Si la jerarquía católica de Chihuahua fue duartista y se benefició materialmente de las dádivas de César Duarte, resulta natural que a la hora de la detención del exgobernador, para iniciar el trámite de extradicción, salga en su defensa, olvidándose del sentir ciudadano, en buena medida feligresía de la religión tradicional de México. 

Ahora algunos se rasgan las vestiduras por esa declaración, pero no han tenido un sentido de oportunidad cuando los hechos suceden, cuando la puntualidad cobra relieve. Recordemos que en el esplendor del duartismo, cuando la caja pública estaba abierta para entregarle prebendas a los Constancios Mirandas, el entonces gobernador cometió uno de los más graves atentados contra el carácter laico del Estado mexicano al consagrar las instituciones públicas al Sagrado Corazón de Jesús, en una ceremonia que nos recordó la Edad Media, cuando era ley que toda protestad, según se aseguraba, provenía de Dios.

Nuestra república es laica desde hace mucho tiempo por disposición inobjetablemente legal, tanto en lo histórico como en lo político y aun en lo moral. Ahora la Constitución misma lo subraya de manera que no se presta a dudas; sin embargo esto le importa muy poco a una gran cantidad de funcionarios públicos revanchistas, fundamentalistas que quieren anteponer sus convicciones personales a los dictados de sus responsabilidades públicas. Es una historia al parecer llamada a nunca sellarse bajo la divisa de que hay cosas que pertenecen al César y otras a Dios, como dice la recurrente frase, cargada de retórica.

Duarte-Weckmann. Jerarquías del poder.

Cuando se dio la vergonzosa consagración, sólo dos ciudadanos abrimos una solicitud y exigencia ante la Secretaría de Gobernación para que pusiera orden en la conducta de César Duarte. La primera en tiempo se corresponde con un texto hecho a la manera de maquinazo de Javier Corral, entonces senador de la república; y la segunda, les aseguro que con vanidad aparte, documentada a profundidad por el que esto escribe, porque detallo lo que significa esa consagración y la tácita adopción de documentos pontificios que riñen con una diversidad de leyes vigentes en la república. 

Ambas solicitudes se dirigieron a la autoridad competente, vale decir a la que estuvo en manos de Miguel Ángel Osorio Chong, sin que hasta la fecha, al menos por lo que a mi respecta, haya recibido lo más mínimo de respuesta, es decir, el simple acuse de recibo. Así es la complicidad oficial con las agresiones al Estado laico en México. 

Va aquí el link mediante el cual se puede entrar a mi documento de reclamación y solicitud de intervención pasar remediar las violaciones al orden constitucional.

También se enviaron copias del texto a Roberto Blancarte y a Bernardo Barranco, expertos en el tema y, que sepa, corrieron el mismo destino que la comunicación con Osorio Chong, quizá porque entonces Duarte estaba en el poder, quizá porque no aconteció en el entorno de los intelectuales, lo que sea, pero el silencio terminó por invadirnos, incluso con la ausencia de voces privilegiadas como de ambos intelectuales y escritores. En fin, la moraleja de siempre: hay que decir “sin embargo” y continuar adelante. 

Pero ahora, a la precisa hora de la desgracia de César Duarte y las malhadadas palabras del obsequioso clero, se han levantado voces para cuestionar sólo a la jerarquía que se desvivió por el exgobernador. “Más vale tarde que nunca”, dice la conseja. Pero se olvidan de otros hechos de singular importancia. 

Paso a enumerarlos sin incluirlos a todos: la reunión de Javier Corral con esa jerarquía ya en su calidad de gobernador electo y, con impericia superlativa, en el patio de su casa. Ahí fueron los prelados y también los disciplinados representantes de la que se hace llamar “la otra iglesia”, capitaneada por el exseminarista Víctor Quintana, que ahora es de los que ha salido a censurar a los jefes de esa iglesia corrompida. 

De mucho tiempo atrás se padece una enorme lenidad en las relaciones Iglesia-Estado. Esto, más temprano que tarde, terminará por hacer crisis. Nos movemos entre dos polos: el revanchismo de la iglesia contra la reforma liberal y la obsequiosidad con la que se conducen los gobernantes para no chocar con ese poder político de orden fáctico. En todo esto no sobran voces menores, quizá piadosas, seguramente oportunistas, de un Omar Bazán, defensor fiscal de las iglesias, como si les hiciera falta. 

El laicismo ni es contrario a la religiosidad, ni niega la práctica de la diversidad de cultos que hay en el país. Si me apuran un poco, está en una línea en la que se bifurca el respeto a lo sacro y a lo profano. Es una simple fórmula para evitar la discriminación, propagar la tolerancia y edificar la convivencia social poniendo al margen divisiones que siempre terminan por ser irreductibles. 

Osorio Chong nunca hizo nada, no sé si sea budista o que razones tuvo, pero ya su respuesta no tendría utilidad alguna porque ya dejó el cargo, y además probablemente cuando quisiera examinar dicho caso, se encontraría en un claustro, no religioso, sino carcelario.