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César Duarte asistió el miércoles pasado al Consejo Político de su partido, el PRI. Fue un Consejo para repartirse cargos a las puertas de la elección del año entrante para la renovación de los nueve distritos federales que componen la geografía electoral de Chihuahua. El evento sirvió, como es de suponer, para que abordara la tribuna, lo que le gusta, y bastante, porque no sabe autocontenerse, ni mucho menos practicar aquel secreto de vieja data, atribuido a legendario sabio griego: “Pon a tus palabras el sello del silencio y al silencio el sello de tus palabras”. Para él esto no existe. Él habla, habla, habla. Padece de esa enfermedad que se llama verborragia, siempre desagradable y ahora en desuso por las modernas técnicas de la comunicación política. Pero en este Consejo no se trató tanto de abordar la tribuna atropelladamente, de manera desagradable, según testimonio de uno de los asistentes, sino más bien de realizar un desahogo o catarsis frente a la crisis en la que se debaten él y su gobierno. Autoconcibiéndose como providencial y sagrado, lógico es que las críticas que recibe de los disidentes, que los cuestionamientos de sus opositores, que el funcionamiento de las instituciones en su contra lo hayan sacado de balance anímico y mental y, entonces, se dedique a denostar, casi con furia, a quienes no están de acuerdo con él y lo hacen de manera sostenida, contundente e inamovible, y sobre todo en ejercicio de derechos consagrados en la Constitución de la república.

Con esa base las palabras que dirige a sus adversarios se hunde en la iracundia, esa pecado capital –y me expreso así porque su carácter de consagrado lo mueve por ese rumbo– ciega a los hombres y mujeres que se enfurecen, les nubla el pensamiento y casi los hace presas de una locura momentánea. Vea usted sus palabras: “¿Dónde estaban (sus críticos) cuando los balazos?”, “¿qué hicieron por Chihuahua?, ¿señalar?, ¿confundir?, no tengo de qué avergonzarme ni temor, estoy bien plantado, hicieron (sus críticos) lo mismo cuando tuvimos crecimiento en los 60s y 90s, esa historia ya la vimos. Los mexicanos no nos podemos confundir, tenemos que defender lo que es nuestro y no caer en las campañas publicitarias que nos ponen en riesgo; esa historia ya la hemos visto, caímos en dos ocasiones y tardamos más de dos décadas para salir. Estas acciones confunden a la gente de buena fe y utilizan las instituciones para sembrar dudas, pero esto lo realizan porque nunca ganan las elecciones”. Casi casi nos dijo, México y Chihuahua son exclusivos de los priístas.

Si yo fuera cazador y empleara el argot de esta actividad para aplicarlo a la política, me sería dado decir que la presa está herida, berrea, grita, patalea, rasguña, y no más. Se muestra desmemoriado porque habla como un diazordacista, añorante de un sistema de partido único y yerra en sus conocimientos de historia reciente cuando habla de que al PRI nadie le gana elecciones, de lo que ni me ocupo de rebatir por razones obvias. Se pregunta dónde estábamos cuando los balazos, cometiendo el dislate mayor, pues no es lo mismo estar instalado en el poder, con los deberes de contribuir a la seguridad, a ser un simple ciudadano o un político con cargo, distinto al que propiamente se ocupa del tema del combate al narcotráfico, por ejemplo. Duarte es un político relativamente joven en años, pero prematuramente viejo: suspira por aquellos años negros de Díaz Ordaz y se muestra ballezanamente valentón al decir que no le tiene miedo a los sicarios, cuando para salir a la calle cierra hasta diez manzanas a la redonda, con vallas metálicas, todo un convoy de suburbans y un cuerpo de guardia armado hasta los dientes. Casi casi un prohombre digno de una odiada dictadura.

Qué duda: la presa está herida y hasta sus correligionarios cercanos, que lo escuchan y se doblan a su paso, ya perciben su mal olor político. Pero como suele suceder en estos casos, él es el último en darse cuenta, o jamás se da cuenta. Es la retórica de la violencia, del funcionario público arrogante y soberbio del tipo de los que perpetraron, precisamente en un momento de ira, lo que sucedió en Guerrero.