Algunos le llaman la fuerza del destino, y otros, con mayor exactitud, cretinismo político. La noticia de fin de semana fue que Marcelo González Tachiquín se registra en MORENA aspirando a ser candidato a diputado federal por el octavo distrito de Chihuahua, donde la hegemonía del PAN parece imbatible.
No se advierte que haya la más mínima reacción crítica entre los morenistas; ni siquiera hemos visto alguna cara el arrebol que produce la vergüenza.
González Tachiquín fue del PRI con la idea de que este partido jamás se agotaría. Ya fue diputado suplente, presumía haber sido secretario privado de Beatriz Paredes, luego se ligó a César Duarte y cabalgó con suerte, porque se hizo secretario privado del corrupto gobernador, desde donde pasó a la Secretaría de Educación, Cultura y Deporte, para de ahí convertirse en director de Pensiones Civiles del Estado.
Por algún motivo que no se conoce con precisión, y luego de un viaje parisino al lado de Duarte, devino su separación de ese negro personaje, lo que no significó ninguna disidencia de fondo. Fue huésped de la prisión de Aquiles Serdán, hechos estos del absoluto dominio público.
Se puede conjeturar válidamente que sus pretensiones políticas por la candidatura, obedecen a movimientos que sobre el tablero político realiza César Duarte. Lo que está fuera de duda es que MORENA, con esta supuesta apertura al duartismo, está develando muchos de los hilos de la política local; por ejemplo, este acercamiento de González Tachiquín a MORENA es similar al de Javier Corral, lo que en esencia significaría que hay una fuerza del destino que los ha eslabonado.
Seguramente la posible campaña de González Tachiquín va a ser sumamente alegre, pues en cada esquina del distrito encontrará una orquesta de las muchas que prometió crear durante su gestión al frente de Educación.
Cosas veredes, Sancho.