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En no pocas partes del país los gobernantes –sin importar niveles– están temerosos de salir a sus balcones a lanzar el sacramental grito de Independencia, aunque esta ande deficitaria a consecuencia de las últimas reformas en materia de energía de hidrocarburos. Con menos soberanía hoy que ayer, lógico es pensar que tengan temor a gritar algo que ya no tenemos o, simplemente, que es materia incómoda para encarar muchedumbres con un discurso en el que la simulación es evidente. Esta circunstancia, como precedente, nos coloca ante la oportuna ocasión para reflexionar sobre el valor de la burla como arma política. No es un tema nuevo, tiene su historia política y no pocos escritores notables han llegado hasta nuestros días, heredándonos magníficas páginas en el género de la sátira y el sarcasmo que se centra en el poder para denostarlo y mostrar las desmesuras que acometen los políticos con el encargo que tienen en sus manos, sobre todo en las actuales democracias constitucionales.

Burlarse de Nerón fue un oficio que no necesitó de libertades que hoy observamos en el mundo moderno. Igual suerte corrieron los reyes absolutos, los banqueros, en general los que colocados por encima de la sociedad tenían en su arbitrio la toma de decisiones que afectaban a gran parte de las sociedades históricas. Pero hay una burla particular, tengo entendido poco estudiada de manera consistente que no va más allá de lo que antaño se denominaba la psicología de las masas. Hablo de esas oportunidades en que una muchedumbre toma para sí para cobrar agravios, así sea en unos cuantos minutos en los que lanza desde insultos hasta objetos contra quienes ven como adversarios incontrastables a través de los mecanismos que la sociedad moderna se ha dado para dirimir conflictos, y aquí hablo desde el derecho a la información, la existencia de medios que informan debidamente a sus comunidades, el ejercicio de la crítica y la posibilidad misma de acudir a una elección a competir (no a simular) por alcanzar el poder público. Estas ocasiones a que me refiero se potencian hasta por la simple discrepancia en cuanto a los estilos que adoptan los poderosos para aparecer en público, ciertamente nos encontramos en un territorio en el que la irracionalidad, la nocturnidad, el anonimato se convierten en una triada de garantes para hacer lo que no se haría de manera abierta y mostrando la cara como lo hacemos los que escoltamos nuestras críticas y propuestas, anteponiendo nuestro nombre y nuestra firma.

Me pregunto si es válido el recurso de la burla. Y me contesto afirmativamente tomando en cuenta que juristas tan notables como Ronald Dworkin, al abordar el tema sin desprenderse de la polémica, nos expone el derecho que se tiene a la misma.

Recuerdo también una novela olvidada, pero no por ello carente de singular importancia, llamada La violencia y la burla, de Albert Cossery, que trata de cómo combatir a tiranos y dictadores a través de la fina argucia de ridiculizarlo. La narración acontece en una ciudad de Medio Oriente en la cual varias personas arremeten contra la tiranía de un gobernante verdaderamente grotesco. No fueron en su contra con armas de fuego, no. Usaron la burla y lo volvieron más grotesco de lo que es. En el ejemplar de la novela que tengo a la vista podemos leer en su portada: “De cómo poner al servicio de la revolución la terrible arma de la burla; de cómo socavar, por lo irrisorio, la autoridad del tirano”. Una buena novela sin duda, de un autor nacido en El Cairo hace cien años, escritor temprano, educado en Francia, traducido a muchas lenguas, marino en tiempos de guerra y residente en París en la posguerra. Fue premiado en vida y tiene muchas otras obras dignas de lectura.

El grotesco ejercicio del poder que tenemos en Chihuahua ha desembocado en la burla. Los ejemplos abundan a lo largo de los años, pero sobre todo se acumulan en los últimos doce meses con atronadoras rechiflas, burlas corporales, vituperios, leyendas urbanas, y la irrupción masiva de estas fórmulas a través de los medios audiovisuales en las redes sociales e internet. Esta forma de menoscabo o erosión de la autoridad encuentra en el comportamiento de la misma su mejor alimento y es, a la vez, respuesta de una ciudadanía que vive en el hartazgo por la soberbia, el engreimiento, el divorcio, la corrupción política y la falta de alternativas para deliberarla de manera abierta y consistente lo que el poder hace y deshace, en el más puro ámbito de la discrecionalidad, ajena a toda norma, aunque las vestiduras pretendan decirnos que todo está sujeto a un orden jurídico que sirva de fachada y simulación.

