Para mí es una obviedad que no soy periodista. Empero, me he ligado a esa actividad desde mi infancia en razón de que mi padre lo fue de una prensa municipalista en la ciudad de Camargo, Chihuahua, donde fundó, allá por los años cuarenta, una revista llamada Rutas; luego fue director de El Sol de Camargo, y desde los años 60 fundador y director de Ecos de la Semana hasta su muerte. Lo recuerdo porque seguramente a él llegó, quizá como recomendación, quizá como reconvención, para no caer en falta, la vieja práctica del “innominati”.

En la historia reciente se adjudica ese hábito de los directores y dueños de medios a Rafael Reyes Espíndola, fundador del primer diario industrial en el país y al servicio de la dictadura durante el porfiriato, que cuando se cayó arrastró a El Imparcial, que desapareció para siempre pero fue sustituido generosamente por otros que jugaron idéntico papel, sobre todo durante los años dorados del gobierno de partido único. Para Reyes Espíndola los que a su juicio caían en desgracia eran molestados tanto por él como por el poder al pasar al “innominato”, y así se evitaba hasta mencionarlos, ya fuera de pasada incluso. El “innominato” nunca aparecía en las páginas de El Imparcial. Así de simple.

Para Victoriano Salado Álvarez, según anota la investigadora Susana Quintanilla, ser “innominato” no era un simple eufemismo sino una verdad, y así personajes tan importantes como Federico Gamboa, durante tres años no mereció ahí el homenaje de la letra impresa. El poeta Juan de Dios Peza recibió muerte civil, no esperando a la muerte física que aconteció por suicidio. La investigadora nos dice que en este periódico de la tiranía se acostumbraba decir, cuando Juan de Dios Peza había leído alguna poesía, que en el evento correspondiente “siguieron unos versos” y que cuando resultaba imprescindible nombrar al declamador, a propósito se alteraba el nombre para poner, en lugar de Juan de Dios Peza, Juan Díaz Pérez. Es la práctica para aplicar lo que ahora se conoce como “la ley del hielo”. Como si el dueño de un periódico o su director tuvieran a su merced la facultad de producir la realidad misma. Hoy ¿quién se acuerda de Reyes Espíndola? Sin embargo, y más allá de la simpatía que se pueda tener por su poesía, Juan de Dios Peza figura en las mejores antologías que se han hecho al respecto.

Acoto –no desconozco que de nuestros mayores siempre hablamos bien–, que mi padre despreciaba esa práctica y siempre recomendó, como se dice ahora, “ponerle Jorge al niño”. Al pan pan, y al vino vino. Es lamentable que esa práctica no se ha ido del todo, agudizándose a conveniencia en circunstancias en las que la abyección se pone al servicio de los intereses en desprecio de los lectores, y sobre todo del derecho a la información.

Aquí en Chihuahua se practica con singular vileza este detestable oficio por los dueños de los Diarios de Juárez, Chihuahua y sus anexos, creyendo (vaya ignorancia) que son los inventores del despropósito en comentario del que hoy se le da la paternidad a Reyes Espíndola, pero que seguro estoy viene de más atrás. Por eso ya se cuenta por miles los que para estar medianamente informados optan por otros medios, y no se diga por las redes sociales.

Carlos García.
Carlos García.

¿“Innominati”? Serán ellos. Lo más grato de este apunte es la reproducción de una fotografía de mi padre de aquellos años.