Ni recién tostado, ni aromático; ni soluble, ni recomendable. No es ese lugar que invita, convida, reconforta, a pesar de estar medianamente exornado con libros aquí, vitrinas allá y cuadros delicados expuestos al interior de los sanitarios. El lugar se llama La Quinta y está en la parte posterior de la Quinta Gameros que hospeda un centro cultural de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Nuestra joya art nouveau es un lugar con un gran jardín, envidiable en una ciudad con tantas carencias como la nuestra, sin agua y el flagelo del clima extremoso.
Ayer (5/II/2014), tras de cubrir un trabajo periodístico al interior de la finca principal y haber pagado los boletos de entrada, fuimos al rincón donde está el café –ofrece también arte y cultura–, las puertas de cristal se abatieron con leve esfuerzo y penetramos a conocer el lugar; por su naturaleza comercial sabíamos que nos abrigaría gratamente unos momentos. Solamente unos momentos pues había que continuar la faena. En eso, una mujer delgada y de regular estatura –luego se identificó como “la concesionaria”– y nos expulsó, a la vez que nos hizo el reproche de no haber saludado al momento de ingresar (lo cual es falso) y, en un exceso para un lugar abierto al público, nos reclamó que careciendo de anuencia para esa visita, la tenía como una especie de atrevimiento. No perdonó que hubiéramos husmeado en el lugar y por el evidente regusto de hacerlo, entre otras razones, por ser un espacio público agradable y dentro de la propia universidad. Nos maltrató y contestamos su falta de cortesía, elemental en estos casos.
Un mal día todos lo tenemos. La señora, si comerciante, es poco hábil en esa tarea; no se puede estar al frente de un simple café y maltratar a los visitantes, a los clientes. Si elitista y amante de una cultura exquisita, refinada y excluyente, está fuera de un lugar universitario, por más “concesionaria” que se ostente en gritarlo como lo hizo. Su conducta arrancaría las lágrimas del rector.
No puedo decir que de mejores cafés me han corrido, porque jamás me ha sucedido y ni lo habría dicho para no complementarle su maltrato a la “concesionaria”. Claro que hablamos de urbanidad y esas cosas, pero su ira irredenta no permitía razón alguna a la ama y señora de ese cafetín. Nos retiramos –ni sorprendidos ni estupefactos, para no exagerar– y recordamos, entre carcajadas, aquella canción sesentera en los tiempos del rock and roll que hizo famosa la banda de Agua Prieta, Sonora, los tremendos Apson: Fue en un café e-e, e-e-e.
Ya habíamos documentado la expo de vestidos de novia en una sala de la Quinta como para dramatizar el caso y agregar cosas como esta: café sin aroma de mujer. ¡Zape-e-e, e-e-e!
http://www.youtube.com/watch?v=OIKMcc8UR2E