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Si quieres demeritar los principios, denigra al hombre que los sostiene. Es un ardid de larga data: cuando exitoso, propicia que todos hablen de los vicios y defectos humanos -reales o falsos- y se desvíe la atención hacia aquello que no está en la disputa real; se evade así la miga de lo esencial por lo superfluo, por lo que no interesa. Mis mayores acostumbraban el dicho de salirse por peteneras, y ya muy geométricos, salirse por la tangente. Eso es, ni más ni menos, lo que hicieron los abajofirmantes de un desplegado publicado en la prensa de circulación estatal por los rectores, doctores, másters, licenciados, ingenieros y profesores que encabezan la educación media y superior del estado de Chihuahua. Los pastoreó en calidad de borreguero Enrique Seáñez, cabeza de una universidad que se mostró en grave crisis por su dependencia, con carcomida autonomía sólo agradable al poder público del que debiera guardar la distancia legal que obliga la pluralidad e independencia de sus componentes, el pudor, la mesura y la prudencia. El rector no fue solo a la firma, lo acompañaron su secretario general -que busca sucederlo en la silla- y todo el elenco de directores, entre los que hay quienes se dedican al derecho, la ingeniería, las artes visuales, la filosofía, las letras, la medicina, en fin, todas las disciplinas propias de un centro de educación de ese nivel. Actuaron como falange para tundir a nombre de César Duarte, lo que le resulta imposible hacer a él.

Súbitamente se convirtieron en severos biógrafos de una persona que no soy. Hablaron con tal contundencia que pareciera me conocen desde que me alojé en el vientre materno. Muy temprano el miércoles pasado, una húmeda mañana de noviembre, me acribillaron estos sicarios de la política impuesta por César Duarte Jáquez contra sus críticos y los disidentes de lo que él hace y deshace en nuestro estado desde hace cuatro años. Dice el gobernante que él no criminaliza la protesta pública, pero se da tiempo de divulgar, como respuesta al ejercicio de mis derechos a denunciar su corrupción cumpliendo un deber ciudadano, que “a mi paso prodigo infundios y mentiras”, “promuevo intereses personales de ocultos personajes” y, lo más grave, que he producido “víctimas” laborales, con toda la irresponsabilidad de quien ignora los alcances del término víctima en estos tiempos; así mismo, este gobernante nos ofrece, con una corte de doctores, “realizar precisiones” de lo que sucede en Chihuahua, que se quedan en la simple apología y defensa, carentes de argumentos de lo que se supone sería ejemplo para todo el país, porque hay qué recordarlo: nos dicen en ejercicio de fantasía y todos los días, que ocupamos los primeros lugares, en todo y sin excepción.

Uno supondría, con un mínimo de racionalidad, que cuando se defiende al jefe hay que esmerarse en los argumentos, la buena apología, la brillante retórica, el tropo seductor. No fue así. Los desplegados corrieron la inesperada suerte de exhibirlos y podemos darles la calidad de esféricos a esos libelos, porque desde el punto de vista que se les observe, adolecen de todos los defectos imaginables: gramática, conceptualización, argumentación, estilo y atemporalidad, porque pareciera que lo que ellos dijeron ese día alguien lo pudo haber dicho hace 100 o 500 años contra un opositor, un crítico o un disidente. Se trata de una especie de metafísica de las malas costumbres. Como podrá comprender el lector que llegue hasta aquí, es difícil realizar la propia defensa, se corre el riesgo de decantarse por la vanidad que todos llevamos dentro. Por eso no correré más en esa dirección, fortalecida como convicción íntima cuando a las pocas horas de publicado el texto de los doctores sufrió el más grande descrédito y repudio de la comunidad, no sólo estudiantil, sino de los maestros y de quienes están allende los centros educativos. Fue una batalla que se ganó sin hacer esfuerzo y la perdieron antes de emprenderla sus patrocinadores, los de arriba, y ellos, que son merecidamente los de abajo.

Sin embargo, estimo un deber subrayar tres o cuatro aspectos. En lugar privilegiado, la peligrosa doctrina de asignarle al adversario la calidad de “enfermo”, sugiriendo una ecuación siniestra en la cual en un extremo encontramos al crítico o disidente que actúa como ciudadano y al abrigo de la ley, y del otro un signo de igual que desemboca en alguna patología, cuya naturaleza es fácil colegir. En otros términos, si se vive en el mejor de los mundos posibles, casi en el paraíso, se necesita estar demente o enfermo para discrepar, porque las bases materiales de ese mundo son tan firmes e inconmovibles, supuestamente tan propias de todos, que nadie las puede recusar. Quienes pensaron así en los tiempos de José Stalin, por ejemplo, fueron presas de una psiquiatría represiva y recluidos en hospitales para enfermos mentales, para que la conciencia universal no tuviera la dificultad de ubicarlos en una prisión, campo de concentración o campo abierto, pero siempre en el casquete polar vecino de Siberia. Ni más ni menos esa es la consecuencia del aberrante argumento que me han endilgado. Como fracasó aquel fracasarán estos.

