En Chihuahua, un todavía muy Augusto Gómez Villanueva, según se cuenta acerca de la vitalidad del priísta de 80 años en algunas columnas políticas locales, presentará un libro que en el título lleva la efigie de su paso por la Secretaría de la Reforma Agraria en tiempos de Luis Echeverría, narrado a partir de una visión parternalista en muchos sentidos: Relatos de mi padre y el campo que yo conocí. En su biografía pública, si bien se le conoce por haber sido el primer titular de la SRA con el golpista de Excélsior y autonombrado “presidente de izquierda”, también existe un capítulo amargo cuyo resultado fue su obligada renuncia a la presidencia del Congreso en tiempos de JoLoPo y el exilio diplomático en Italia tras enfrentarse con Jesús Reyes Heroles, el entonces secretario de Gobernación del corrupto López Portillo.

Puede ser que Gómez Villanueva no sea “el último dinosaurio”, como se le conoce en el argot, porque Echeverría aún vive, luego de ganarle a la justicia mexicana, tras dos años de “encierro” domiciliario, la absolución por cargos de genocidio en el caso de Tlatelolco 68. Y también existen especies como César Duarte, uno de los testigos de la escena en la que el también excenecista le entregaba su primer ejemplar a un Echeverría que no dudó en calificar el ejemplar, faltaba menos, como un elemento que “contribuirá a enriquecer la historia agraria de nuestro país”.

Y bastó esa simple presencia del cacique chihuahuense en casa de Echeverría, en julio pasado, para invitar a Gómez Villanueva a presentar el libro en su estado, cosa que habrá de ocurrir en los próximos días con la intervención del diputado César Augusto (vaya herencia) Pacheco, cuyo padre, según trascendió en la prensa, fue amigo del ya no tan novel escritor. No hace falta leer el libro (esto no significa un llamado a abstenerse de ello sino todo lo contrario) para entender el propósito. Se trata, pues, de un encubrimiento generacional de sobrevivientes del Pleistoceno, de una justificación priísta a los horrores de una dictadura resquebrajada pero de cuya decadencia ni Villanueva, ni Echeverría, ni Duarte, ni Pacheco se dan cuenta. Por el contrario, hablan de ella… y hasta escriben libros.