Patricio Martínez García se puso silogístico y se agarró del Organon, hablo de la clásica obra de Aristóteles que seguramente le comentaron en su educación jesuítica, allá por los años cuando fue joven. Como todo canalla que no gusta de encarar la verdad, dio una respuesta a una columna política de un periódico de cuyo nombre no quiero acordarme, tratando de hacerle al payaso, al cómico, al bufón que ha sido siempre. Se insinúa ducho en temas de lógica y metafísica, tratando de ocultar que realmente la alquimia es su fuerte, porque al igual que todos los corruptos de Chihuahua, ha convertido sus cargos en oro. Quién no recuerda el famoso caso Pulse que es hasta ahora una simple minucia de las corrupciones mayores y crímenes que quedaron documentados en el libro El crimen sí paga, del autor de esta columna.

En las polémicas de sobremesa siempre he defendido que Patricio Martínez realmente sí recibió la agresión de la que se ha agarrado para pasar a la posteridad, placa de mármol de por medio. En otras palabras, no creo que Victoria Loya sea una invención que presagió Tarantino para sus películas en las que abunda el catusup y el culei (Kool-Aid), y ahora confirmo que tal cosa fue cierta por los daños que dejó en esa cabecita loca y antes rojisamente irlandesa. Que el señor piensa con desorden, ha quedado suficientemente acreditado el día de hoy, que se da a conocer eso que a falta de sustantivo denominan carta. Y el problema hasta ahí es poco; crece cuando el provinciano señor se autocontempla en grado de genio y dice todo tipo de sandeces donde se confunde la política con una rifa y la participación en ella con la mercantil compra de los boletos. Si vivieran los jesuitas que se esmeraron en enseñarle la silogística en el Instituto Regional de Chihuahua, extinto, seguramente sufrirían por su fracaso y ya en una humorada morirían de risa. Pero viene bien endosarle al dormilón senador, adicto a subirse a la cima de una reja de manzanas, este defectuoso razonamiento formal:

Hoy en día, los trabajadores no tienen tiempo para nada.

Ahora, los senadores tienen todo el tiempo del mundo.

El tiempo es dinero.

Conclusión: los senadores tienen más dinero que los trabajadores.

Para ser rico senador, no hay que trabajar.