No. No escribo de la película del mismo nombre que titula este texto. De inicio carece de movimiento cinematográfico y tiene, en cambio, su anclaje en una fotofija que congela una historia consumada con los hilos de la traición, la indignidad, el cinismo, el negarse a sí mismo. Vaya, en esto no hay ni la elemental esencia que se oculta, en ocasiones, con las normas de la urbanidad.

La fotografía nos dice cómo se cerró un ciclo de cuatro décadas (1983-2023) de la vida política del estado de Chihuahua, y cómo le pusieron el cerrojo cuatro exgobernadores locales, colocados de manera simétrica y adyacente al lado de Xóchitl Gálvez, la aspirante presidencial del PAN, PRI y PRD, en ese orden de importancia por su peso específico.

En el centro una candidata de huipil y a un lado Fernando Baeza y José Reyes Baeza; y en el otro, Patricio Martínez García y Francisco Barrio Terrazas.

Se trata de una foto que podríamos llamar “el fracaso”, y también, porqué no, “la reconciliación de adversarios que nunca lo fueron”, y otros hasta dirían “anónimo chihuahuense”. Por nombres no quedaría para sintetizar el momento que una cámara captó para la posteridad con una historia que hoy aclara y nos pone al desnudo la pasta de que están hechos quienes detentaron el poder durante casi cuarenta años.

Breve es el repaso. En 1986 se marcó el declive moral y político a que había llegado el institucionalismo de índole priista. “A balazos llegamos y a balazos nos vamos”, dijo el líder charro Fidel Velázquez, y en términos de mayor corrección, se acuñó la frase de la viabilidad de los “fraudes patrióticos”. México como Estado, sostenían los priistas, no podía ponerse en riesgo en una frontera tan importante como la que marca el Río Bravo.

Lo que no se ganó por la buena, legal y legítimamente, se arrebató a la mala, e inició la usurpación del poder local por Fernando Baeza Meléndez. Fue el preludio de 1988, que empoderó a Carlos Salinas de Gortari y abrió el camino de las concertacesiones partidocráticas.

Fernando Baeza nunca tuvo legitimidad primaria, la que se gana en las urnas con elecciones libres, y si bien de manera secundaria se legitimó a base de cooptaciones, trato suave y conciliación, no fue suficiente para evitar la alternancia que luego le sucedió.

De lo que no hay duda es que fue un gobernante espurio, y sí cosechó amigos, de esos de los que afirma Ciorán en la reserva de aquellos que felicitan por un gran fracaso electoral y la capacidad para instalarse con mecanismos sucios, impropios de un católico que se confiesa y comulga. Él, como figura con posterioridad, recibió el pago con una embajada y una senaduría.

El año1986 le vino como anillo al dedo al PAN, que tres años antes había ganado una batalla electoral señera en el país. Defensor histórico de una democracia de corte estrictamente electoral y liberal, el fraude de 1986 dio al PAN la fuerza y aliento para crecer nacionalmente como alternativa de cambio, no se diga en lo local, como lo demuestra su triunfo en las elecciones de 1992. Se concretaban los mecanismos de la concertacesión.

En ese tiempo emergió el liderazgo de Francisco Barrio, fuerte, carismático, con apoyo popular y empresarial del viejo terracismo; también se mostró intransigente con el PRI-Gobierno. Un ídolo había surgido y en la república entera su nombre quedó muy alto. De victimado por el PRI en 1986, llegó a gobernador en 1992, experimentando procedimientos de gobierno de otro corte y gozando de un buen nivel de respeto, más cuando al final de su mandato entregó el poder al PRI en la persona de Patricio Martínez García, demostrándose que cuando había elecciones con órgano electoral no controlado y competitivas, se producían alternancias de gobierno que borraron toda una cauda de conflictos poselectorales. Hubo elecciones en Chihuahua y no se rompió ni un solo cristal.

Barrio empezó a dormirse en sus laureles. Empero, en 2000 se hizo secretario de Estado con Vicente Fox, luego diputado federal, y fracasó en su ambición presidencialista que le ganó Felipe Calderón, terminando su ciclo cuando regresó de Canadá, donde fue embajador de México.

La estancia burocrática erosionó sus mejores aristas de líder y se cobijó en un pequeño cenáculo que a la postre cobijó a Javier Corral, el gobernante de un quinquenio desastroso.

Su biografía quedó despedazada ahora que se abraza del PRI, de Patricio Martínez, y en particular de su verdugo Fernando Baeza Meléndez.

El pretexto es contener a la Cuatroté, pero en realidad se trata de la defensa de los intereses creados y mezquinos. Barrio quedó como un gigante con pies de arcilla, si no es que de gelatina. Se negó a sí mismo, sin pudor, y aniquilando los blasones que lo adornaron en viejos tiempos.

El cristal con el que veo a Barrio, ciertamente, tiene un contenido moral, no exclusivamente político. Fernando Baeza Meléndez no puede ser visualizado de la misma manera. Para él “la moral es un árbol que da moras”, para decirlo en la jerga del delincuente potosino, Gonzalo N. Santos. Usurpó, entregó el poder al victimado Barrio sin chistar, se entregó a los negocios, aglutinó poder, y a su sombra jesuítica se cocinaron dos gubernaturas: la del corrupto Patricio Martínez García y la de José Reyes Baeza, hoy estampadas en la foto que comento.

Fue el presagio ineludible de que tarde que temprano llegaría César Duarte, que cerró un ciclo de 18 años de poder priista suplementario, en lo que no podía ser de otra manera: la corrupción como sistema, que dejó millonadas a los gobernantes, a todos los nombrados sin excepción.

En ese ambiente se prohijaron dos gobiernos más del PAN, el de Javier Corral y el de María Eugenia Campos Galván; pero en ambos casos ya era otro PAN. El viejo pensamiento de Manuel Gómez Morín, de Carlos Chavira Becerra, o de Guillermo Prieto Luján, había sido sepultado. Ya no se proponía la brega de eternidad y menos mover las almas. El himno de ahora se acompasa con las notas y el crujido de los talegos de oro, la claudicación y el colapso que, en una vuelta de la historia, juntó lo que estaba separado para que no haya derrama del poder, el privilegio y la exclusión. El evangelista Mateo lo dijo: “El que no recoge conmigo, desparrama”.

Dos figuras están ausentes en esta foto, una es la de Javier Corral, que ya se fue con todos sus bártulos al lopezobradorismo, porque jamás ha sido un ciudadano libre de la ambición del poder, y también se habría negado a sí mismo. La otra es César Duarte, que si hoy no estuviera en la cárcel, sería sin duda un morenista purificado, como sí lo están hoy sus antiguos colaboradores.

Tengo para mí que Xóchitl Gálvez se arrepentirá de sus amigos notables de Chihuahua, como ya lo hizo con “Alito” Moreno en un desliz, y es previsible que un viento de fronda borre para siempre la partidocracia podrida que padecemos en el estado.

Los antagonismos del pasado quedaron sepultados. O tal vez nunca lo fueron. Traicionarse a sí mismo, es algo que no cura el tiempo.