Columna

Maru Campos: la política es algo más que una “selfie”

A mí no me extraña, ni tendría por qué extrañar a nadie. Soy ciudadano de la ciudad de Chihuahua, por tanto, preocupado políticamente por lo que sucede en mi entorno natural y, en el futuro inmediato, por quien asuma la conducción del municipio en que vivo. Un clásico de la política dice que la democracia se advierte más en las pequeñas que en las grandes cosas, y a esa máxima me atengo. En el municipio de Chihuahua, y en algunos de los del estado, hay fenómenos nuevos y particularidades que no podemos perder de vista quienes hacemos de la política una labor consciente y además tenemos nuestras ideas acerca del porvenir que queremos plural, democrático, republicano y sobre todo apegado a las leyes.

En cuanto a las novedades, están las candidaturas independientes, inocultablemente en algunas tras de las cuales brilla el oro que las puede sostener, sin regatearles en lo más mínimo el derecho a la participación. Por otro lado, sobrevendrán periodos prácticamente efímeros de dos años que abrirán la vía, por primera ocasión, a la reelección y, por un desarrollo de la pluralidad a ámbitos olvidados o no tenidos en cuenta, a la discusión sobre una agenda particular en materia de diversidad sexual y matrimonio igualitario, lo que se va a convertir en el mejor instrumento para diseccionar a aquellos que tienen mayor compromiso con el Estado de derecho de otros que exclusivamente tienen proyectos de poder y porfían en imponer sus convicciones anteponiéndolas a las leyes vigentes en la república.

Todo lo anterior viene en derivación a una circunstancia: he criticado (esto no significa de ninguna manera “ataque” en los términos vulgares que se entiende esta palabra) a María Eugenia Campos Galván, aspirante panista a la alcaldía de Chihuahua. Esas críticas, lejos de desatar una polémica legítima, pertinente, necesaria, ha sido contestada por interpósitas personas y descalificaciones, que siguiéndoles la pista, van a dar al equipo de campaña de la mencionada candidata, sin duda. Y me resulta más que comprensible al entender que la incultura política de la derecha siempre se ha valido de esos recursos. Pero ese no es el tema, y ahora quiero abundar tocando otros aspectos.

Deseo para mi comunidad que la encabece un gobierno respetuoso de la ley y tolerante, comprometido plenamente con la agenda de los derechos humanos. Quien sea gobernante, que no convierta en mera fraseología el protestar cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes, sino que realmente forme parte del arco de bóveda que sostiene una sociedad democrática posible, porque es posible. Pero si por la víspera sacamos los días, el equipo que encabeza Campos Galván no trabaja en esa dirección, y su vida pública, la única que nos interesa, me lo confirma. Ahí están sus declaraciones, ahí están los diarios de debates, ahí están las organizaciones civiles de derecha que la apoyan, ahí está su predilección por los proyectos de poder más que su vida cívica, porque al accionar siempre lo ha hecho en búsqueda de un cargo, gubernamental o no. Es de las personas que entiende la política cuando la misma va adosada al ejercicio de poder.

En una etapa temprana de su vida fue diputada federal en el año 2006, año que sintetiza la pérdida de la vocación democrática del Partido Acción Nacional, al arrebatar con malas artes la Presidencia de la República a Andrés Manuel López Obrador, político al que no rindo apología alguna y del cual discrepo en no pocas cosas. A la ahora candidata la vimos jugar un deplorable papel (ver video), tanto a la hora de instalar la legislatura federal de esa época, como al momento de la adefésica toma de protesta de Felipe Calderón Hinojosa, el que a contrapelo del credo gomezmorinista se sentó en la silla habiendo declarado previamente que triunfó en las elecciones “haiga sido como haiga sido”, frase muy distante de la brega de eternidad. De ahí María Eugenia Campos Galván brincó a otro cargo, luego a otro y a otro más. Su práctica ha sido similar a la de los priístas que acostumbran presumir que “bajaron” recursos para esta o aquella obra, en muestra de un clientelismo procaz y ajeno al pensamiento democrático, y codearse con el poder político se ha convertido en una de sus habilidades, prototipo del peor estilo de la clase política mexicana.

Recuerdo a la candidata como una de las asistentes a la fundación de Unión Ciudadana el 28 de noviembre de 2014 y cómo molesta se levantó para retirarse del auditorio cuando escuchó las fuertes críticas de Francisco Barrio Terrazas al comportamiento de la legislatura duartista de la que ella formó parte hasta hace unos cuantos días. Hechos y actitudes hablan más que “selfies” y “likes”. Por eso no votaré por ella, y seguramente por nadie más, por estar personalmente sin ninguna alternativa democráticamente satisfactoria a mi forma de pensar.

Los candidatos independientes de aquí, ideológicamente en la agenda a la que me he referido, están en la misma condición, igual que la hoy candidata del PAN a la presidencia municipal de Ciudad Juárez, Victoria Caraveo Vallina, a quien también he criticado por su pasado ligado al patricismo y sus traiciones a las causas de las mujeres en la etapa más aciaga del feminicidio. Y me quiero curar en salud: jamás estaría pensando en votar por la candidata del PRI; se supone que Lucía Chavira tiene una visión diferente en materia de diversidad sexual y rol de la mujer en la sociedad contemporánea, pero como lo he dicho en infinidad de críticas que le he formulado, llegó ahí en uno de los más detestables compromisos con el duartismo. A final de cuentas representa al principal partido que obstaculiza a nuestro país y jamás le daría a ese partido ni un miligramo de mi simpatía. Dicen que Lucía Chavira es buena persona, probablemente lo sea; pero los guardagujas de los ferrocarriles de la Alemania nazi también lo eran.

Mi modesto trabajo periodístico obedece, pues, a un sentido crítico; no me complazco en “atacar” a nadie, no se trata de algo recónditamente personal ni cosas por el estilo. A lo menos, se trata de dar una instantánea de lo que veo y le quiero compartir a mis vecinos, a los ciudadanos con los que convivo todos los días, a los que tengo en cercanía por vivir aquí. Escéptico que soy, reconozco que puedo estar equivocado, en cuyo caso una deliberación de calidad puede colocarnos a todos en el lugar que nos corresponde.

Al final habrá un resultado electoral y al que gane, de igual manera que lo hago en este proceso, le exigiré que antes que sus convicciones, se apegue estrictamente a la ley por la que protesta cumplir. En momentos electorales hay gente democrática y de izquierda que hace a un lado sus proyectos y se reblandece. No toman en cuenta que la derecha ultraconservadora jamás actúa en reciprocidad. A ella nada la descarrila en la búsqueda de su propia e íntima estación.