‘Torturados’ de Maru, cómplices en el pasado duartista
La gobernadora de Chihuahua, Maru Campos, da por muerto a Javier Corral, igual que Dante Alighieri a un condenado al infierno en el Canto 32 de su famosa Comedia. Quiere agarrarlo del pescuezo y arrancarle el pelo hasta dejarlo calvo si es necesario. Es una historia del infierno chihuahuense, aunque sea una pugnacidad intramuros del PAN. Hasta le pueden buscar fundamento teológico en sus creencias profesadas.
Se entrecruzan en el antagonismo acusaciones mutuas de traición e imputaciones de tortura para el exgobernador, que hoy recorre el Camino de Santiago en tierras españolas. El telón de fondo del escenario se pinta de corrupción y abarca lo mismo a César Duarte que a sus cómplices de 2010 a 2016. Lo que pasa en esta coyuntura no es, de ninguna manera, cosa menor, y los problemas ya son de magnitud considerable y temperatura que puede poner a hervir la política chihuahuense.
Lo que tenemos en presencia es secuela de la vieja e impune corrupción del sexenio de Duarte y la Presidencia de Peña Nieto. A la vez involucra las formas de encarar la lucha anticorrupción a partir de haberla convertido en escalera para elevarse al poder en nuestra entidad, escalera que utilizó Corral a la vez que fue mecanismo elevatorio para los que ahora tienen el timón gubernamental en Chihuahua. Ambas cosas reprochables, así sea por motivos diferentes o matizados.
Un poco de historia en el pórtico de este texto: con el apoyo de un equipo ciudadano, iniciamos el combate a la tiranía de Duarte en septiembre de 2014. Arrancamos con un compromiso claro de no estar en ninguna facción política, en tiempo no electoral, apostando por el derecho y el funcionamiento de las instituciones, aunque conscientes de lo estrecho que esto es en México, pretendimos empujar a favor de una nueva y honrada ética pública para retomar el anhelado Estado de derecho.
Duarte tenía en su haber todo el poder para vencernos, lo mismo la modorra ciudadana que a todos los partidos políticos de su parte, en especial al PAN en manos de la triada Jáuregui-Vázquez-Campos Galván, que jamás dijeron ni media palabra que los deslindara de la corrupción. Al contrario, se sirvieron con la misma para ir tejiendo la senda que a la postre los llevó al sitial de poder donde están encaramados con una legitimidad electoral precaria, aunque esto se oculte en el triunfalismo que como pandemia política se respira hoy por todas partes.
A esto se sumó el control de los medios, la corrupción de los líderes religiosos consagrados, y los ríos de dinero que corrieron para dar cimiento a un proyecto de impunidad como pocas veces lo habíamos padecido en Chihuahua.
Empero, Duarte resultó un monstruo con pies de barro. La denuncia de septiembre de 2014 y la construcción de Unión Ciudadana fueron en conjunto un puñetazo a un paralítico. Todo fue rodar cuesta abajo y se convirtió en la causa política eficiente de sus derrotas electorales, su huída a salto de mata y su actual cautiverio en Miami.
Esta es la lectura política que vino acompañado de un déficit visible hasta para los ciegos: no hubo una alternativa electoral congruente, el derecho no se aplicó, los fiscales y los jueces evadieron el bulto, la procuraduría federal y la fiscalía pejista como instituciones le dieron la espalda a la acción cívica, y los apartos del Estado de derecho simple y llanamente no pasaron lista de presentes.
Llegaron los Corral-Madero-Campos y se encaramaron a sus proyectos de poder y tomaron, cada uno a su modo, la agenda de la corrupción como su pivote para apalancarse, unos como usufructuarios y otros como cómplices.
Los empresarios de peso, lo sabemos, no pueden vivir sin el cemento de la corrupción, e hicieron la vista gorda, más a la hora de la amenaza de la ola morenista que barrió en 2018.
¿Hoy qué tenemos? Las respuestas son sencillas de formular, como difíciles las alternativas de construir a la vista de una sociedad adormecida y sorprendida por una polarización que lastra. Vemos un simple manojo: una gobernadora instalada cuyo primer acto, el inaugural, fue decretar su propia impunidad, dejando en la penumbra sus vínculos de corrupción con César Duarte, que son constitutivos de delitos inobjetables.
