El conflicto del agua en la cuenca del Conchos continúa latente. Es una herida que mientras no haya soluciones de fondo, difícilmente va a cerrar. Esto todo mundo lo sabe, mas no todo mundo lo asume en su dimensión.

Hay un oportunismo que permea y puede ser altamente lesivo para sacar adelante una causa justa y sentida en el desierto de Chihuahua, particularmente en la región agrícola centro-sur de la entidad.

Cuando un movimiento social tiene bajas irreparables, como la del matrimonio de Jéssica Silva y Jaime Torres, y presos políticos como los tres del municipio de La Cruz y de Andrés Valles Valles, debe privilegiar la unidad en torno a las exigencias de justicia, reparación del daño que truncó vidas y la libertad de los que ahora padecen el cautiverio.

Mientras eso no suceda, todos, particularmente los que participamos en los movimientos sociales, estamos amenazados, y sobra decir que el ambiente de pugnacidad reinante puede llevar a confrontaciones mayores, tarde o temprano.

Se impone el compromiso con el derecho y la justicia y es necesario hacer prodigios de flexibilidad para resolver esa ominosa circunstancia.

Parece que el Estado no lo entiende así y la dureza y dilación con que se conducen los aparatos de justicia lo confirman.

Pero de entre todo sobresale una circunstancia: la ausencia de solidaridad de quienes fueron compañeros en la lucha y ahora están ausentes y, en algunos casos, ocupando cargos públicos, producto del aprovechamiento oportunista de la resistencia por el agua en tiempo electoral.

Son, entre otros, quienes detentan cargos públicos que se prohijaron al calor de esa lucha y de su hondura social, hondura que se explica por la justeza de la oposición a la causa que la provoca.

Hay un brazo cívico que empieza a levantarse para exigir que cese la justicia selectiva que padecemos en el caso que me ocupa. Se ha puesto en marcha, ojalá triunfe.

No puedo, finalmente, más que expresar mi desprecio por aquellos que, compañeros en la lucha, hoy están cómodamente en sus trabajos, sus casas o sus oficinas viendo desde la ventana lo que sufren los que están privados de su libertad y corren el riesgo de pasar muchos años en prisión.

Deploro, como el que más, la ingratitud. Pero estoy seguro de que se rescatará de las prisiones a los que hoy por la ceguera y la negligencia padecen la tortuosidad de una justicia lenta y ofensiva, contraria al espíritu de nuestra Constitución.