Un árbol de la libertad por la democracia
• Les agradezco, a nombre de Unión Ciudadana, que se hayan dado el tiempo para acudir a esta cita en la Calle 13, número 1608, de la colonia Obrera de la ciudad de Chihuahua. Al hacer los arreglos de este sitio y colocar las banderas de la organización, nos encontramos con un cartel cuidadosamente fijado al muro con la figura del que fuera gran amigo y compañero, Luis K. Fong, quien encabezó las “Kaminatas contra la muerte” en la etapa más violenta de la guerra calderonista contra el narcotráfico, que tuvo en nuestra entidad un dantesco escenario de sangre y dolor que llega hasta nuestros días.
Para mí, encontrar aquí el recuerdo de Fong, me confirma lo que dijo el poeta García Lorca, hay “muros de dolor que el aire azota”.
Hoy vamos a ser testigos, y sobre todo partícipes, de la plantación de un Árbol de la Libertad, práctica ancestral de reivindicación del combate contra toda tiranía opresora. A este acto llegamos por viejos caminos. Deseábamos realizarlo en el aniversario de la Toma de la Bastilla, acción emblemática de la Revolución francesa de 1789, pero decidimos adelantarla por razones políticas de oportunidad, ahora que constatamos que luchar contra la corrupción da frutos.
Después de esa revolución y en contra de las monarquías europeas ancladas en el feudalismo, no pocos hombres plantaron árboles como lo hacemos ahora nosotros. Quién y porqué se podría reprimir una acción de vida y libertad de esta índole. Sembrar y plantar libertad sugiere la raíz de cerebro y corazón. Ir al corazón de la tierra apuntando al cielo como utopía, de anhelos, profundamente humanos.
Nosotros plantamos ahora un fresno, que fue símbolo en el pasado de la justicia divina a la que apelaban hombres y mujeres y de cuyas ramas se hacían varas para espantar la serpiente opresora y venenosa.
Quiero expresar un manojo de ideas sin citar a sus autores para evitar la pedantería intelectual, pero a final de cuentas también me cuestiono quiénes son los propietarios de ideas que suelen andar espontáneamente de boca en boca y por todas partes.
Reivindico la vieja lucha por la libertad plena y las garantías que la hacen posible para pensar, expresarse y actuar en busca de su existencia cívica. Nuestra democracia germinal está en peligro, en primer lugar por la violencia cotidiana que azota al país, por la profunda crisis de los partidos existentes, sin excepción alguna; por las ambiciones desmedidas de consolidar una nueva hegemonía paralizante, y por la desigualdad material que reina en todo el país.
Encarar estos problemas nos ha llevado a una situación que creíamos en ruta de quedar bien establecida por sus cimientos. No. Hoy, quién iba a pensarlo, tenemos que defender las líneas de la Ilustración, y hay que batirse con buenas armas en favor de la razón, la ciencia, y lo mejor de nuestra cultura. Como dijo recientemente nuestro poeta Rubén Mejía, “el espíritu humano es una apuesta por la luz”.
México está compuesto por una abigarrada pluralidad nacional, en el sentido que se cobija bajo un solo Estado soberano. Esa pluralidad se acecha peligrosamente desde dentro y desde afuera, en un mundo global que hay que resistir por sus ambiciones imperiales. Para garantizar la unidad de los muchos méxicos, hay que encontrar los acuerdos esenciales; quizá plasmarlos en leyes constitucionales fundamentales, que nos den cohesión por encima de toda divergencia artificial, siempre estéril; o por el afán hegemónico o la implantación de la política de adversarios que busca la ruina y la aniquilación del contrario.
Necesitamos una democracia nueva, avanzada y progresista. Tenemos raíces. No postulamos un discurso forzado en construcciones infructuosas y vacías. Sin democracia, por lo demás, no habrá igualdad, y sin igualdad no habrá democracia que se sostenga.
Después, casi en la inmediatez de la aurora de 1789, se repensó el nuevo curso que integraría el pensamiento democrático con el anhelo de redención para romper “cadenas radicales”. La multitud, manipulada desde el poder, suele perder la virtud pública, que yace tirada bajo nuevas opresiones clientelares, que en esencia tienden a reproducir el poder, como lo hemos visto y padecido en nuestro país, con una carga que nos viene desde los tiempos de la Colonia.
Pareciera que mantener la miseria es la base para soportar al poder en demérito de la construcción de hombres y mujeres libres, como ciudadanos, en el más preciso sentido de este concepto. Es un opresión que se basa en la riqueza pública para fomentar la pobreza y el asistencialismo, y de ahí avanzar hacia la dominación. Necesitamos nuevos sostenes para acabar con esta ruindad.