Existe una caterva de corruptos que ahora claman venganza y que por más que disimulen cantan en coro al ritmo que se les marca desde el Palacio de Gobierno. Ahí encontramos un elenco muy conocido: Marcelo González Tachiquín, Jesús Manuel Esparza, Christopher James Barousse, Alejandro Villarreal, por lo menos. Se pasea plácidamente por templos, cines y restaurantes de lujo Jaime Ramón Herrera Corral, ícono corralista de la justicia selectiva y testigo acusador de la gobernadora a la que le entregó ilegalmente cantidades significativas de dinero público, conductas que constituyen delitos claramente tipificados y, no se diga, faltas superlativas a la más elemental ética republicana.
Agregue a lo anterior una Fiscalía General de la Repúblcia, con Gertz Manero a la cabeza, que ha resultado prácticamente inerte. Y en medio de todo, los corruptos de ayer apoyados por los de hoy, gritando en todas las direcciones de la Rosa de los Vientos, que fueron atrozmente torturados, que les impusieron sufrimientos extremos para obtener confesiones y declaraciones autoincriminatorias. Dicen tener historias limpias y hojas de servicio público honorables al lado de César Duarte. Acusan tormentos graves y quieren lavar así su rostro ante la sociedad chihuahuense que los conoce bien.
Quiero ser enfáticamente claro al concluir este texto: para mí, la caterva mencionada está integrada por políticos corruptos, delincuentes, al igual que su jefe César Duarte y su operador Jaime Herrera, y en ese sentido continuamos el esfuerzo para que el derecho penal los alcance y en su momento los jueces, magistrados o ministros resuelvan el castigo que merecen, que paguen y restituyan el quebranto que provocan al traicionar a la gente de Chihuahua. Esto en primer lugar.
Pero hay otra circunstancia igualmente importante: hay corruptos que si acusan tortura, que hubo un palacete donde los sometieron a la degradación, ubicada en la antigua residencia oficial de Duarte, que se investigue a fondo. Ya hay denuncias: Marcelo González Tachiquín lo ha dicho con todas sus letras en una larga entrevista televisiva. Entonces, lo que se requiere es que se llegue al fondo y que todos tengamos una verdad completa.
No creo que sea así y que esta repentina narrativa de tortura haya existido, pero esto no es más que mi simple opinión. Para mí están manchados, por eso los catalogo de “caterva”, y hay dos aspectos a establecer como premisas ineludibles: la investigación debe ser neutral, estrictamente apegada a derecho y a criterios científicos, y no puede quedar en el simple griterío del coro gubernamental, como el mejor instrumento para lavarle la cara al duartismo y sus beneficiarios durante el gobierno de 2010 a 2016.
En otras palabras, se le debe cerrar el paso al dirty work, al trabajo sucio. A los corruptos se les conoce y esas denuncias de tortura no se pueden convertir en las muchas muñecas rusas para ir escondiendo en la más recóndita, quizás inmostrable, a María Eugenia Campos Galván. El silogismo es sencillo: si torturaron para encontrar responsables, luego la gobernadora también fue víctima de esas prácticas y fue la paciente que sufrió en carne propia la ira corral-maderista, por tanto es más impoluta que un serafín celeste.
Un punto de vista final, sin ser de ninguna manera el último: los “expedientes equis”, la llamada “nómina secreta” y el expediente penal de María Eugenia Campos Galván se deben hacer públicos, todo Chihuahua debe conocerlos.
Si esto no es así, eventualmente la liberación de César Duarte concitará que regrese por sus fueros y que en la capital del estado se le reciba pasando por debajo de un arco triunfal.
Eso explica la escena dantesca e infernal que refiero al inicio de este texto, no tanto que Maru desgreñe hasta la calvicie al romero Corral, que se fue en busca de un apóstol que seguramente nunca salió de su tierra natal. Maru ya recibió el consejo de uno de sus amigos: no hacer lo que la mujer de Lot, dejar atrás Sodoma sin voltear y convertirse en estatua de sal. Pero ya se comprometió con un hecho delicado que entraña tortura, su propia honradez, y eso, por ser de orden público, tendrá que esclarecerse.