Como todo politicastro que teme el contacto con la sociedad, Miguel Salcido Romero actualizó su cuenta de Facebook, y como es obvio aparece pulcramente vestido en una de sus entregas, con cabeza tonsurada a modo, con la bandera nacional a su derecha para cobrar un aire de estadista y con una característica: hasta hace poco nadie le podía decir absolutamente nada, porque las restricciones de su cuenta lo impedían. Ahora se placea desde ahí. En otras palabras, él podía decir lo que le venga en gana, pero no recibir ni elogios ni recriminaciones, al igual que la cuenta de Graciela Ortiz. La práctica de la bella Merodio ha sido diferente: ella sí tiene por dónde recibir.
El impuesto presidente al Tribunal Superior de Justicia (así se llama ahora) pasa apuros de consideración: la crisis abierta por el escándalo de Filiberto Terrazas, que denota la baja ralea de la gente que llegó al órgano más alto del Poder Judicial en el estado, en medio de un mercadeo sin precedentes; la ofensa tolerada de llevar a un alto cargo a una bella Abril Irasema Félix Quezada, que desbancó los méritos de decenas de trabajadores que estaban haciendo fila, a los que hay que cuestionarles su pusilanimidad. Salcido ha tolerado todo esto porque está acostumbrado a negociar con moneda falsa.
Sin despreciar esto en cuanto a su importancia, ha pasado inadvertida otra de las aberrantes conductas de este presidente. Anunció que se estudia la posibilidad de suprimir la prisión vitalicia aquí en el estado, con el que se inauguró el sexenio del poder para poder. Una pena que nunca debió existir, que anduvo de la greña con lo que dispone la Constitución General de la República. Pero como no hay que dar a entender que se equivocaron, ahora Salcido nos viene con el cuento de que existe la necesidad de “armonizar la legislación del estado con la nacional”, porque según él, el secuestro “es cosa del pasado”, un “caso aislado”. Según él, a una violencia extraordinaria debe sobrevenir una medida extraordinaria, y como ya estamos en tiempos ordinarios, entonces la solución es ordinaria. Ni Cantinflas. Reconozcan que estuvieron equivocados en este tema, de principio a fin.
En otra ocasión volveremos con el impostor, a documentar sus negocios particulares al amparo de la función pública. Doy fe.