La recepción de los derechos humanos en México ha sido azarosa y lenta. Cierto es que durante mucho tiempo hubo el reconocimiento de las garantías individuales pero como se vio, a la postre, no bastó para favorecer a aquellos.
Llegó la reforma derechohumanista de 2011 no al cien por ciento pero abrió un camino que se reconoció como muy importante, luego vinieron los vientos punitivistas de López Obrador y se metió reversa en materia de prisión preventiva oficiosa y todo lo que significa de regresión la reforma judicial.
Antes de la reforma derechohumanista se creó la Comisión Nacional de Derechos Humanos, se le dio autonomía y reconocimiento para accionar temas de constitucionalidad planteables ante la Suprema Corte.
Ha sido una historia de altas y bajas, de claroscuros.
Todo esto viene como antecedente porque hoy se expidió la convocatoria para elegir quién encabezará esa institución los próximos años. Sería un despropósito que la señora Rosario Piedra Ibarra u otra del mismo corte quedara a la cabeza de la CNDH.
En toda la historia de la CNDH no ha habido etapa más gris que la que está por concluir. La hija de doña Rosario, la que luchó contra la desaparición forzada y que abrió caminos en contra de la tortura y el abuso policiaco y militar ha hecho un papel absolutamente deplorable, manchando la memoria de su señora madre.
Estamos viviendo los saldos de su entreguismo, de su abyecta sumisión y silencio que está a la vista de todos, porque está persona llegó para solapar al poder y contribuir a disolver una institución que estaba llamada a jugar un gran papel.
Está claro que la desvergüenza se haya impuesto y más que se pretendiera otro periodo para la destructora, lo que es posible con un Senado de la república en el que predomina una mayoría de obsequiosos levanta dedos.