La teoría y la práctica de la democracia convergen en un punto: el papel central de la ciudadanía. No se trata de una simple atomización de individuos, sí en cambio de detestar la presencia de todos los mecanismos clientelares, corporativos, partidocráticos que borran al ciudadano y lo obligan compulsivamente a que su participación en la vida política tenga que pasar por mediaciones o filtros en los que se queda atrapado. Esta afirmación quiere jugar como una especie de premisa mayor para explicar lo que se entiende, en la coyuntura chihuahuense, por candidato independiente, porque ya al respecto prácticamente hay una especie de mistificación. Candidato independiente es aquel que posesionado de su derecho constitucional ejerce una práctica concreta, específica y legal para pedir el voto ciudadano en la búsqueda de un cargo de elección. En otros términos, que hace a un lado el monopolio que formal, y sobre todo realmente, han tenido los partidos políticos para integrar la representación de la sociedad. Representa un reencuentro con la espontaneidad, con la flexibilidad organizativa, a contrapelo de la visión partidaria con líneas políticas perfectamente delineadas –aunque no se cumplan– y la rigidez de una jerarquía. Ni más, pero ni menos.

En torno a esta figura ya ronda prácticamente por todas partes la pregunta, ¿independiente de qué?, para sugerir lo evidente: que tiene una pulsión dictada por un interés específico y por eso concurre a la arena a buscar una gubernatura, una alcaldía o un cargo de diputado, por ejemplo. En estricto rigor quiero reconocer que un candidato independiente hoy día representa una crítica viviente y actuante, por modesto que sea su accionar, al sistema de partidos que tenemos, y que se va convirtiendo a pasos agigantados en una especie de partidocracia en la que supuestamente mandan “las masas” y se sofoca, por tanto, al ciudadano. Desde esta perspectiva es plausible el reconocimiento de esta herramienta para construir una sociedad democrática; empero, no se trata de un fenómeno químicamente puro (en política no los hay) ni mucho menos de un fenómeno de probeta en un laboratorio prescintado. No le carguemos más sambenitos, ni buenos ni malos; ni son la panacea ni son la debacle y pulverización de un buen sistema de partidos consustancial a la democracia todavía por muchos años, aunque en México estemos lejos de ello. No repitamos la percepción que se tuvo de la democracia a la hora de las derrotas históricas del PRI.

En este sentido el candidato independiente debe ser observado, criticado, ponderado, a la luz de todos los ingredientes que permitan dar respuesta al contenido de su praxis política. No basta ser independiente, sino hay que ver las causas de esa independencia, los propósitos que abriga, la congruencia con los mismos y la propuesta de fondo para incluir los intereses de la sociedad, tanto en la candidatura, su campaña, y particularmente el desempeño representativo y de gobierno que eventualmente puedan alcanzar.

En la arena electoral, en la que todo influye sobre todo, más cuando se padece un gobierno tiránico como el de César Duarte, la utilización de candidaturas independientes lleva implícita la atomización del voto que le puede permitir, en este caso a un partido como el PRI, utilizar su voto duro para alcanzar sus objetivos, así sea con la rebanada mayor del pastel que le garantiza su voto defensivo, producto de las corporaciones, la burocracia, el presupuesto, el clientelismo y la prensa mercenaria. Por esto, tengo para mí que coyunturalmente los candidatos independientes de raigambre democrática están obligados a hacer análisis de coyuntura para dirimir concluyentemente el papel que van a jugar. Concretamente, y pensando en los principales municipios urbanos de Chihuahua, habría que decir que al lado de los partidos más influyentes, que sin duda jugarán bajo esa divisa antes y después de la elección, no hay lugar o espacio para más de una candidatura independiente, menos cuando la matriz ideológica es la misma como sucede en el municipio de Chihuahua, con Enrique Terrazas Seyffert y Javier Mesta, a lo que habría que sumar que a final de cuentas pertenecen a la misma familia –por afinidades y agendas– a aspirantes como María Eugenia Galván Campos. Dicho en el lenguaje de ellos, los nichos de oportunidad no son tantos, ni el mercado admite productos de la misma índole. Por lo que se corre el riesgo de que todos queden en el estante, como suele suceder con infinidad de detergentes en el supermercado.

Estas notas tienen pertinencia si las atisbamos de lo mejor que se ha producido en la teoría de la representación política. Me explico: en un sistema en el que hay auténtica transparencia, rendición de cuentas –entendida como responsabilidad–, Estado de derecho y medios de comunicación críticos, poco importa dentro de una democracia el origen económico, por ejemplo, del representante. Esto para desmentir, también por ejemplo, que sólo la mujer representa bien a la mujer, que sólo el obrero representa bien al obrero; lo que importa al final es el acatamiento de las normas de derecho público que rigen al poder, que cumplan sus compromisos, que declaren su patrimonio, que lo crucen con el fisco, que adelanten las zonas de conflicto de interés que tienen, y que todos sus actos estén apegados a la eficiencia, la eficacia y la mejor custodia de los recursos económicos que la sociedad pone en manos de los gobernantes. Es un ideal, ciertamente, pero que cuando cobra vigencia lo mismo da que esté un rico de cuna o un asalariado de una maquiladora.

Atendiendo a estos criterios, los independientes no serán buenos en sí mismos, por tener esa calidad. José Luis Barraza se quiere presentar bajo esa santidad, pero está lejos de que eso baste, máxime cuando trae el antecedente de haber jugado contra el sistema democrático, como lo hizo él en 2006, y vaya que lo digo con el debido deslinde del apologético lopezobradorismo. Los independientes se tasarán a la hora de la crítica por el contenido de sus propuestas, por sus historias personales, por la seriedad que tengan en la comunidad, el arraigo y la simpatía social, en esencia por los proyectos que empujan en una hora tan difícil como la mexicana en la que se nos quiere vender que el sólo hecho de ser empresario ya lo es todo, casi casi como lo sostuvieron en las antípodas los que exaltaban el credo de la dictadura de los proletarios. Quiero decir, que el derecho a ser independiente está en la ley, con demasiadas cortapisas aquí en Chihuahua y que ese derecho es incontestable y que los motivos de su ejercicio concreto pueden apuntar en una diversidad de direcciones; pero cuando se escolta la candidatura con un lenguaje democrático, se debe demostrar hasta dónde llega el compromiso y la congruencia.

Finalmente, pienso que los partidos políticos, en particular los minoritarios o carentes de recursos, deben comprender que pueden ser rebasados por actores que tienen la posibilidad de darse una sombrilla a través de su potencia económica. Si un partido es un aparato, el dinero puede generar ese aparato sin necesidad de congresos, consejos, pesadas burocracias, lucha de facciones; con dinero se puede ahorrar todo esto, mandar de paseo a los partidos y abrir las compuertas de la plutocracia que en un país tan maleado como México no presagia nada bueno.

Ciertamente estamos ante un modesto boom de candidaturas independientes, pero ni así se conmueven los demócratas que en diversos partidos, declarativamente opositores y democráticos, tampoco se apresuran a defenestrar una tiranía que se cae a pedazos pero que puede prevalecer precisamente por maquinarias tan tortuosas y oxidadas. Ciertamente no están ahí todos los demócratas, pero parece que estamos en presencia de un hecho: las oscuras golondrinas, cuando se mueven solitarias, suelen no hacer verano.