La semana que termina nos dejó la tristeza causada por la muerte de Eraclio Zepeda. Laco, como se le conocía por todos los que lo estimamos, nació en una tierra de poetas, Chiapas, el año de 1937, y murió en ella el pasado jueves 17 de septiembre. Las voces que lo recuerdan, tanto por su talento como por su bonomía y alegría, no se hicieron esperar. Como poeta, y en general como escritor, seguirá viviendo en su vasta obra, que recapitulo por sus nombres con el afán de sugerir la buena lectura: Benzulul, Asalto nocturno, Horas de vuelo, Quién dice la verdad, Tocar el fuego, Sobre esta tierra, Viento del siglo, El tiempo y el agua, entre otras.

En los orígenes de Laco está la obra colectiva, que también dio nombre a un grupo de poetas, La espiga amotinada. En ella, al lado de cuatro poetas más (Jaime Labastida, Óscar Oliva, Juan Bañuelos, Jaime Augusto Shelley), al comenzar la década de los sesenta, marcaron un hito en las letras mexicanas, demostrando que había otros caminos a los que se consideraba como los consagrados, notables también, cuyas rutas casi se consideraban obligadas para destacar en la creación poética. Octavio Paz, con ese vicio consagratorio que lo acompañó de por vida, tuvo una actitud ambivalente frente a los de La espiga, pero al final terminó por reconocer su valía.

En La espiga amotinada Zepeda escribió el poemario Los soles de la noche y mostró desde una etapa temprana un gran entusiasmo por impulsar la vida cultural, ya distante la vieja etapa en la que se disputó bastante sobre el compromiso de los intelectuales y los artistas y la literatura embuida en un partidarismo sofocante. Subrayo esto porque el chiapaneco además incursionó en la vida política desde la izquierda, adhiriéndose a la solidaridad con Cuba en la etapa de las primeras agresiones que llegaron en los primerísimos años de la Revolución cubana, cuando ésta desataba pasiones por todas partes. Zepeda se decantó por el comunismo y fue prominente miembro del Partido Comunista, luego del Partido Socialista Unificado de México, de ahí pasó al efímero Partido Mexicano Socialista y estuvo en la hora fundacional del Partido de la Revolución Democrática. Desde el PMS ocupó un escaño en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión en la LIII Legislatura.

Como político compitió en calidad de precandidato a la Presidencia de la república para el año de 1988, disputando el cargo con Heberto Castillo Martínez, Antonio Becerra Gaytán y el pintor José Hernández Delgadillo, proceso ejemplar de consulta directa del cual el primero resultó ganador, quien declinó después en favor de Cuauhtémoc Cárdenas, que abanderó al Frente Democrático Nacional. En esa elección crucial, que marcó la ruptura con el autoritarismo y hegemonía priísta, el escritor jugó un papel de primer orden, especialmente en la promoción en el ámbito de los intelectuales y los artistas. Recuerdo bien que cuando Laco estuvo en Chihuahua, cautivó a muchos miembros del entonces PMS por su espontaneidad, por su don de gentes, por su enorme capacidad de improvisar cuentos y poemas con una exuberancia impresionante, porque nos describía el feraz paisaje chiapaneco justo acá, en la parte desértica en la que nos ha tocado vivir.

En 1994, con la rebelión zapatista, se iniciaron los claroscuros en la vida política del escritor. Al caer el gobernador de Chiapas, Elmar Harald Setzer Marseille, interino por la vacante que dejó Patrocinio González Garrido, asume el cargo Javier López Moreno, que le abre el paso a Eduardo Robledo Rincón. Todos ellos representantes del fracaso del PRI en el estado del sureste. En esa etapa, Eraclio Zepeda ocupó temporalmente la Secretaría General de Gobierno, ganándose las críticas y la animadversión de gran parte de los círculos de la izquierda mexicana, en especial al interior del PRD, donde muchas voces se levantaron para exigir su expulsión. No se veía que un hombre con su trayectoria estuviera colaborando con la clase política responsable del surgimiento de una rebelión como la que se inició en enero de aquel año, tan significativo para el país en no pocos aspectos.

El comunista de origen y posterior demócrata había dado un bandazo que lo lesionó para la posteridad como político. De alguna forma, en este ámbito de su vida pasó a tener tonalidades opacas, y se puede decir que durante largos años prácticamente de ausencia. En diciembre del año pasado, el Senado de la República le otorgó la codiciada Medalla Belisario Domínguez, el mártir surgido también de la región maya. La distinción, legítima sin duda, obedeció a un balance de vida y los inocultables méritos en el ámbito de las letras y la cultura por una obra ya imperecedera. Pero fue el discurso del premiado el que vino a sumar un innecesario baldón a su biografía: “Las manifestaciones de protesta han crecido con violencia [de septiembre a la fecha y si bien], es dolorosa e inaceptable la desaparición de los jóvenes normalistas, hay que reconocer también que el gobierno ha desplegado una enorme fuerza de búsqueda, de investigación, sin límite de esfuerzos de todo tipo”. Y agregó: “El crimen no se combate con más crimen (…) la arbitrariedad, la violencia, la destrucción de propiedades de particulares y el acoso de los trabajadores de la ley, al grado de poner en peligro su integridad”, entre otras desafortunadas apreciaciones.

Visto esto retrospectivamente, es obvio el colaboracionismo del escritor con un gobierno desprestigiado como el de Peña Nieto, y si entonces se pudo afirmar esto en tonadilla conjetural –no lo pienso así–, hoy, a un año de la masacre de los normalistas de Ayotzinapa, las declaraciones no tienen ningún asidero para justificarlas ética y políticamente.

No es, no ha sido, ni será, la última vez que a un personaje así se le asocie a este tipo de circunstancias. Tenemos el caso de Juan José Tablada en relación a Victoriano Huerta, o el muy proverbial de Jorge Luis Borges. Evidentemente que estamos obligados a realizar disecciones y ver dónde termina la obra fecunda y dónde se inician este tipo de cortesanías con el poder. Es el viejo tema del príncipe y el intelectual, que viene de siglos atrás.

Quizá la veta que nos permite evaluar de mejor manera el tema, por tratarse de un excomunista, sea lo que describe Isaac Deutscher en torno a la conciencia que guardan en un presente los que antes fueron comunistas. Los ex, los que aquí en el país son capaces de decir que sus secuestradores, miembros de la policía política, son unas damas, encarnadas en el criminal Fernando Gutiérrez Barrrios; los ex que se han atrevido a decir que si César Duarte hubiera sido gobernador en 1965, Madera no hubiera existido. Y las hortensias que en ramos de flores le llegaron al actual cacique de Chihuahua. Es el tema de los ex, insisto. O como lo dijo el gran biógrafo Deutscher, “la legión de los excomunistas no marcha en estrecha formación. Está desperdigada y ofrece un espectro amplio y prolongado (…). Nuestro ex-comunista denuncia ahora amargamente la traición de sus esperanzas”.

La historia dirá si realmente estos ex nunca fueron.

18 septiembre 2015