La terrible y chantajista representación del dolor en nuestros días, gracias al genio manipulador de los medios censurados y autocensurados, se nos trata de encarnar ahora en la figura de un gobernador elevado casi al rango de héroe. Me refiero al hecho de la intervención quirúrgica del cacique, cuya certeza estuvo envuelta en el misterio, digno de un culebrón que realmente debiera de estar desposeído de toda credibilidad por rutinaria compasión. P ero quien dará sustento a esto, para sacar raja política en las semanas o meses por venir y como en otras etapas del sexenio, es nada menos que el duartismo, es decir, los que caben dentro de la burbuja del primer círculo rojo del cacique, así sean políticos, empresariales o religiosos.

Nadie necesita tener dos dedos de frente para advertir que, a pesar de ser cierta, en la intervención quirúrgica de Duarte está contenido el nuevo engaño, la nueva modalidad del cacique para despertar –si es que aún le queda a la sociedad libre e indignada– algún sentimiento de lástima, luego de darse tiempo para recibir el beso de Judas de parte de Enrique Peña Nieto durante el tercer informe de éste último.

Si a figuras metafóricas vamos, la única sugerencia que le haríamos a los médicos es que si César Duarte tiene por dentro algún mal, que se lo extirpen, que lo dejen sano, lo suficiente para enfrentar lo que no ha querido enfrentar cuando ha estado, aparentemente, en sus cinco sentidos: la denuncia penal por corrupción a la que hizo alusión Peña Nieto en pleno informe. Porque la sociedad en realidad lo que desea es extirpar del poder público a gobernantes como Duarte y sus cómplices.

Por otro lado y mientras los medios nos proveen de mayor información sobre el enfermito, no estaría de más reproducir, por mera analogía y conocimiento general, pues no es una visión que comparta al cien por ciento, un fragmento de la síntesis editorial del libro La compasion: apologia de una virtud bajo sospecha, de Aurelio Arteta, un escritor vasco que no suele chuparse el dedo ante los canones culturales:

“El sentimiento de compasión –o de piedad– no goza de excesivo prestigio fuera del marco religioso, como podrían corroborarlo hoy varias de nuestras locuciones ordinarias. Tampoco la historia del pensamiento. Salvo notorias excepciones, se ha mostrado lo bastante piadosa con la piedad. Al contrario, la sospecha general nos la presenta como una triste emoción nacida de la impotencia y la debilidad, un sentimiento tan blando e ineficaz como proclive a la desmesura, un afecto morboso que apenas logra encubrir el propio goce en la desdicha ajena y hasta cierto afán de humillar al desgraciado. Mal podría aspirar a tenerse por virtud la que ha sido tachada de pasión ‘mala e inútil’. Pero el trabajo racional ha de traer a la luz el fondo de la compasión a fin de pensar aquello a lo que oscuramente apunta, los últimos resortes que la disparan: la dignidad del hombre y su consciente finitud…”.