Nunca dejaremos de mencionar que militando en el campo democrático, de muchos años a la fecha, he preconizado la pertinencia de mantener la institución del candidato independiente. Aunque la centralidad de los partidos políticos es difícil superarla como parte esencial del régimen democrático, los ciudadanos no deben padecer la obligada mediación del partido para ejercitar sus derechos, deben tener abierto el camino directo para someter a la decisión comicial su propia elección. Hasta aquí la noble idea, el fin o propósito.

Pero el tema de la responsabilidad no puede estar al margen de quien acuda a esta vía. Al igual que los partidos, deben tener un programa, expresar sus principios ideológicos, transparentar sus fuentes de financiamiento, patrimonio, fisco, conflictos de interés y, en particular, algo esencial a todo proceso electoral: examinar meticulosamente la realidad sobre la que van a actuar, los adversarios de enfrente y cómo defenestrarlos, más cuando esto es un clamor exigente de la sociedad, como lo tenemos en Chihuahua.

En el municipio que alberga la capital del estado estamos ante un escenario en el que la atomización del voto es lo previsible. Los partidos tendrán los suyos, el PRI y el PAN indiscutiblemente, más los que se sumen. A su vez, dos ciudadanos independientes (no me meto en la polémica semántica, para mí lo son si están fuera de los partidos) buscan alcanzar la calidad de candidatos para buscar el voto que los haga alcaldes. ¿Y qué es lo que hay? Tenemos, inexplicablemente, una pugna entre ambos candidatos que se dejó sentir desde el momento mismo en que emergieron a la escena pública. Tanto Enrique Terrazas como Javier Mesta se recriminaron el por qué no haber unificado esfuerzos y han prohijado una estéril rivalidad, si se toma en cuenta que ambos vienen de la misma matriz empresarial, religiosa, partidaria, política. Que están en su derecho a darle plena consecuencia a sus proyectos hasta el primer domingo de junio, nadie lo duda; que ese propósito es respetable, tampoco. Pero hay algo que se llama sentido común y no lo estamos viendo en el comportamiento de ambos.

Pareciera que los dos quieren lo mismo aún cuando saben, en el propio lenguaje que emplean (mercado electoral, ventanas, y demás lindezas), que el escenario es exactamente el mismo, que el padrón de electores tiene límites, que hay una historia electoral de bipartidismo inocultable y que ambos, de una u otra manera, han formado parte de ese bipartidismo, que por cierto no se va a acabar de la noche a la mañana, aún en el evento de que el PRI o el PAN fueran derrotados. En el fondo está la división del voto, sin hacerse cargo de a quién beneficia esto. Pero las cosas no paran ahí. Desde el balcón ciudadano desde el que los observo, no de ahora sino desde hace mucho, se advierte, por ejemplo, que no hay mayores diferencias entre María Eugenia Galván, Enrique Terrazas y Javier Mesta, como son inocultables las relaciones de este trío con los gobiernos del PRI, que tuvo a bien, de manera casi medieval, decidir que Lucía Chavira abanderara al viejo y desprestigiado partido de César Duarte y Enrique Serrano.

La señora Chavira, por cierto, puede tener una agenda antagónica en materia de salud reproductiva, matrimonio igualitario, pero también la mantendrá de bajo perfil, porque ella sí sabe, por experiencia directa y propia, hacia qué electorado y con qué estructura deberá dirigirse. A contrapelo de esto, quizá los independientes sean sinceros y den a conocer su propio discurso. Pero no es así, y lo que parece es que han decidido escenificar una especie de vodevil de orgullos en el que uno y otro se reta a ver quién tiene más firmas, pertenece a más instituciones de la iniciativa privada, y cosas por el estilo que en realidad a Juan Pueblo no le interesan. Ya sólo faltaría la bofetada para ver quién tiene más dinero y retarse muy de mañana, con padrinos y armas del siglo XIX, a un duelo en el neblinoso patio que está atrás del Panteón de Dolores.

Esto pasa cuando en política tenemos un Kramer vs Kramer. Por lo pronto el PRI, los autoritarios, los corruptos, se frotan las manos porque a final de cuentas ellos sí conocen el “mercado”, que por su calidad de tenderos históricos, han manipulado a placer con productos mediocres o francamente pésimos.

Si tuviese que sacar una moraleja de esto, afirmaría: el municipio de Chihuahua sólo da para un candidato independiente, si quienes los preconizan hacen acopio de conductas responsables y no de orgullos y honras mancilladas que conducen al duelo.