Otro más, y de gran riesgo, es que el desplegado en cuestión cultiva la discriminación, el odio y el rencor social, tan lejos de las declaraciones de principios de las universidades y demás centros de educación superior. Ni siquiera tuvieron tiempo de pensar que estaban suscribiendo una especie de licencia para matar, golpear, lapidar a un ciudadano que se pone enfrente del poder para decirle sus verdades, incoar una denuncia penal sustentada, apostar por el Derecho y agitar las instituciones para que funcionen. Para ellos el lema es aquí estamos, señor gobernador, para lo que usted diga y quiera; usted ordena a quién hay que linchar.

A lo largo de mi vida, he tomado riesgos delicados y peligrosos, he sufrido la represión, aunque no en grado extremo, y ejercitando el oficio de la pluma he molestado a los poderosos con los diversos géneros que el buen periodismo recomienda; he pisado callos, he recurrido a la burla que sugiere la literatura clásica en la materia, y lo he hecho atrincherado en mis libertades, firmando con mi nombre y apellido, sin recibir paga alguna nunca y siempre seguro de dos cosas: que lo que digo es comprobable y que además me puedo retractar cuando me equivoco o caigo en error, más cuando esas críticas se plasman en una denuncia penal que hasta ahora nadie ha dicho que sea falsa. Si tuviera que recurrir a una frase de Sófocles, diría que “…soy indulgente con el hombre que lanza palabras injuriosas cuando también él las oye”. De ahí que conociendo a buena parte de los firmantes, no esperaba -ni espero- menos de lo que dijeron. Les recrimino que lo hayan hecho por encargo, que seguramente ni siquiera estamparon sus firmas, que los utilizaron como piezas de utileria, pensando ingenuamente que en el caso del rector de la UACH, tiene una enorme solvencia moral como para pararse a la mitad del foro y prácticamente aniquilarme con sus contundentes palabras. Palabras que denostan, que fusilan con lodo, pero que una vez que éste se seca se pulveriza y se hace ingrávido como ataque.

Por último, hace poco tiempo, leyendo a Haruki Murakami, me encontré esta reflexión que me ha hecho pensar con hondura sobre las consecuencias de expresar el propio pensamiento en una sociedad cerrada, atemorizada, miedosa y de gobernantes atribiliarios: “…como consecuencia de ello, se reciben a veces críticas infundadas. Y es evidente que no es agradable que te malinterpreten o que te critiquen. Te puedes sentir profundamente herido. Es una experiencia muy dura. Sin embargo, a medida que uno acumula años, poco a poco va adquiriendo conciencia de que esas heridas y esa dureza son, en cierta medida, necesarias para la vida. Si se piensa con detenimiento, es precisamente porque somos muy distintos unos de otros por lo que conseguimos ponernos en marcha y perdurar como seres independientes […] Que yo sea yo y no otra persona, es para mí uno de mis más preciados bienes. Las heridas incurables que recibe el corazón son la contraprestación natural que las personas tienen que pagar al mundo por su independencia”. En otras palabras y recurriendo al lenguaje coloquial, si salgo al baile, me tocarán pisotones. Y en la especie que me ocupa, los asimilaría mejor si los hubieran dicho a título personal, pero ¿por qué pagan sus denuestos con el erario y envilecen a las instituciones en que se escudan y debieran respetar, máxime que ellos teóricamente no están en esta danza?

A su jefe Duarte, acostumbrado al trueque material, al famoso toma y daca, le duele que haya ciudadanos con dignidad, hombres y mujeres que se reconocen como fines en sí mismos y jamás en medio de nada ni de nadie, que no se venden. Les duele la independencia y la autonomía humanas, que su deficiencia de argumentos no se subsane con billetes. A ustedes, señores abajofirmantes, los compraron, los amenazan con perder sus puestos, por eso obedecen y se hacen indignos. Yo escogí para mí un camino diferente: ser ciudadano y ejercitar el Derecho. Mejor aún: todos los derechos. Y recuerden, ya que se convirtieron a la psiquiatría analítica, lo que dijo el escritor inglés Chesterton, “un loco pierde todo, menos la razón”.