Si el gobernante se cree todopoderoso, se autoconcibe en el rango de lo sagrado, si llegó anunciando que el poder es para poder y no para no poder, claro es que sobre él se van a enconar la burla y la conversión de su personalidad en cualquier baratija imaginable. Esa concepción del poder no está enraizada en el pensamiento democrático e incluso ignora que el poder de los hombres de Estado en estos tiempos se ha ido estrechando por la actuación ya de la sociedad, ya de las corporaciones, que ocupan sus espacios crecientemente con mayor razón cuando el discurso predominante –neoliberal y neoconservador– ha tendido a jibarizar el papel del Estado, restándole injerencia reguladora, capacidad de arbitraje y todo eso que antes sonaba a cosa grande y hoy es pequeña llamado el poder. Y lo que no se puede hacer a través de las libertades públicas se hace en todas partes por medio de la burla, en la calle, la cantina, el café, la barbería, la casa. Creen los malos políticos que con el control de la prensa todo estará garantizado y se equivocan. Como en su tiempo, se equivocaron los emperadores romanos contradichos por notables escritores, pero no menos por muchas bardas pintadas, representaciones de teatro ambulante, donde aparecía tangible la verdadera personalidad de los emperadores, y en nuestras sociedades de quienes también se creen que lo son.

Aquí en Chihuahua estos personajes gustan de tener auditorios cautivos y muy aplaudidores. No han entendido que pueden hacer las cosas con sobriedad y entonces recurren al oropel y es claro que corren el riesgo de ir sufriendo lo que para ellos son desatenciones a su investidura y en realidad pueden ser simples protestas por encontrarse en un lugar de manera obligada, con pase de lista y bajo la amenaza de recibir represalias de diversa naturaleza. Entonces, si el gobernante lleva a sus aplaudidores, los opositores también promueven una asistencia precisamente para jugar el rol contrario. No se entiende, tratándose en el caso específico de las celebraciones cívicas que lo recomendable es la espontaneidad de los asistentes, aunque redunden los eventos en actos poco concurridos. Pareciera que el lema es que a donde va el gobernante aparezca una nube de personas que presurosas lo siguen, que a donde va debe haber un auditorio grande, bien dispuesto, y al que se le pide que tenga buen humor a pesar de la impuntualidad y de un sol calcinante.

independencia3-12sep2014

A partir de esas premisas, las ceremonias del 15 de septiembre no se conciben como ocasiones para exaltar los valores cívicos, recordar el importantísimo capítulo de la revolución a partir de la cual se canceló el colonialismo español, sino la oportunidad personal para que luzca el poderoso, que sale a arengar a la plebe mientras al interior de su palacio se trata con munificencia a la élite, la familia, los amigos, que lo ponen en el centro. Y obvio que eso genera malestar, y más obvio que derive en rechiflas, mentadas, como las que escuchamos y vimos hace un año. Aquí la impunidad termina y esa parte de la sociedad que se convierte en plebe la aprovecha para su justo y satisfactorio desquite. ¿Qué tan educativo para conciencia sea esto?, es algo que no se puede sopesar en abstracto, al margen de los agravios y los excesos. ¿Qué es la liberación por unos segundos?, es posible, pero bien ganado se lo tienen los déspotas, los tiranos, los autoritarios que pueden regatearle y nulificarle sus libertades a muchos, pero no, la ocasión para ejercer el derecho a la burla.

Burla que no hay que perder de vista, porque si bien su labor es lenta, como la gota que horada la roca, tarde que temprano abona causas triunfadoras, libertades. Por eso, los gobernantes de México tienen miedo y no es para menos.