No se asuste, la dictadura en materia de salud es la única que se puede permitir aun en sociedades democráticas cuando se está ante graves riesgos de una pandemia letal. En nuestro país, que tiene el vicio de que todo figure textualmente en la Constitución, reportamos un rezago en esta materia: la Constitución de 1857 fue omisa al no otorgar facultades a la federación en materia de salubridad. Sólo a fines del porfiriato, en 1908, se contempló ese vacío y a partir de entonces se inició una etapa que llega hasta nuestros días.

No es mi propósito ahora desglosar las reformas al código fundamental. Sí en cambio subrayar lo que dispone el artículo 73, que reserva como facultad del Congreso de la Unión lo referente a la salubridad general de la república, lo que ha llevado a juristas del rango de Felipe Tena Ramírez a exponer precisamente el sentido de la dictadura, teniendo como premisa que la emergencia de epidemias y pandemias están mucho más allá de las demarcaciones territoriales entre las entidades de la federación y sus municipios. Entonces, es lógico suponer que se debe actuar a partir de disposiciones que obligan, por una parte, al Estado a proporcionar información precisa y disponer medidas preventivas o paliativas, y, por otra, a la sociedad entera a obedecerlas para evitar propagaciones y daños mayores.

Lo que hemos visto hasta ahora son gobiernos que, por decir lo menos, no muestran una sola línea de conducta y aun practican la incoherencia. Un día el secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma Barragán, luego de una reunión virtual con más de cien de sus homólogos en el mundo, sale a recomendar medidas prácticas para encarar una crisis previsible y, un día después, en una “mañanera”, López Obrador prácticamente lo desmiente. 

Esto ya empieza a ser parte de la picaresca. Lo más grave de todo esto es que el principal responsable de esta área de la administración haya sido omiso, circunstancia más comprometida si tomamos en cuenta que a él, y sólo a él, corresponde la obligación de dictar in-me-dia-ta-men-te las medidas preventivas indispensables para el caso de epidemias de carácter grave. A reserva de que sea el presidente el que las sancione, véase cómo, tratándose de este tema, que tiene que ver con conocimientos técnicos y científicos de gran calado, se le quita protagonismo en la Constitución al hombre que todo lo puede, que es el titular del Poder Ejecutivo nacional.

Han salido a la palestra desde funcionarios menores hasta gobernadores del tipo de Javier Corral que ya dicen estar preparados –ajá–para enfrentar esta crisis. Pero no vemos solidez en la actuación de nadie. Y no vamos a decir que esto es una frivolidad sino una superlativa irresponsabilidad. Se evidencia cuando instituciones privadas ya están tomando decisiones unilaterales, correctas o incorrectas, pero que no obedecen a profundas resoluciones de interés público dictadas por las autoridades en la materia. 

Más aun, México tiene obligaciones internacionales y hay organizaciones mundiales especializadas que han dado ya voces de alarma, pero que para nuestros gobernantes no son de relevancia, y eso genera un estado de zozobra e incertidumbre. Hay gobernantes que se pronuncian contra el pánico pero no brindan la información que puede sofocarlo. De alguna manera estamos a la deriva, y esta es también otra forma de pandemia.

Merece mención especial el referirnos a las mentiras o versiones sin fundamento que se propalan por todas partes, predominantemente en las redes sociales, en especial aquellas que tienen que ver con la superchería que en ausencia de un Estado responsable podrán ocupar el gran hueco que deja la inactividad de las autoridades sanitarias. Ya menudean las versiones de que es una guerra inducida, la nueva guerra; que se trata de un castigo de Dios, de ese dios del Antiguo Testamento, vengativo y cruel. En esta línea están también los que han dicho que vacunarse en relación con otras enfermedades provoca resultados nefastos.

Contra esa superchería hay que apostar por la razón y también por las promesas de la ciencia. No olvidemos que descubrimientos como la cloración del agua, las estrategias para erradicar enfermedades como la viruela, sarampión, difteria, por poner algunos ejemplos, fueron avances indiscutibles de la ciencia que salvaron millones de vidas. En realidad esta vía es la única que nos permitirá ver un horizonte promisorio para una crisis como la que tenemos ahora. 

Mientras tanto, hay una exigencia nacional: que el gobierno actúe con verdadera responsabilidad.