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Entre empellones y amenazas de detención, el pasado martes entregué en la oficina de Jorge González Nicolás, el texto contenido en esta carta, para precisar los sucesos represivos del pasado 28 de febrero a las puertas del palacio de gobierno del estado de Chihuahua. Me atengo a su juicio:

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Como usted sabe, es un lugar trillado afirmar que el Ministerio Público es una institución de buena fe. Para desgracia de Chihuahua, aquí esa institución se encuentra en las antípodas de ese desiderátum. Esta ominosa circunstancia deriva de una contumaz ausencia de Estado constitucional de Derecho, por su pertinaz dependencia a los poderes ejecutivos de la república y a los cacicazgos locales y, a final de cuentas, por el hecho de que los titulares que ocupan esos cargos tienen por costumbre doblarse a los intereses políticos de quienes detentan el poder o de los poderes fácticos, entre ellos, de manera destacada, el crimen organizado, en todas sus expresiones, y el narcotráfico. Para enmascarar esto se nos pretende engañar recurriendo a simples denominaciones; se cree que con llamar Fiscalía a la procuraduría todo va a cambiar. Qué ingenuidad, o qué perversidad, según se le quiera ver.

No pretendo, y menos ante usted, establecer lo anterior como la premisa de un silogismo pertinente en el momento actual de Chihuahua. Me equivocaría. Pero sí quiero dejar constancia por escrito de algunos hechos recientes que de convertirse en tendencia nos estarían llevando a todos los chihuahuenses a un callejón sin salida similar, sólo similar, a lo que aconteció en las etapas previas a la instauración del nazi-fascismo en Italia y Alemania durante los años que siguieron a la conclusión de la Primera Guerra Mundial. Me explico: en aquellos años las escuadras de los partidos totalitarios se dedicaron, a ciencia y paciencia de las autoridades formales, a agredir a los disidentes –de cualquier índole–, a las minorías raciales, a los artistas, científicos e intelectuales, a los gitanos, a los homosexuales y a cuantas personas no encuadraran en el discurso de los autoritarios extremos. Se procedía a agredir en la calle valiéndose de provocadores y camorristas. La finalidad era obvia: lo que no podía hacerse desde el poder gubernamental lo hacían fuerzas privadas (se les conoció como escuadras), que se encargaron de realizar todo tipo de agresiones para privar del espacio público a las expresiones para ellos “no convenientes”. De alguna manera eso aquí se le conoce como las “guardias blancas”, que se dedicaron a sembrar el crimen en el campo mexicano en la etapa de ascenso de las luchas agrarias; o como los “halcones” que actuaron el 10 de junio de 1971, impulsados desde el gobierno priísta de entonces, para acallar el resurgimiento de las poderosas protestas estudiantiles que se eslabonaron al 68 mexicano.

Pues bien, el pasado 28 de febrero, como creo que usted sabe, Unión Ciudadana celebró una concentración en un ambiente similar a los tiempos que narro en el párrafo anterior. Las autoridades competentes tenían aviso del día, hora y lugar donde celebraríamos el evento de personas libres, con la antelación más que suficiente para que nadie fuese tomado por sorpresa. Se sabía también que Unión Ciudadana ha optado por la no violencia. Pero eso no fue obstáculo para que provocadores y golpeadores al servicio de quien lo designó a usted en el cargo que ocupa –César Horacio Duarte Jáquez– y agentes de Javier Garfio Pacheco, alcalde de la ciudad, pretendieran privarnos del espacio público que Unión Ciudadana había determinado para su protesta pacífica contra el gobierno. El mecanismo empleado fue más que obvio: levantaron un costoso escenario, de los que se usan para espectáculos festivos mayores, acaparando prácticamente todo el espacio. Al alimón, a través de un intensivo volanteo, el gobierno de Duarte difundió que Unión Ciudadana había suspendido el acto; se bloqueó un perímetro suficiente en derredor de la Plaza Hidalgo para disuadir a los asistentes y, muy pronto y con posterioridad al rescate que hicimos del lugar, se presentó la violencia desencadenada y ejecutada por agentes del gobierno municipal, estatal y de esa propia Fiscalía, violencia que contuvimos llamando a no caer en provocaciones que al final podrían ser lesivas a nuestros propios fines. Desde que ocupamos el sitio, a manera de protesta y autodefensa, frente al palacio de gobierno, fuimos hostilizados de obra y de palabra por los agentes del gobierno, entre ellos algunos a su cargo, vestidos de civiles, armados contra todo protocolo para actuar en una manifestación masiva, y usted toleró que estas cosas sucedieran, rompiendo el principio de que el Ministerio Público actúa de buena fe.

