El gángster del periodismo chihuahuense, Osvaldo Rodríguez Borunda, piensa que todos los días estamos obligados a leer las noticias en las que él es el protagonista, y además pagarle los ejemplares.
Sus pugnas con Javier Corral le dictan las ocho columnas cada que le place, que para eso es el dueño de su perversa industria, aunque jamás haya escrito ni media cuartilla en su vida.
Nunca se ha visto tanta miseria como la que muestran los Diarios y esto que es una simple pieza del rompecabezas chihuahuense tiene que ser examinado a profundidad en todas sus implicaciones porque se trata de algo sumamente grave y que mucho perjudica la vida pública y las libertades de Chihuahua.
Pienso hacer mi contribución al respecto, más cuando la hacienda pública de Maru Campos es munificente en sus entregas al gángster que se esconde detrás de la frontera, en El Paso Texas, of course.V
Nota: el día de ayer por circunstancias totalmente involuntarias esta columna cayó en errores y omisiones, una disculpa y así debió salir:
De simulaciones y comederos
El hipócrita no fue a La Casona -su vieja, lujosa, subsidiada fonda- donde antaño departía con la corte abyecta que todo le reía y se beneficiaba de los negocios públicos, entre trago y trago de buenos caldos (Petrus no faltaba) servidos en copas de cristal (vidrio para el vulgo), de manufacturas checa o polaca. De Bohemia, decían haciendo la boca chiquita.
Fue a otro lugar, sencillo y de parroquianos de esta villa: ¡Simula un origen!, o utilízalo para el engaño, dice el consejo muy viejo del rancio partido caído en desgracia por culpa, precisamente, del hipócrita al que se le atocinó el cerebro por pensar en el oro que vuelve loco a los políticos del reino.
Es una escena más de este teatro propio de la picaresca, aquí en la Nueva Vizcaya donde reina pero no gobierna la casa azul de María Eugenia, patrocinadora de la impunidad.
En todo esto juega un papel importante que nadie supo y nadie sabe a que tipo de medida cautelar está sujeto el hipócrita simulador. Pero a él le vale y quiere empezar a gritar a los cuatro vientos: “Aquí estoy y vengo por mis fueros, que el cielo siga bendiciendo a esta tierra!
Olvidó el hipócrita, enfermado por sí mismo, que Mateo Alemán, al filo de concluir el siglo XVII español había sentenciado:
“No hay cosa tan difícil para engañar a un justo, como santidad fingida en un malo”.
¿Qué necesidad de ir a un mesón?
¡Cosas veredes!