Pensé que Fernando y Francisco, por la afinidad religiosa que los hermana, un día se iban a perdonar y soñaban con encontrarse en el cielo a la espera del juicio final. La realidad de una terquedad superlativa se impuso y lo que se buscaba allá en las alturas, al lado de ángeles y querubines, se logró en la abrupta tierra, al parecer territorio del paraíso perdido. 

Francisco les dijo corruptos, defraudadores, prostituidos, mentecatos. Fernando sabía que el poder se saldría con las suyas y, jesuítico, propició que se abrieran los templos que Francisco había cerrado. Ahora irán de la mano por la misma senda, caminarán juntos, e inspirados por San Jorge se lanzarán contra el dragón maldito. 

Parece que, caídos del paraíso, pasaron a formar una rama de los cainitas. Los que se expresan con elegancia le llaman a todo esto “pragmatismo”; en el pueblo raso le denominan “traición”. 

Se cumple aquello de que nunca es tarde para echar la buena historia al cesto de la basura. Y es que, lo que no construiste ayer, lo malhaces ahora.