Se fue Peniche y llega Fierro Duarte en su lugar. Bienvenido a una realidad que le es desconocida. Pero ya tiene que dar explicaciones, cuando menos, de tres sucesos que ocupan la atención pública en los últimos días: que Peniche, por razones extraordinarias, tendrá guaruras con cargo al erario; resolver el detestable crimen y descuartizamiento registrado en la colonia Palestina de la ciudad de Chihuahua y, para variar, la primera masacre del sexenio acaecida en Guadalupe y Calvo con el saldo de seis ejecutados. Ya no habrá ni Corral, ni otro de la misma especie al que responsabilizar.

Y pues sí, ayer se nombró fiscal general del estado a Roberto Fierro Duarte. Sin unanimidad, poco importa en este caso, el Congreso del Estado ratificó la propuesta de Maria Eugenia Campos Galván. Tuvo votos de diputados de todos los partidos y fue pálida la discrepancia con la postulación hecha por la gobernadora que, en esencia, tiene el tufo de los antiguos nombramientos directos.

Su currículum, divulgado en la inmediatez de la inauguración de la administración actual, muestra de manera más que evidente que no tiene una carrera que lo acredite, y menos la experiencia que en este cargo es indispensable para valorar su pertinencia. No hay un sólo dato que nos permita concluir su expertise en derecho penal, en el tema de la seguridad pública y, todavía menos, en las tareas policiacas conexas con el cargo, que ahora se diluyen en la envoltura de una Guardia Nacional, tan costosa como ineficiente, cuando no molesta.

Me llama la atención que se presuma que es el Congreso el que dice la última palabra y que la sociedad toda ni siquiera esté informada, mínimamente, del asunto. Pero no sólo eso, también el desempeño congresional es absolutamente deficiente, pues no tenemos a la vista, publicado, un debate consistente para la designación del que será fiscal. Parece ser que el lema es: nadie sabe, nadie supo. Sin embargo, Fierro Duarte ya está en el cargo como producto de haber salido burdamente de una chistera de aprendiz de mago.

Mismos estilos, mismos contenidos, seguramente los mismos resultados; o como dijo el clásico: si se continúa haciendo las cosas de la misma manera, no hay motivo alguno para esperar resultados diferentes.