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Cuando se quiere denostar el ejercicio de la política, suele llamársele intriga, tenebra, y la más común en el argot mexicano, grilla. De alguna manera es la falta de reconocimiento a los otros, a los que piensan distinto, tienen otros intereses, han tomado rutas alternas que marcan diferencias, aunque sólo sean de matiz. Un fenómeno de este tipo se está expresando por boca del cacique Duarte Jáquez, además con la atrocidad del maniqueísmo que simboliza la supuesta existencia de dos mundos profundamente diversos y antagónicos. Algo así como lo que decía mi catequista cuando me preparaba para la primera comunión al interrogarme: ¿Qué prefieres, el camino de las espinas o el camino de las rosas? Como en toda catequesis que se precie de tal, la respuesta era una simple obviedad, salvo en mi caso –y no lo digo por adornarme– que escogía el de las espinas.

Así Duarte. Frente a la evidencia del reagrupamiento de la facción baecista de Delicias, que a su vez da pábulo para ser cuestionado de manera vulgar, como lo hace el cacique, cataloga el desayuno en La Casona, presidido por José Reyes Baeza, como una grilla y le pone una frontera abismal, colocándose él entre los priístas “que trabajan” y ajeno a esas prácticas políticas detestables. Nada que no se haya visto es lo que está sucediendo, con un ligerísimo matiz que a la postre puede resultar interesante para un buen examen de la coyuntura sucesoria: la exigencia de Marco Adán Quezada de “tener suelo parejo” en la disputa de los priístas por alcanzar la gubernatura en 2016.

Y cuando digo nada que no se haya visto, lo que quiero expresar, en dos vertientes, es el discurso falsario de quienes se reúnen proclamando la unidad del viejo partido, cuando todo mundo sabe que las patadas por debajo de la mesa ya hacen sangrar las espinillas y agudizar el dolor de los callos. Por otro lado, como esa actitud no se juzga como propia del rango de la política, da lugar a que se le tilde precisamente de grilla. Si simple y llanamente el desayuno del sábado pasado hubiera sido para pedir “suelo parejo”, la nitidez política habría sido la nota; pero ya sabemos que el estilo es el hombre y no podemos pedirle a los priístas que pongan en acción un mejor libreto.

En cambio, y en un matiz de “lo grillo”, se destaca más en el accionar del cacique, porque lo que está diciendo entre líneas es que se arroga ingenuamente el monopolio de las decisiones y las respalda con un supuesto trabajo que no se vio a lo largo de los últimos años y cuyo desastre estamos padeciendo a la hora de su derrumbe, que la prensa a sueldo se niega a escudriñar debidamente. Él sí puede ir a festejar con Enrique Serrano el “triunfo” del PRI en Ciudad Juárez, puede conversar con todos, salvo con uno por el que siente desafecto y además tiene contradicción de fondo, porque lejos de ellos es muy poco probable que al futuro haya algo así como un grupo Parral o Balleza que corra en paralelo al de los Baeza, que se asentó en lo que fue la Hacienda de las Delicias. Y no puede ser de otra manera, cuando Duarte reclutó para su administración a un séquito de cómplices para hacer negocios y de cadáveres políticos insepultos, que ya ellos mismos se reconocían como tales, encarnando a una especie de priísmo de la peor factura imaginable.

Por lo pronto, la escisión o quiebre al interior del priísmo chihuahuense, que no se dio a la fractura histórica de fines de los ochenta, no tiene ni las características mínimas de una ventolera que la anuncie. Y la razón es obvia: con o sin suelo parejo, cuando el pequeño Peña Nieto dicte sus palabras ungiendo candidato, reinará la más silenciosa obediencia.

Nunca me ha gustado esa frase que entraña un cierto resentimiento y que se cifra en señalarle a los adversarios pa’ que vean lo que se siente. Y lo digo porque todo el grupo de los Baeza jamás le han cedido a la democracia suelo parejo a sus oponentes, partidarios o no partidarios. El 86 fue claro de que no tan sólo no hubo suelo parejo, sino que al PRI se le dispuso un plano inclinado para que, a como diera lugar, el ahora embajador en Costa Rica llegara a la gubernatura. Igual por lo que se refiere a Marco Quezada en su vertiginosa carrera de funcionario municipal, diputado local, director de Desarrollo Urbano, presidente de PRI estatal y alcalde de Chihuahua. Para él, esa carrera no fue sobre un terreno bien aplanado, sino un tobogán en el que subía y bajaba, y cuyo vértigo no permitió ver lo que a la postre fue la tragedia previsible, y por tanto evitable, del ya famoso e impune Aeroshow.

Hablando de política-política, no del grotesco y rural lenguaje del cacique, Marco Adán Quezada debe entender que mientras ese capítulo no se salde en justicia plena, es el espectro que lo va a seguir, y frente a ese hecho, ciertamente el suelo por el que ha corrido ha estado muy parejo en favor de la impunidad.

Moraleja: remar contra la corriente nunca ha sido cosa fácil, salvo para los que escogen el camino de las espinas.