la ley sin más, y fortalecimiento del clientelismo y negación rotunda del voto libre. Lograr la democracia en México parece tarea de las famosas mulas de noria: dan vueltas y vueltas sobre el mismo punto sin llegar a ningún lado.

 

 

El Pana: así, cualquiera

El Pana.
El Pana.

Después del doloroso percance que dejó tetrapléjico al torero, Rodolfo Rodríguez, mejor conocido como El Pana, pide a sus médicos que lo dejen morir; o sea, aboga por la desdeñada eutanasia contra la que levantan armas los conservadores de todo el mundo. Se trata de una despedida final del pintoresco matador que allá por 2007, en una de sus varios retiros, brindó al ofrecer un toro de la siguiente manera: “Brindo por las damitas, damiselas, princesas, vagas, salinas, zurrapas, suripantas, vulpejas, las de tacón dorado y pico colorado, las putas, las buñis, pues mitigaron mi sed y saciaron mi hambre y me dieron protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos, y acompañaron mi soledad. Que Dios las bendiga por haber amado tanto”.

El único filósofo que conozco, por cierto al que no le tengo afecto –José Ortega y Gasset–, escribió sobre filosofía y tauromaquia, habría intentado un tomo para escudriñar la existencia y circunstancia de este torero que intentó inútilmente despedirse hasta que lo cogió un astado en Durango hace unos cuantos días. Es de toreros terminar heroicamente con sangre en la arena. Menos mal que reconfortado en vida, como bien lo describió, porque aparte de torero era tan bueno para hablar y polemizar como el mismísimo Porfirio Muñoz Ledo. Así, cualquiera.