Otra vez el restaurante La Casona sufre los embates del tráfico vehicular de Chihuahua. Parece que tiene imán. Se trata de un histórico edificio ubicado en la esquina de Aldama y Ocampo, de la ciudad de Chihuahua, otrora casa de Luis Terrazas, el acaudalado porfiriano que se convirtió en gobernador y cacique de Chihuahua hasta que los antireeleccionistas lo removieron de su sitial. La finca ha tenido una suerte contradictoria: algún tiempo Casa de la Asegurada, cuando el IMSS era otra cosa; luego Centro Cultural Comermex, cuando los Vallina eran otra cosa; y ahora restaurante gourmet, cuando la buena cocina también es otra cosa. Tan contradictoria que ahora es como una especie de zona del silencio donde caen meteoritos, pero ahí se estrellan carros.
La Casona, que por cierto da nombre a un vino que se embotella en Chihuahua, es el restaurante sexenal –de hecho, el primero en su especie–. Vive de los cupones que reparte César Duarte para que sus funcionarios e invitados coman en un lugar que jamás habían imaginado. Se subsidia así a una familia que dejó la banca por la cocina y que se olvidó de la revolución industrial para hacer negocio de manera muelle. Es el lugar donde César Duarte degusta sus botellas Pétrus y hurde cómo esquivar a Unión Ciudadana. Como el sitio de los ambigús pasa por estos percances, tal cosa no se convierte en un argumento de ocasión para decirlo abiertamente: de que el mesón es malo, no hay duda; que se pierden los sabores porque no compiten con los mejores de la ciudad, porque no es necesario seducir a comensal alguno. La gratuidad uniforma los paladares, pero lo que no se soporta son cuando menos dos cosas: que en ese comedero diga César Duarte que bebía Pétrus desde sus tempranos días ballezanos y que el secretario de Desarrollo Rural y muy sotolero, Leonel de la Rosa, presuma que siempre ha quemado su garganta con buenos caldos de algún château de la Gironda francesa. Quizá el asombro de todo esto sea lo que provocan los choques contra la cantera de la palaciega casa de Luis Terrazas, al que anteponen siempre el “Don”, cuando el trato a los señorones ya es otra cosa.
Debieran hacerlo museo como me tocó verlo en algún tiempo, allá por los ochentas, o bien en alguna biblioteca al servicio de la comunidad en Chihuahua, o un club de cine, etc, en vez de destinarlo para bacanales de políticos y familias encumbradas.