Cuando empezó el cuestionamiento a la puesta en escena de La golondrina y su príncipe, la gobernadora y su equipo dijeron ignorarlo totalmente. Catalogaron a los críticos y disidentes de cualquier cantidad de epítetos y adjetivos, de manera directa o indirecta, a través de la prensa vendida, y los señalaron de malandros, envidiosos, corralistas, provocadores, violentos y otras lindezas.
La prensa recogió las declaraciones gubernamentales sin exponer los precedentes de los artistas en lucha. Los ignoraron.
Después, el asunto hizo crisis y se tomó el escenario el día de hoy en la madrugada. Tuvieron que hacerlo para existir, para ser oídos. Al menos en esto Maru reculó, luego de haber dicho, en Ciudad Juárez, un día antes, que ella no escuchaba esas voces.
Tomado el escenario, mandó de avanzada el “jefe” de Seguridad Pública, Gilberto Loya, con apoyo logístico de la Guardia Nacional, como un claro mensaje de que el asunto era eminentemente cultural (sarcasmo incluido). Después llegó el secretario general de Gobierno, César Jáuregui, dialogó con la actriz Perla De la Rosa… y asunto arreglado.
Ese acuerdo, de “bajar banderas” –expresión de ella misma– causó escozor y discrepancias instantáneas entre la comunidad cultural, sobre todo de quienes iniciaron con autenticidad esta resistencia. Dicen que el gobierno les ofreció ya no tratarlos como “malandros”, sino que, ¡ahora sí!, se les tomará en cuenta para el año que entra.
A la secretaria de Cultura no se le vio por ningún. En cambio Bonilla, migró a su nido, como buena golondrina, quizá ya mimetizado piadosamente en la obra de Oscar Wilde, a la vez que Federico Elías abre sus cuentas para engrosar más billetes.
Si a veces se avanza en una lucha en milímetros, hoy la reculada de Maru es triunfo.