Esa miseria es material y espiritual y cruza transversalmente a la sociedad. El gobierno ha dejado de ser representativo, y el régimen político está en crisis por la ausencia de un sistema de partidos políticos que han de ser el corazón mismo de todo régimen incluyente y viable.
Estamos frente a una amenaza de consolidación de una hegemonía que busca con toda su fuerza impedir la competencia por el poder político, y la posibilidad de un concurso plural basado en consensos que cohesionen en lo fundamental y a la vez permita el disenso para dirimir las contradicciones sin poner en grave riesgo el futuro de un Estado democrático al que aspiramos, y con sus raíces profundas en nuestra historia, al menos desde la Independencia hasta este momento. Son ominosos los mensajes que se vanaglorian de la uniformidad, el monolitismo y las ansias por un supuesto absoluto de totalidad.
Una lección sencilla nos la da, para entender este riesgo, una enseñanza de “un viejo judío de Galicia”, ese pueblo que formó parte del Imperio Austrohúngaro hasta 1918, al concluir la Gran Guerra de principios del siglo XX. Lo leo para ustedes:
“Si dos se discuten, y uno de ellos tiene honestamente el 55 por ciento de razón, eso está muy bien, y no hay motivo para pelearse. ¿Y si tiene el 60 por ciento de razón? ¡Esto es fantástico!, ¡es una gran suerte y debería dar gracias a Dios! ¿Y qué diríamos si tuviera el 75 por ciento de razón? La gente sabia diría que esto es muy sospechoso. ¿Y si fuera el 100 por ciento? Quien diga que tiene el cien por ciento de razón es una mala bestia, un saqueador repugnante, el mayor de los canallas”. 1
Luego, la lección de los primeros observadores de peso de la Revolución francesa es que lo plantearon de manera inmejorable al momento en que las guillotinas hacían su trabajo con su golpe y filo demoledores. Dijo uno de ellos:
“Impedir que lo grande que ha producido nuestro época se reabsorba en el fermento ya descompuesto de tiempos pasados”. 2
Recordemos que en aquel tiempo se decretó la abolición del feudalismo, como ahora –envuelto en retórica y retractaciones– se hace con el neoliberalismo. Hasta aquí sugiero los riesgos que me parecen evidentes.
Pero el momento obliga a plantear lo que es posible para salir de la encrucijada. En primer lugar hay que regresar al corazón de todo sistema democrático que se precie de serlo: el reconocimiento del ciudadano, la ciudadana.
No tenemos a nadie más para apelar en búsqueda de una solución histórica en esta coyuntura. Será un arduo camino de experimentación del que está desterrado cualquier medio que apele a la violencia, que ha estado presente a lo largo de los grandes cataclismos que han sacudido a nuestro país. Si hacemos de la política una actividad consciente y ética, entonces el camino de la violencia es evitable, al igual que difícil, porque obliga a pensar la política de manera más elevada, y emprender, por fin, la reforma del ejercicio del poder, como lo hemos sufrido hasta ahora.
El camino es probar qué sí y qué no es posible, buscar nuevas formas para la toma de decisiones ausentes de todo corporativismo. Sé de antemano que el país –el mundo mismo– necesita de grandes y renovadas ideas transformadoras. Ansiamos una nueva síntesis para dar curso a un plazo largo de construcción que ya se empieza a escuchar en algunos pensadores. Pero habrá que hacer un gran esfuerzo, de valor revolucionario, para emprender la acción imprescindible. Va a requerir de creación intelectual, hazaña colectiva, porque sus dimensiones serán iguales a las que hicieron posible el sistema democrático en el mundo ya lejano del siglo XVIII.
En ese torrente histórico encontramos a nuestra generación liberal de políticos, escritores, militares, estadistas, de mediados del siglo XIX, en el que escuchamos, también, la voz fuerte de Ignacio Ramírez cuando postuló que el Estado tiene obligaciones con los menesterosos.
Señores y señoras. Aquí queda plantado su Árbol de la Libertad. Tenemos que ganar grandes batallas y más nos vale poner manos a la obra. Tienen la voz los ciudadanos, tienen la voz las ciudadanas.
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- El presente texto corresponde a la versión completa del discurso pronunciado el 10 de junio de 2022.
- Miłosz, Czesław. La mente cautiva. Traducción del polaco por Xavier Farré Vidal. Publicado por Galaxia Guternberg. Primera edición, Barcelona, 2016.
- Hegel, GWF. Escritos de juventud. Traducción de Zoltan Szankay y José María Ripalda. FCE, México, 1978.