El bochornoso espectáculo que están dando los partidos políticos, si bien puede llegar a ser de antología, tiene muchísimos precedentes. En el fondo de la pugnacidad y la ruindad que se observa, está el alto y deleznable amor que se le tiene al poder, aunque se diga lo contrario, se presuma de espíritu democrático y de hacer historia. A todos los que se encuentran en esa tesitura realmente les gustaría repetir aquello de que “el poder es para poder, y no para no poder”. Y si no pronuncian ese manojo de palabras, es por el desprestigio mediático que las mismas tienen. Pero de que ese es su sentir, no me queda la menor duda. 

Le falta a los partidos, sin excepción, cultura democrática, andamiajes respetuosos de la legalidad para la toma de decisiones, institucionalidad y respeto por la Constitución que establece que los partidos políticos son entidades de interés público. Si acataran esto, al menos estarían respetando que viven con cargo al presupuesto y, al final, de las contribuciones que todos pagamos, sin siquiera saber a donde va a parar ese recurso, o muchas de las veces lo sabemos: sólo a engordar las bolsas de las mafias que controlan las direcciones de los partidos. 

Por el lado del PAN, en estos momentos y en Chihuahua, recojo la lamentable opinión de Miguel La Torre, quien ante los problemas internos del partido propone como solución que las decisiones se trasladen a una mesa en la Ciudad de México, de donde brotó, en un juego de póker, la gubernatura de Javier Corral, con los resultados deplorables que este quinquenio del fracaso arroja. A los procesos democráticos se les teme en el mismísimo partido que alguna vez habló de “brega de eternidad”.

Los partidos van en una senda de elección en elección y de conflicto en conflicto. La pugna visceral que mantienen Corral y Pérez Cuéllar es porque aquel le birló una senaduría que este le ganó dizque con “malas artes”. Pero nadie supo nada de la miga esencial del conflicto. 

Es proverbial, aunque se diga lo contrario y se rodee de hipocresía y apariencias, la riña entre Gustavo Madero y Maru Campos. Se supone que van a medir fuerzas al altísimo costo de serruchar la rama donde están parados. Pero odios son odios. 

Igual sucede en MORENA: basta ver desplegados, pronunciamientos en redes sociales y lo que se dice sotto voce para augurar que las patadas bajo la mesa son gratis. El estilo de resolver las cosas más refinado que el que empleó el PRI en sus buenos y malos tiempos. De las gubernaturas que se deciden por un solo hombre allá en la gran Tenochtitlán donde mora el gran Tlatoani, tropezó con tres escollos: el reclamo tlaxcalteca, los guanajuatenses dispuestos a tumbar la puerta de la sede nacional del partido de la esperanza y la reposición de la elección en el emblemático estado de Guerrero. 

Dicen las crónicas que Mario Delgado tuvo necesidad de esconderse en el baño, y es lógico, porque al menos no ha pasado por la dura escuela que fue el PRD de sus peores años, cuando los mismos actores se daban con todo por la conquista del poder. Antesala de la que vinieron muchos pésimos gobiernos y representantes.

En el PRI de Chihuahua se han atemperado las pasiones porque saben que no van a sufrir la ausencia del poder que no tienen y que tampoco les sonríe. Tendrán su Omar Bazán, su “Chela” Ortíz, su “Teto» Murguía, pero quizá no puedan salir ni a la calle, no por vergüenza, sino porque su cinismo no da para tanto. 

Todos estos espectáculos, que enrojecerían la cara de un ciudadano con vergüenza, son expresión de la partidocracia podrida que hoy padecemos.