Hace una semana, el PAN de Chihuahua celebró un evento masivo, dominical, para no dar lugar a sospechas, pero con inocultable apoyo burocrático, tanto del gobierno del estado como de los municipios.

Vino el líder nacional, Marko Cortés, y proclamó la posible candidatura presidencial de la gobernadora Maru Campos Galván. Se deslindó del nombramiento de corcholata, para dar a entender que su partido tiene auténticas figuras que pueden contender. Palabras a las que no se acompaña ningún contenido que permita valorar con seriedad cómo configuran su alternativa al lado del PRI y del mortecino PRD, que dirige Jesús Zambrano, el Chucho número dos.

Es un evento mediante el cual el maruquismo va construyendo, en paralelo a la administración pública, un aparato político rumbo al 2024. Pero esto no se advierte a primera vista, por el disfraz ético con el que se le viste para el consumo mediático. Fueron tan cautelosos que la misma gobernadora, en su enésima enfermedad, asistió de manera virtual y con el rostro demacrado, por lo que se ve, por una influenza muy agresiva; y en última instancia, por la falta de maquillaje. Todo un montaje.

Se recurrió, en el discurso principal, a un contenido y a un ceremonial. El contenido lo da la adopción de un “código de ética”. Recuerde que Corral promulgó el suyo, y hasta lo encuadró, para colocarlo en todas las oficinas públicas.

Los códigos de ética están viviendo su última etapa. Ya no están tan de moda como hace veinte años, cuando sorprendían a muchos incautos. Se trata de un recurso mediante el cual una institución, un periódico, un colegio de profesionistas, se comprometen a cumplir con tales y cuales lineamientos. Se pretende sorprender a la gente, escoltando sus futuras decisiones con un autocompromiso, un “yo me obligo”, con algo independiente de lo que disponen las leyes y las instituciones públicas, ordinariamente desprestigiadas.

Pongo un ejemplo: los cuerpos policiacos se comprometen a no practicar los maltratos, ni la mordida, ni cosas por el estilo; pero en la realidad eso tiende a no suceder; y mientras tanto, los incautos creen que hay un compromiso. Y así se pasa de un día a otro, sorteando los mismos problemas.

En el “código de ética” que comento, los panistas se comprometieron a conducirse con la verdad y en defensa del patrimonio de la sociedad y con el Estado de derecho. Pero tres hechos preceden a ese compromiso: el secretario de Seguridad Pública, Gilberto Loya, dijo que se iba a retirar para atender a su familia, para luego aceptar el nombramiento que hoy ostenta, quedando como un metiroso contumaz. Maru dice que habrá justicia penal, pero un día antes de asumir el cargo se desvinculó de la causa penal en su contra por su complicidad con las prebendas del duartismo. Y hemos visto el comportamiento de la Policía Vial, abusiva y mordelona. En todo esto, no hay código de ética que contenga los males.

Pero, razonémoslo desde las premisas que debieran estar en presencia. Una sociedad que tiene leyes, no necesita código de ética alguna. Deben cumplir con la ley, y punto. Pero esta idea no vende y es poco propicia para la publicidad. Y he aquí que viene el ceremonial: cientos de panistas eufóricos protestan con el brazo tendido cumplir y hacer cumplir el código de ética, en lugar de la ley que les obliga.

Todo sea por disfrazar la facciosidad, la creación de aparatos alternativos con soporte fiscal, y a final de cuentas el engaño de la sociedad.