Dice el filósofo Alaín: “Cuando se me pregunta si la separación entre derecha e izquierda tiene un sentido, la primera idea que se me ocurre es que quien me formula esta pregunta no es, ciertamente, un hombre de izquierda”. Un complemento, atrevido, es que la derecha nunca pierde el tiempo, mientras que la izquierda permanentemente se debate en la riña, las facciones y el sectarismo. Es algo así como lo que sucedió con la Reforma protestante, que aún ahora se ha venido fraccionando de manera infinita y simplemente consigno el hecho. 

En las elecciones futuras se advierte un déficit muy grande de la izquierda democrática. En la derecha trabajan para sus candidaturas sin darse tregua, a grado tal que hasta en MORENA colocan a sus figuras con una simple barnizada y la construcción de efímeras currículas. Pero no se trata de vidas con significación, particularmente en lo que se refiere a la lucha por la equidad social, ingrediente que define ahora el pensamiento y la acción de la izquierda. 

Venimos de una etapa arraigadamente neoliberal que comenzó a establecerse durante el gobierno de Miguel De la Madrid Hurtado, que inició en 1982, se consolidó durante los gobiernos del usurpador Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Seis por seis, treinta y seis. Casi cuatro décadas, si le abonamos los tiempos que corren. 

La máquina productora de pobreza trabajó a destajo dejando una negra herencia para el país y la perspectiva de dar un viraje hacia la izquierda, pero hacia la democrática. 

Se cumplió una lección histórica: la acumulación ilimitada del poder produjo la ilimitada acumulación del capital, como lo han demostrado prominentes politólogos, economistas y filósofos. 

Se necesita un viraje histórico y encontrar un nuevo camino. No se podrá recorrer sino a condición de garantizar democracia, libertades públicas, derechos sociales y reparto de la riqueza sobre bases firmes que rebasan con mucho el entregar billetes a tontas y a locas.