El momento culminante fue cuando la provocadora al servicio de usted (la vimos actuar el 27 de febrero a las afueras de las oficinas de Vialidad y Tránsito) incursionó con un grupo de choque al corazón mismo de nuestra demostración. Se trata de la provocadora Tomasa Rojo, conocida en el ámbito de la delincuencia política por el alias de La Negra Tomasa. Hoy hay gente lesionada, otra que padeció golpes simples, y muchos que vieron el comportamiento que adopta el gobierno en el que usted participa frente al ejercicio de derechos constitucionales como la libre asociación, libertad de pensamiento, expresión, en fin, el cúmulo de prerrogativas ciudadanas propio de un sistema democrático que desgraciadamente no existe entre nosotros. Forma parte de la provocación el que a algunos de los representantes de Unión Ciudadana se les tilde de delincuentes, lo que es clara derivación de la jerigonza que emplea su jefe César Duarte. Lo mismo hemos padecido en Ciudad Juárez, Ojinaga, Madera, y ya lo habíamos sufrido el 28 de noviembre del año pasado en el Auditoria Municipal de la ciudad de Chihuahua. Son puntos en movimiento que marcan línea, tendencia, como fácilmente lo puede advertir cualquiera.

Todo esto se lo digo con un propósito esencial: no unan el cinismo a la vileza, sobre todo usted, si desea todavía que alguien crea que está al frente de una institución de buena fe. Lo formulo a manera de preguntas: ¿Quién puede creer que la agresora hoy se diga la agredida?, ¿quién podría aceptar racionalmente que ahora los que fuimos violentados tengamos que cargar a cuestas una denuncia planteada ante usted?, ¿ahora sí habrá celeridad en la administración de la justicia, cuando usted previamente se declaró incompetente para conocer de la sólida denuncia de corrupción política contra su jefe y los cómplices, Jaime Herrera Corral y Carlos Hermosillo Arteaga?, ¿ahora resultará que nosotros seremos los procesados penalmente y aún tendríamos que ir a la cárcel porque en un juego de malvado manoteo el gobierno del estado ha ido a parar a manos de La Negra Tomasa?

No está en mis manos tomar las decisiones que a usted le competen. No espero que tome las mejores, porque sé en el campo en el que usted ya se ha ubicado. Pero es conveniente que lo sepa: frente a estas infamias nos mantendremos vigorosamente de pie y lucharemos hasta el último aliento contra la ignominia que se ha instalado en el poder público, pervirtiendo las instituciones representativas que la Constitución entiende favorables al pueblo.

Qué lamentable que una a una las instituciones se hayan denigrado hasta el fango en el que se encuentran actualmente, como de ello dan cuenta las cabezas de las universidades, los partidos políticos adictos a la tiranía, la presidencia del Supremo Tribunal de Justicia, la Comisión Estatal de los Derechos Humanos y todo el entramado que a esta hora de Chihuahua debiera estar erguida en favor de las mejores causas y no de la corrupción política que carcome al estado. El arribo de un nuevo rostro en la Secretaría General de Gobierno no modifica el puño empleado contra Unión Ciudadana ni lo exime de la timorata actuación utilizada en esta provocadora circunstancia.

Si usted está al servicio de La Negra Tomasa yo no tengo más camino que desobedecerlo, con todas las consecuencias inherentes al caso, cualquier mandato que su dependencia pueda girar en mi contra para hacer del cretinismo el remedo de Derecho que está en la Fiscalía a su cargo, pues tengo para mí que si bien la ignorancia del Derecho no excusa su cumplimiento, el conocimiento de él por ustedes sí lo propicia.

Por lo demás, bueno es que sepa que no abandonaré ninguna de mis actividades ordinarias y que tendré como un acto de intimidación cualquier cosa que pueda sucederme, a mí en lo personal, a mis amigos y mi familia, y no se diga a los compañeros que desinteresadamente militan en Unión Ciudadana.

Es usual que estas cartas terminen con los adverbios que derivan de Atento y Respetuoso. No los consigno porque no vienen al caso.

Jaime García Chávez

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Hasta dónde hemos llegado en la intolerancia gubernamental, los funcionarios se conciben a sí mismos como intocables hasta por un manojo de tres cuartillas emborronadas a toda velocidad. Quede el testimonio.