La corrupción política no es, ni por asomo, un asunto resuelto en nuestra república, como sugiere la propaganda de muchos gobiernos que en el pasado reciente prometieron emprender acciones en contra de ese lastre tan antiguo como el cuento de la Hidra, el monstruo mitológico al que le crecían dos cabezas por cada una que le cortaban.

Chihuahua, sumida en su propia fábula, la construida por el gobernador Javier Corral, está a punto de entrar en una de las etapas más importantes del proceso electoral iniciado hace dos meses y no se avista en el horizonte un incentivo democrático que reivindique aquello que los partidos políticos establecidos y anquilosados no sólo no han podido ni querido cumplir desde la promesa –generalmente fatua, por cierto–, a cambio de sumirse en reyertas internas de grupos de poder electorero y ambiciones con sello personalista. 

Esa parálisis ha impedido que incluso escasos esfuerzos –genuinos unos, ingenuos otros– por construir una agenda de carácter ciudadano, democrática, amplia e incluyente dentro de los partidos, sean tan épicas como las batallas del mismísimo Hércules. El sistema partidista no ha sido capaz, desde sus resignadas y dóciles perspectivas, siquiera de generar la movilidad, la rotación ni selección meritoria de sus propios cuadros. En algunos casos hasta el azar ha jugado su papel, sólo que en modo impuesto y simulado en sustitución de una franca y abierta fraternidad con las mejores intenciones democráticas.

La sumisión que caracteriza en lo local a, por ejemplo el PAN, ha determinado el papel tan deplorable al que lo ha conducido Javier Corral, jefe de facto de la presidencia estatal de ese partido. No es difícil concluir que el “no se maneja por tiempos políticos», dicho por el fiscal César Peniche en torno a la solicitud de desafuero del duartista y morenista senador Cruz Pérez Cuéllar para ejecutarle una orden de aprehensión, es pura psicología inversa, dirían los más avezados en esa materia.

Lo que Corral debió hacer hace mucho tiempo como gobernante que se respete lo ejecuta perversamente ahora y encima rechaza que se trate de una estrategia política electoral obvia. El problema para el PAN es que las trampas corralistas, que incluyen paralelamente al presente proceso electoral una investigación en contra de la alcaldesa -panista– María Eugenia Campos, al tiempo que aceita las truculentas ambiciones del senador –panista– con licencia Gustavo Madero, estimula las ya de por sí marcadas diferencias internas. 

Los desvíos financieros del duartismo supuestamente en favor de Campos y  de Cruz Pérez Cuéllar, compadre del gobernador, han estado en el escritorio del Ejecutivo estatal desde hace años, pero el discurso de Corral en contra de la corrupción sólo ha tenido resonancia en la epidermis de la selectividad (el testigo protegido Jaime Herrera es el paradigma) y en los foros que convoca y paga onerosamente, con invitados a modo.

El problema para la sociedad chihuahuense es que este embrollo, diseñado desde el Palacio de Gobierno, no hace más que confirmar que el conglomerado partidocrático está volcado en la voracidad interna, construyendo a ciencia y paciencia su propio descrédito. Y de esta condición prácticamente nadie sale ileso, porque del otro lado tenemos a un partido con oficinas en el Palacio Nacional desde donde, al igual que ocurre en el ámbito local, se pretende decidir el destino de los chihuahuenses. 

El PRI casi no cuenta, pero el periplo para asignarse lo poco que les queda también ha de pasar por algún tipo de centralismo que mucho de nostalgia les ha de acarrear, luego de setenta años de memorable creación (“dedazo” le llamaban) y esmerada práctica.

Cuando se asumen con seriedad tales circunstancias, se puede tener claro que el gran perdedor es el ciudadano común, porque la oferta política para renovar a sus gobernantes no sólo es limitado sino menesteroso desde el ángulo partidista que se le vea. 

Combatir la corrupción, como prometen las y los aspirantes, nunca será una bandera política desgastada, no sin correr el riesgo de que el problema se convierta en la mítica Hidra cuyas cabezas cortadas se reproduzcan una y otra vez. El punto aquí es identificar quiénes sí están dispuestos a afrontar la corrupción de manera auténtica, sensata y legítima desde las facultades que otorga el poder. Porque lo que tenemos en Chihuahua es una farsa.

Los propios actores que aspiran a una posición gubernamental desean que les levante la mano alguien mayor desde el centro, cualquiera que sea, pero en ello va implícito, paradójicamente, el desdén por la ciudadanía, que es la verdadera gran electora.